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Della tragó saliva. Si Avery no podía envolver el campamento en una burbuja…

Sabía, sin tener que mirarlo, lo que llevaba su aparato. Tenía bombas aturdidoras, pero si aquellos carros eran lo que ella suponía, debían estar acorazados. Tocó su laringófono y habló al artillero.

—Orden de tiro. Cohetes contra los carros civiles. Nada de napalm.

La gente que estaba alrededor de los fuegos debía sobrevivir. Por lo menos la mayoría.

El «enterado» del artillero llegó a su oído. El aire que rodeaba el helicóptero se puso brillante como si un sol se hubiera formado de repente detrás de ellos, y una especie de refugio se superpuso al ruido del rotor. Si se miraba el rastro de fuego que dejaba el cohete, las otras luces parecían quedar reducidas a nada.

O reducidas a casi nada. Por unos instantes, atisbo unos cohetes que subían hacia ellos…

Entonces sus proyectiles explotaron. En el aire. A medio camino del objetivo. Las bolas de fuego parecían estrellarse contra una superficie invisible. El helicóptero vaciló cuando la metralla empezó a acribillarlo.

Alguien dio un alarido.

La nave empezó a inclinarse cada vez más hacia un lado, lo que le llevaría pronto a una posición de vuelo invertido. Della no se dio cuenta de que el piloto estaba caído sobre los mandos. Cogió los mandos duplicados, tiró de ellos y pisó con fuerza el acelerador. Vio que delante de ella había otro aparato, en ruta de colisión. Entonces, el piloto se desplomó hacia atrás, la barra quedó libre, y la nave salió disparada hacía arriba, evitando el impacto tanto contra el.suelo como contra el otro aparato.

El artillero se arrastró hasta quedar en medio de los dos y miró al piloto.

—Está muerto, señora.

Della le escuchaba y escuchaba también el ruido de los rotores. Había una especie de galope en su ritmo. Los había oído peores que aquél.

—De acuerdo, sujételo —ignoró a los dos e hizo volar lentamente el helicóptero alrededor de lo que había sido la entrada al paso de la Misión.

Los cohetes fantasma que llegaban desde abajo, el misterioso helicóptero, todo quedaba explicado ahora. Casi en el mismo instante en que el artillero disparaba los cohetes, alguien había envuelto el Paso en una burbuja. Dio una vuelta alrededor de aquella gran esfera oscura, mientras una perfecta reflexión de sus luces la iba siguiendo. La burbuja tenía un diámetro de unos mil metros. Pero no se trataba de que Avery hubiera cambiado de opinión. Además del campamento de los civiles y de los cargueros, la burbuja también englobaba al puesto de mando.

Mucho más abajo, los blindados de la Autoridad daban vueltas, como hormigas que, de repente, se encontraran aisladas de su hormiguero.

Un cálculo perfecto del tiempo, otra vez. Ellos se habían enterado de que ella iba a atacar, y sabían exactamente cuándo lo iba a hacer. Las comunicaciones y la inteligencia de los Quincalleros debían ser iguales a las de la Paz. Y quienquiera que hubiera estado allí abajo era importante. El generador que llevaban debía ser uno de los más potentes de cuantos poseían los Quincalleros. Cuando habían visto que la alternativa era la muerte, habían preferido abandonar la guerra.

Observaba la imagen refleja de su helicóptero, que parecía estar a unos cien metros de distancia. El hecho de que se hubieran envuelto en una burbuja ellos mismos, en lugar de hacerlo con el helicóptero, era una prueba de que la técnica de Hoehler, al menos con fuentes de energía pequeñas, no era muy buena, cuando se trataba de blancos móviles. Esto era algo que debía recordar.

Por lo menos esta vez, en lugar de tener otras cien muertes sobre su conciencia, el enemigo solamente la había hecho cargar con una, la de su piloto. Y cuando aquella burbuja reventara (dentro de un mínimo de diez años y un máximo de cincuenta) la guerra ya sería historia. Un abrir y cerrar de ojos, y se habían acabado para ellos todas las matanzas. De repente sintió mucha envidia de aquellos perdedores. Viró de lado y se dirigió a Central Livermore.

35

—¡Ahora! —la orden de Wili llegó bruscamente, unos pocos segundos después de que Mike hubiera aflojado la falsa pared. Mike dio una última patada a la madera, que cedió y cayó al suelo junto con algunas bananas.

De repente aquello se llenó de luz. Pero no se trataba de la luz blancoazulada de los focos que la Autoridad había distribuido alrededor del campamento, sino un resplandor blanco que lo envolvía todo, mucho más brillante que cualquier luz eléctrica.

—¡Ahora corre, corre! —La voz de Wili llegaba débilmente desde dentro del compartimento. El ayudante de sheriff cogió a Allison y la obligó a correr a través del campo. Paul iba a salir tras ella, pero se quedó cuando oyó que Wili le llamaba.

Uno de los tanques de la Autoridad giró sobre sus orugas, mientras su torreta giraba aún más aprisa. Detrás de él, una voz desconocida les gritó que se detuvieran. Mike y Allison no obedecieron y corrieron más aprisa. El tanque desapareció dentro de una esfera de plata de diez metros de ancho.

Pasaron corriendo junto a algunos paisanos aterrorizados por el resplandor, y lograron esquivar a un grupo de soldados y al equipo de la Autoridad, que fueron encerrados dentro de una burbuja antes de que pudieran entrar en acción.

Doscientos metros, son muchos metros para correrlos a velocidad punta. Dan tiempo para pensar y comprender.

El resplandor que había a su alrededor sólo era intenso si se comparaba con la noche. No era más que la luz matutina, enmascarada y difuminada por la niebla. Wili había cubierto con una burbuja el campamento completo la noche anterior y permaneció así hasta esa mañana, cuando la casi totalidad de las Fuerzas de la Autoridad se habían retirado de la entrada al considerar que estaba bloqueada por la burbuja. Ahora estaba barriendo a todos los hombres de la Paz que habían quedado dentro de la burbuja. Si actuaban todos aprisa se podrían marcharse antes que los hombres de la Paz descubrieran lo que había sucedido.

Cuando Mike y Allison llegaron a los transportes blindados, éstos estaban abandonados. Un par de burbujas de tres metros relucían a ambos lados de los vehículos. Wili debía haber elegido aquéllos porque sus tripulaciones habían salido al exterior.

Mike trepó sobre las orugas y se detuvo jadeante. Se volvió y ayudó a Allison a que entrara en el vehículo.

—Wili quiere que los conduzcamos hasta los carros —alzó la compuerta de entrada e hizo un gesto de duda—. ¿Sabes cómo funciona esto?

—Seguro —se sostuvo con las manos en el borde de la entrada y se dejó caer a la oscuridad del interior—. Ven.

Mike la siguió tímidamente. Se daba cuenta de que había formulado una pregunta estúpida. Allison venía de la época de aquellas máquinas, cuando todo el mundo sabía conducir.

El olor de los lubricantes y del gasoil perfumaba débilmente el interior del vehículo. Había asientos para tres personas. Allison ya se había sentado en el asiento delantero y tanteaba los mandos. No había ventanas ni visores, a no ser que las paredes, pintadas de un tono pálido, fueran pantallas. Corrección. La posición del tercer ocupante estaba dirigida hacia atrás, donde había unos formidables paneles de equipo electrónico. Allí había indicadores.

—Mira aquí —dijo Allison.

Mike se volvió y miró por encima del hombro de ella. Allison hizo girar un mando para poner en marcha el motor. El ruido fue aumentando de tono, hasta que Mike lo notó tanto en la vibración de las paredes y suelo como en sus propios oídos.