Todas las tardes eran como aquélla. Cada vez hacía más calor, hasta el punto de no poder dormir, lo que ponía a ambos de mal humor. Hubieran casi preferido que se les presentasen algunos problemas.
Aquella tarde tal vez se les ofreciera alguno. Iban a llegar al paso de la Misión y al valle de Langleu.
Por las noches era muy distinto. Al anochecer, Paul y Allison sacaban los carros dé la carretera Old 101 y los conducían unos cinco kilómetros, por lo menos, hacia las colinas. Wili y Mike salían de su agujero, y Wili establecía comunicación con la red de satélites. Cuando se podía volver a poner en comunicación con Jill y la red era como si despertara de verdad. Nunca les había resultado difícil encontrar el escondite de los Quincalleros locales. Siempre había, escondidos cerca de un pozo o manantial, comida, forraje y baterías eléctricas recién cargadas. Él y Paul utilizaban las baterías para vigilar la Tierra a través de los ojos de los satélites, para coordinar con los Quincalleros que había en el Área de la Bahía y en China. Todos debían estar preparados para actuar al mismo tiempo.
La noche anterior, los cuatro habían tenido su último consejo de guerra.
Algunas de las cosas que más habían preocupado a Allison y a Mike resultaron luego que no presentaban problema alguno. Por ejemplo, los de la Paz podrían haber establecido puestos de control a lo largo de centenares de kilómetros de las carreteras de acceso a Livermore; pero no lo habían hecho. Indudablemente, la Autoridad sospechaba que podían atacar a su base principal, pero concentraba su potencia de fuego en sitios mucho más cercanos. Y sus fuerzas de reserva estaban dando caza a los fantasmas de Wili en el Gran Valle. Ahora que la Autoridad había eliminado a todos los Quincalleros conocidos, no tenían nada que fuera imprescindible buscar. No podían desmantelar todos los carros de mercancías y productos ni los transportes de mano de obra que viajaran por la costa.
Pero existía otra clase de problemas. La noche anterior había sido su última oportunidad para estudiarlos desde lejos.
—Suceda lo que suceda después de esta noche, tendremos que tocar de oído —había dicho Mike, y se desperezó con satisfacción aprovechando la amplia libertad nocturna.
Paul no estaba de acuerdo. El anciano permanecía de cara a ellos y de espaldas al valle. Su ancho sombrero de campesino tenía las alas caídas a los lados.
—Para ti, es muy fácil decir esto, Mike. Tú eres un tipo de acción. Yo nunca he podido ser capaz de ir a lo que salga. Debo tener todas las cosas estudiadas de antemano. Si sale algo verdaderamente inesperado, no poseo una gran flexibilidad de acción en un momento dado.
Al oír esto, Wili tuvo que sentarse. Paul volvía a mostrarse indeciso. Cada noche parecía estar más cansado.
Allison Parker, después de cuidar de los caballos, regresó y se sentó en la cuarta esquina de la mesa. Se sacó el gorro. Su cabellera clara brillaba a la luz del pequeño fuego de acampada.
—Veamos pues, ¿cuáles son los problemas que tendremos que solventar? Tenéis a los Quincalleros del Área de la Bahía, o al menos a lo que queda de ellos, que están preparados para hacer una operación de distracción. Sabéis exactamente dónde está escondido el generador de burbujas. Tenéis control de la red enemiga de inteligencia y de comunicaciones. Sólo esto último, es la ventaja mayor que muchos generales hubieran querido tener.
Wili pensó que su voz era firme y concreta. Era de mucha ayuda, porque iba a lo efectivo, sin intentar buscar paliativos.
Se hizo un largo silencio. Podían oír, a pocos metros de distancia, el ruido que hacían los caballos al comer. Algo revoloteó por encima de sus cabezas, en la oscuridad. Allison dijo por fin:
—¿O es que hay alguna duda en que controláis sus comunicaciones? ¿Se fían realmente de su sistema de satélites?
—¡Oh! Sí, se fían por completo. La Autoridad no tiene demasiada gente que valga. La única innovación que se han atrevido a hacer alguna vez, es acondicionar las antiguas instalaciones chinas de lanzamiento de Shuangcheng. Disponen de reconocimientos próximos y a gran distancia mediante sus satélites, y también tienen comunicaciones tanto orales como por ordenador.
Wili gesticuló en señal de que estaba de acuerdo. Seguía la conversación con una parte de su mente. El resto de ella se ocupaba en preparar y hacer los últimos retoques a los centenares de trucos que debían acoplarse para mantener su gran engaño. En particular, debía efectuar los movimientos trucados de los Quincalleros en el Gran Valle, pero era preciso realizarlo de un modo cuidadoso, para que el enemigo no se enterase de que allí se estaban concentrando miles de hombres sin ninguna razón aparente.
—Además, Wili dice que no parece que se fíen de nada que les llegue por los circuitos terrestres —continuó Paul—.
Se supone que tienen la idea de que los dispositivos que están en el espacio a miles de kilómetros no se pueden manipular —rió brevemente—. A su manera, estos bastardos son tan inflexibles como yo. ¡Oh! Pero se dejarán tirar del anillo de su nariz hasta que se amontonen demasiadas contradicciones. Pero, para entonces, ya habremos ganado.
»Pero hay tantas y tantas cosas que debemos calcular antes de que esto suceda —el tono de indefensión volvía a estar en su voz.
Mike se sentó.
—Pues bien, empecemos por lo más difícil. ¿Cómo podremos llegar desde su puerta principal hasta su generador?
—¿Su puerta principal? ¡Oh! Te refieres a la guarnición del paso de la Misión. Este es el problema más difícil. Han reforzado enormemente esta guarnición durante la última semana.
—Pues, si son como muchas organizaciones, esto no va a hacer más que aumentar su confusión, por lo menos durante un cierto tiempo. Mire, Paul. Cuando lleguemos allí, los Quincalleros del Área de la Bahía ya estarán atacándoles. Usted me ha dicho que algunos de ellos están al norte y al este de Livermore. Tienen generadores de burbujas. En la confusión que allí se va a formar podremos encontrar muchas maneras de acercar nuestro generador para trabajos pesados.
Wili sonreía, en la oscuridad. Sólo unos días atrás, era Rosas el que desconfiaba del plan. Pero ahora que ya estaban más cerca…
—Pues explícame, por favor, alguna de estas maneras.
—¡Caray! Podemos entrar, tal como vamos ahora, de vendedores de bananas. Sabemos que las importan.
—Sí, pero no en medio de una guerra —repuso Paul.
—Tal vez. Pero nosotros podemos decidir cuándo ha de empezar la lucha de verdad. Si llegamos allí tal como vamos ahora correremos un gran riesgo, lo admito. Pero si no queremos tener que improvisarlo todo, deberíamos pensar antes en las cosas que podrían suceder. Por ejemplo, podríamos encerrar El Paso en una burbuja y hacer que los nuestros, con todas las fuerzas disponibles, entraran en el valle de Livermore, mientras Wili les da protección. Ya sé que ha pensado en algo así, porque todo el día he tenido que estar sentado sobre los cables de adaptación que ha traído. Paul —prosiguió, ahora en voz más baja—, usted ha sido la inspiración de algunos miles de personas, durante las dos últimas semanas. Estas gentes se están jugando la cabeza. Estamos decididos a arriesgarlo todo. Pero le necesitamos a usted, ahora más que nunca.
—O, dicho con menos diplomacia, yo les he metido en este jaleo, por lo que ahora no puedo abandonar.
—Algo así.
—Está bien —Paul se calló durante unos momentos—. Tal vez podamos arreglarlo para que… —se calló de nuevo y Wili advirtió que el viejo Paul había recuperado la confianza en sí mismo, o que lo estaba intentando, por lo menos—. Mike, ¿tienes alguna idea de dónde puede estar esa Lu, ahora?