Ya había quedado todo en sombras. Pero al fin, Wili creyó que podía ver parte de la fortaleza. Por lo menos había un edificio en la cima de la cresta a la que se estaban acercando. Recordó cómo se veían las cosas desde arriba. La mayor parte de los edificios de la fortaleza quedaban al otro lado de la cresta. En aquel lado había tan sólo unos pocos emplazamientos para observación y tiro directo. Wili se preguntaba qué clase de defensas tendrían allí detrás, considerando lo que había visto en aquel lado.
Wili y Mike se alternaban en su observatorio mientras que aquel punto del horizonte se iba haciendo mayor. La línea más avanzada aparecía como un gran peñasco que estuviera enterrado en gran parte. En la fortaleza se habían abierto agujeros en cuyo interior se podían ver cañones y láseres. A Wili le recordaban algunas fantasías del siglo veinte que a Bill Morales le gustaba ver. Estos últimos días, y confiaba que también en los sucesivos, recordaba a El señor de los Anillos. La noche anterior, hasta Mike había llamado al paso de la Misión «la puerta delantera». Detrás de aquellas montañas, en realidad eran colinas bajas, estaba el último reducto del «Gran Enemigo». Las montañas ocultaban enemigos que espiaban a los hobbits o elfos (o Quincalleros) que se pudieran escabullir hacia los valles que había detrás, con la intención de encaminarse directamente hacia el centro del mal y efectuar algún acto sencillo que pudiera proporcionarles la victoria.
El símil llegaba hasta más lejos. Este enemigo tenía un arma suprema (el gran generador oculto en el valle), pero en vez de utilizarla se valía de sus sirvientes terrenales (los tanques y las tropas) para realizar los trabajos sucios. Los de la Paz no habían utilizado el generador durante los últimos tres días. Aquello representaba un misterio, pero Wili y Paul sospechaban que la Autoridad estaba acumulando sus reservas de potencia para la batalla que suponía se avecinaba.
Delante de ellos había un punto de control donde se detenía el tráfico civil. Wili no podía ver qué era exactamente lo que sucedía, pero uno a uno, algunos muy lentamente y otros más rápidos, los carros y cargueros iban pasando. Al fin les llegó su turno. Oyó que Paul se bajaba del pescante. Se acercó una pareja de hombres de la Paz. Ambos iban armados, pero no parecían estar tensos. Había oscurecido mucho y le resultaba difícil ver el color de sus uniformes. Uno llevaba una larga barra metálica. ¿Sería alguna clase de arma?
Paul se dio prisa en acercarse a ellos desde el carro posterior. Durante un momento los tres entraron en el campo de visión. Los soldados miraron a Paul y luego a Allison que se había quedado sentada. Era evidente que los dos carros iban juntos.
—¿Qué lleva usted aquí, amigo? —preguntó el mayor de los dos.
—Bananas —contestó Paul innecesariamente—. ¿Quieren algunas? Mi nieta y yo tenemos que llegar con ellas a Livermore antes de que se echen a perder.
—Pues tengo malas noticias para usted. No podemos dejar pasar nada por aquí durante cierto tiempo.
Los tres iban andando y salieron de su radio de visión, se fueron hacia la parte trasera del carro.
—¿Qué? —la cascada voz de Paul se elevó. Era mucho mejor actor de lo que Wili hubiera podido suponer—. Pero, ¿qué es lo que pasa? Voy a arruinarme.
El soldado más joven parecía querer disculparse.
—No depende de nosotros, señor. Si hubiera usted oído las noticias, sabría que los enemigos de la Paz han vuelto a agitarse. Estamos esperando un ataque de un momento a otro. Estos malditos Quincalleros nos van a traer de nuevo aquellos malos viejos tiempos.
—¡Oh, no! —la angustia que se advertía en la voz del anciano parecía debida a una mezcla de sus problemas personales y de aquella nueva amenaza de apocalipsis.
Oyeron el ruido de los toldos laterales al ser apartados.
—Oiga, sargento. Ni siquiera están maduros.
—Es verdad —dijo Naismith—. He de calcular el tiempo para que cuando lleguen estén a punto para ser vendidos. Tenga un par de ellos, oficial.
—Gracias —Wili se estaba figurando al de la Paz con unos plátanos en la mano y pensando qué podía hacer con ellos.
—Bien, Hanson. Haz tu trabajo.
Se oyeron diversos ruidos metálicos. ¡O sea que para esto servía la barra de metal! Tanto Wili como Rosas contuvieron la respiración. El espacio de su escondite era muy pequeño y estaba cubierto por una red acolchada. Probablemente engañaría a una sonda sónica, pero ¿qué pasaría con aquel registro tan primitivo?
—No hay nada.
—Muy bien, vamos a ver el otro carro.
Se dirigieron al otro carro, que llevaba el generador y casi todas las baterías eléctricas. La conversación se perdió entre los ruidos generales del punto de control. Allison bajó de su pescante y se quedó parada donde Wili podía verla.
Transcurrieron unos minutos. Las zonas de sombras se fueron haciendo cada vez más extensas, y la noche siguió al crepúsculo.
Se encendieron luces eléctricas. Wili jadeó. En los últimos meses había visto sistemas electrónicos milagrosos, pero la repentina potencia de aquellos chorros de luz le resultaba tanto o más impresionante que éstos. En un segundo debían gastar más electricidad que durante una semana en casa de Naismith.
Volvió a oír la voz de Paul. El anciano tenía ahora una voz lastimera, y la del soldado era algo más brusca que antes.
—Mire, señor. Yo no he decidido traer la guerra hasta aquí. Puede darse usted por satisfecho de que tenga aquí a alguien que le defienda contra esos monstruos. Tal vez antes de que esto empiece le dé tiempo a salvar su cargamento. Por ahora debe quedarse aquí. Hay una zona de aparcamiento más adelante, cerca de la cresta. Hay algunas letrinas preparadas. Usted y su nieta pueden pasar la noche allí, y luego deciden si quieren quedarse o dar la vuelta. Tal vez podrían vender parte del cargamento en Fremont.
Paul parecía estar vencido, casi aturdido.
—Sí, señor. Muchas gracias por su ayuda. Haz lo que él dice, querida Allison.
Los carros avanzaron entre crujidos, en medio de la luz azulada, que se desparramaba sobre ellos como una lluvia mágica. Desde su escondite, Wili oyó una débil risita sofocada.
—Paul es realmente bueno. Ahora pienso si todo el lloriqueo de esta noche no ha sido una especie de revulsivo para elevarnos la moral.
Los carros tirados por caballos y los cargueros de la Autoridad, indistintamente, estaban aparcados en un amplio solar cerca de la cresta del paso. Había algunas luces eléctricas pero, en comparación con la del punto de control, parecía que estaban a oscuras. Mucha gente se había congregado allí para pasar la noche. La mayoría estaba reunida para cocinar en fuegos que se habían encendido en el centro del solar. El extremo más alejado estaba dominado por la cúpula baja que habían visto mucho antes desde la carretera. Algunos vehículos armados estaban estacionados delante de ella, de cara hacia los civiles.
El tránsito de vehículos armados había cesado virtualmente. Por primera vez, después de muchas horas, no se oían turbinas, ni los metálicos ruidos de sus orugas.
Paul regresó al lado del carro. Entre él y Allison colocaron las cortinas laterales. Paul se quejaba en voz alta a Allison del desastre que se les había venido encima, y ella permanecía modosamente callada. Un trío de conductores de cargueros pasó por allí. Cuando estuvieron ya lejos y no podían oírle, Paul dijo en voz baja:
—Wili, tenemos que arriesgarnos a una conexión. Te he conectado al equipo que va en el otro carro. Allison ha extendido la antena de cono pequeño fuera de las bananas. Quiero ponerme en contacto con nuestros amigos. Vamos a necesitar ayuda para poder acercarnos más.
Wili sonrió en medio de la oscuridad. Era un riesgo, pero era algo que tenía muchas ganas de hacer. Cuando estaba sentado en su agujero, sin procesadores, era como estar mudo, ciego y sordo. Se colocó el conector de cuero cabelludo y lo puso en marcha.