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Wili asintió sin levantar la cabeza. Todavía no lograba entender a Della Lu. Por una parte, ella era la más dura y malvada de todas las personas que había conocido en Los Ángeles pero, por otra, comprendía lo que Mike sentía por ella a pesar de todo lo que había hecho. Confiaba en que Mike pudiera salvarla.

—Y, entonces, también habrá llegado el momento de mi regreso, Wili. Muchos no se dan cuenta de ello, pero la guerra no ha terminado. El enemigo ha perdido una batalla muy importante, pero se nos ha escapado hacia el futuro. Hemos identificado muchos de sus refugios que están envueltos en burbujas, pero Mike cree que hay algunos que eran secretos. Tal vez resurjan al mismo tiempo que el generador de Livermore. Tal vez lo hagan mucho después. Esto es un riesgo que hay que tomar en consideración al pronosticar el futuro. Alguien ha de estar presente para luchar en aquellas batallas, aunque sólo sea por si los que estén entonces allí no creen en esta amenaza.

—¿Y usted se cuidará de esto?

—Estaré allí. Por lo menos durante el segundo asalto.

Y así estaban las cosas. Paul tenía razón y Wili lo sabía. Pero seguía pensando en lo que había perdido en el pasado: su Tío Sly, el viaje hasta La Jolla sin Paul.

—Wili, tú puedes hacerlo. No me necesitas. Cuando se hayan olvidado de mí, te seguirán recordando, tanto por lo que ya has hecho como por lo que vas a hacer — Naismith miró fijamente al muchacho.

Wili se esforzó para sonreír y se puso en pie. —Estará orgulloso de mí, cuando regrese. Debía irse después de aquellas palabras. Paul le detuvo, sonriendo.

—No va a ser ahora mismo, Wili. Estaré todavía aquí dos tres semanas, por lo menos.

Y Wili dio la vuelta, corrió alrededor de la mesa y se abra—ó a Paul Naismith tan fuerte como se atrevió a hacerlo.

Chirriaron los neumáticos y se oyó: —¡Eh! ¿Quieres que te maten?

Wili levantó la vista con un sobresalto cuando el camión de media tonelada le esquivó y aceleró calle abajo. No era la primera vez, en los últimos diez días, que Wili iba tan distraído que estaba a punto de sufrir un percance. Aquellos automóviles eran tan veloces que los tenía encima antes de enterarse. Jill llegó corriendo hasta la acera y miró a su alrededor. Se labia alejado distraídamente unos mil metros del despacho de Paul. Reconoció aquella zona. Aquella parte del Enclave contenía los archivos de la Autoridad y los aparatos de archivo automáticos. Los Quincalleros estaban desmantelando aquel sido. Por lo que fuera, había sido olvidado en la generación apresurada de las últimas burbujas y Allison estaba decidida a conocer todos los secretos que hubieran podido quedar fuera de las burbujas. Wili, tímidamente, se dio cuenta del lugar al que se encaminaba. Iba a visitar a todos sus amigos, para encontrar a alguien que creyera que valía la pena quedarse. —¿Está usted bien, señor Wáchendon? Dos trabajadores habían acudido corriendo atraídos por los ruidos del conato de accidente. Wili ya había superado el hecho de ser reconocido en todas partes (después de todo, su aspecto era poco frecuente), pero le costaba más aceptar el evidente respeto que le tenían.

—Malditos conductores de la Paz —dijo uno de ellos—. A veces me pregunto si muchos de ellos se han enterado de que han perdido la guerra.

—Sí. Estoy bien —contestó Wili, deseando no haberse comportado como un loco—. ¿Está aquí Allison Parker? Le acompañaron hasta un edificio cercano. El aire acondicionado estaba puesto al máximo. Hacía un frío helado, según la opinión de Wili, pero Allison estaba allí, vestida con una camisa, que parecía ser de uniforme, y unos pantalones. Estaba dirigiendo alguna operación de embalaje. Sus hombres estaban llenando unas grandes cajas de cartón con unos discos de plástico que debían ser aparatos de memoria del viejo mundo, según suponía Wili. Allison se concentraba en su trabajo y estaba sonriente y animosa. Durante unos momentos Wili tuvo la doble visión que había tenido tiempo atrás. Estaba viendo a su otra amiga con aquel mismo cuerpo, aquella que nunca había existido. La encarnación mortal había sobrevivido a la fantasmal.

Entonces el obrero que estaba a su lado, dijo respetuosamente:

—¿Capitán Parker? —y se rompió el hechizo.

Allison levantó la vista y le obsequió con una amplia sonrisa.

—Hola, Wili —se acercó a él y le rodeó los hombros con su brazo—. He estado tan ocupada durante esta semana que no he tenido tiempo de ver a ninguno de mis amigos. ¿Qué sucede?

Le condujo hasta una puerta interior, se detuvo allí y dijo a los suyos:

—Terminad las series E. Regresaré dentro de pocos minutos.

Wili sonreía para sus adentros. Allison había manifestado muy claramente que no iba a tolerar que se le adjudicara una ciudadanía de segunda clase. Tomando en consideración el hecho de que era la única persona experta en la investigación militar del siglo veinte, los Quincalleros no tenían otra opción en vistas a su actitud.

Mientras iban por un estrecho pasillo, ninguno de ellos habló. La oficina de Allison estaba algo más caliente que la otra habitación, y allí no había ruido de ventiladores. La mesa de despacho estaba llena de planos. Un cuadro de mandos de la Paz aparecía en su centro. Le indicó que se sentara y acarició aquel tablero.

—Ya sé que todo lo que hay aquí es un juego de niños si se juzga a nivel de los Quincalleros. Pero funciona, y al menos puedo entenderlo.

—Allison, ¿tú te vas a marchar, también? —tartamudeó Wili.

—¿Marcharme? ¿Quieres decir cubrirme con una burbuja? No lo verán tus ojos, muchacho. Acabo de regresar. ¿Lo recuerdas? Tengo mucho trabajo que hacer.

Luego vio lo importante que era aquella pregunta.

—¡Oh! Wili, lo siento. Ya sabes lo de Paul y Mike, ¿verdad?

Se detuvo, y frunció el ceño a causa de algo que se le ocurría.

—Creo que es lógico que ellos se marchen, Wili. De veras. Pero no lo es para mí. —El entusiasmo había retornado a su voz—. Paul habla de esta batalla como si sólo fuera el primer asalto de alguna guerra «a través del tiempo». Pues bien, se equivoca en una cosa. El primer asalto tuvo lugar hace cincuenta años. Yo no sé si estos bastardos de la Paz son los responsables de las plagas, pero me consta que destruyeron el mundo que teníamos. Destruyeron los Estados Unidos de América —sus labios se apretaron formando una estrecha línea.

«Voy a ocuparme de sus archivos. Voy a identificar cada una de las burbujas que generaron cuando se apoderaron de todo. Estoy segura de que hay más de cien mil de los míos que están allí. Van a regresar a la vida normal, durante los próximos años. Paul tiene un programa que utiliza los registros de la Paz para saber exactamente cuándo será esto. Al parecer todas las burbujas fueron proyectadas para cincuenta o sesenta años, contando con que las de menor tamaño van a reventar antes. Quedan todavía Vandenberg y Langley, y docenas más. Será una fracción muy pequeña de los millones que éramos antes, pero quiero estar allí para intentar salvar a todos los que pueda.