Y, sin embargo, allí estaba. Allison aceleró los motores, y el carro blindado casi salió volando de su escondite. Recordaba aquellas colinas, a pesar de las esferas que estaban inmóviles en el aire y del napalm que se veía arder a lo lejos. Hay algunas cosas que el tiempo no puede cambiar. Su camino corría paralelamente a una alineación de estructuras de hormigón parecidas a montones de piedras. Eran las ruinas de las líneas de energía eléctrica que antes habían cruzado todo el valle. Y además, ella y Paul habían ido andando precisamente por allí, hacía mucho tiempo.
Intentó librarse de los recuerdos dolorosos que se estaban superponiendo a la realidad de aquellos momentos. El Sol acababa de eliminar la niebla de la mañana. Pronto, aquel escondite, que los Quincalleros estaban aprovechando con tan buenos resultados, habría dejado de serlo. Si para entonces los Quincalleros aún no habían ganado, ya no podrían hacerlo jamás.
En su auricular, Allison oía una voz extraña que estaba dando su posición al centro de mando de la Paz. Era fantástico. Sabía que, en último extremo, el mensaje salía de Wili. Pero éste estaba sentado exactamente detrás de ella y no había dicho ni palabra. La última vez que le había mirado parecía estar dormido.
El engaño funcionaba bien. Estaban haciendo lo que el control de la Paz les ordenaba hacer y, de esta forma, cada vez se iban acercando más y más al perímetro del área de seguridad interior.
—Paul, por lo que pude ver a través de los satélites, ha de estar a sólo unos seis mil metros al norte de aquí. Llegaremos allí dentro de un par de minutos. ¿Será suficiente? Paul tocó su conector de cuero cabelludo y pareció que estaba pensando.
—No. Tendríamos que estar parados durante casi una hora ara poder lanzar una burbuja desde esta distancia. La distancia óptima sigue siendo todavía la de cuatro mil metros. Yo, mejor dicho; Wili, ha escogido ya un sitio. Él y Jill están haciendo los cálculos preliminares suponiendo que podamos llevar hasta allí. Pero, incluso entonces, necesitará unos treinta segundos más cuando hayamos llegado. Después de unos instantes Paul añadió: —Dentro de un par de minutos abandonaremos nuestro engaño. Wili dejará de transmitir y tú deberás conducir a toda velocidad, directamente hacia el generador de la Paz. Allison miró a través de los periscopios de su torreta. El vehículo oruga estaba tan cerca al perímetro de seguridad que as torres y cúpulas del Enclave le impedían la visualidad hacia el norte. El Enclave era una ciudad, y su embestida final habría de llevarles hasta el interior de sus límites. —Seremos un blanco muy fácil para ellos. Su frase fue subrayada por el creciente rugido de un reactor le alas muy cortas que pasó por encima de ellos, casi rozándoles. No lo había visto ni oído hasta un instante antes. Pero:1 avión no estaba bombardeando, hacía un reconocimiento a baja altura, a menos de cien metros por segundo.
—Tenemos una buena oportunidad —dijo Paul—. Acabo de hablar con los Quincalleros que van a pie. Ahora todos conocen el emplazamiento del generador de la Paz. Algunos de ellos han llegado muy cerca, más cerca que nosotros mismos. No tienen nuestros aparatos, pero la Autoridad no puede saberlo con certeza. Cuando Wili dé la señal, saldrán de sus escondites y atacarán hacia el interior.
La guerra se había extendido mucho más allá de sus vehículos oruga, mucho más allá incluso del valle de Livermore. Paul anunció que una batalla muy parecida se estaba librando en China.
Pero a pesar de todo, la victoria o la derrota parecía depender de lo que iba a ocurrirle a aquel blindado en los siguientes minutos.
38
Della se colocó el auricular y ajustó el micrófono a su garganta. La atención de Avery, la de Maitland y la de todos los que estaban cerca se centraba en ella. Nadie, con excepción de Hamilton Avery, había oído hablar de Miguel Rosas, pero sabían perfectamente que no debía estar en un canal de máxima seguridad.
—¿Mike?
Una voz muy conocida llegó hasta el auricular y el altavoz del terminal.
—Hola, Della. Tengo que comunicarte algunas novedades.
—El que me llames por este canal ya es una gran novedad. Esto demuestra que los tuyos han descifrado nuestro sistema de comunicaciones y de reconocimientos.
—Has acertado a la primera.
—¿Desde dónde estás llamando?
—Desde la cresta de la colina que está hacia el suroeste respecto a tu posición. No quiero hablar más porque no me fío de tus amigos. Pero el caso es que aún me fío menos de los míos —esto último lo dijo en voz muy baja, casi ininteligible—. Oye, hay algo más que no sabes. Los Quincalleros conocen con toda exactitud dónde está escondido vuestro generador.
—¿Qué? —Avery se dio la vuelta rápidamente, miró al tablero de situación, e hizo una seña a Maitland de que lo hiciera comprobar.
—¿Cómo pueden saber esto? ¿Tenéis espías? ¿Habéis colocado dispositivos de localización?
La risa forzada de Mike, al salir del altavoz parecía tener ecos.
—Es una historia muy larga. Della. Cuando te lo cuente te vas a sorprender. La antigua Fuerza Aérea de los Estados Unías ya lo había localizado, sólo que no pudo llegar a tiempo ara evitar que os apoderaseis del mundo. Los Quincalleros tropezaron con este secreto hace tan sólo unas semanas. Della miró interrogativamente a Avery, pero éste estaba delirando hacia el terminal, por encima del hombro de Maitland. La gente del general estaba en un estado frenético, escribiendo preguntas y anotando resultados. El general miró al director.
—Es posible, señor. La mayor parte de las infiltraciones son al norte y al oeste del Enclave. Pero las que están más próximas, en el límite de la zona interior, son también las más cercanas al generador. Parece ser que, efectivamente, tienen una referencia por aquel sector.
—Esto puede ser el resultado de nuestra vigilancia más intensiva en aquella área.
—Sí, señor —pero ahora la voz de Maitland no tenía ningún tono de complacencia. Avery asintió a sus propias palabras aunque ni él mismo había creído su propia explicación. —Muy bien. Concentre la aviación táctica en aquel sector feo que ya tiene dos vehículos blindados recorriendo el límite de la zona. Manténgalos allí. Envíe otros más. También quiero que sitúe allí toda la infantería que tengamos.
—Correcto. Cuando los hayamos localizado dejarán de representar cualquier amenaza. Tenemos toda la potencia de fuego.
Della habló nuevamente a Mike.
—¿Dónde está Paul Hoehler, el hombre al que llamáis Naismith?
Avery se quedó rígido cuando oyó la pregunta, y su aten—:ión volvió a dirigirse hacia ella. Era casi un imperativo ineludible para él.
—Mira, en realidad no lo sé. Me tienen colocado aquí como si fuera un retransmisor de información, porque muchos de los nuestros no tienen receptores vía satélite. Della cortó la comunicación y dijo a Avery: —Creo que miente, director. Nuestro único poder sobre Mike Rosas es su odio hacia algunas capacidades de los Quincalleros, particularmente la biociencia. Se resistiría mucho a herir a sus amigos personales.
—¿Conoce a Hoehler? —Avery parecía asombrado de haber encontrado a alguien que estuviese tan próximo a su máximo antagonista—. Si sabe dónde está Hoeler… —su mirada se quedó desenfocada—. Tiene usted que arrancárselo como sea, Della. Desconecte el altavoz y siga hablando con él. Prométale todo lo que quiera, dígale lo que sea, pero encuéntreme a Hoehler.
Con un visible esfuerzo se volvió hacia Maitland.
—Comuníqueme con Tioulang, en Beijing. Lo sé, lo sé. Nada es seguro —su sonrisa tenía una mueca casi macabra—. Pero me importa muy poco que sepan lo que tengo que decirle.