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—¿Para salvar?

Allison se estremeció.

—El entorno de las burbujas puede ser peligroso durante los primeros segundos después de su rotura. Casi resulté muerta cuando salí. Estarán completamente desorientados. Poseen armas nucleares. No quiero que las disparen en una crisis de pánico. Y no sé si vuestras plagas están definitivamente acabadas. Tal vez yo tuve mucha suerte. Voy a tener que encontrar a algunos biocientíficos.

—Sí —dijo Wili, y le contó lo de los restos del accidente que Jeremy le había mostrado cuando estuvo en la granja de los Kaladze. En alguna parte, dentro de la burbuja de Vanderberg, estaba parte de un reactor. Pudiera ser que el piloto siguiera vivo, pero ¿cómo iba a sobrevivir a los primeros instantes de tiempo normal?

Allison hacía señales afirmativas y tomaba algunas notas, mientras Wili se lo contaba.

—Sí, te hablaba de cosas como ésta. Nos va a costar un gran esfuerzo el salvar a este amigo, pero lo vamos a intentar.

Se inclinó hacia adelante, en su silla.

—Esto no es ni la mitad de lo que tengo que hacer, Wili, los Quincalleros son brillantes en algunos aspectos, pero en otros… «Infantiles» es el único calificativo que se me ocurre. No es culpa de ellos, ya lo sé. Durante generaciones no han podido tener opinión sobre lo que ocurría fuera de sus pequeñas poblaciones. La Autoridad no consentía que hubiera gobiernos, por lo menos en el sentido que en el siglo veinte tenía esta palabra. En algunos sitios permitían la existencia de pequeñas repúblicas, en otros estaban muy contentos por tener una institución feudal, como en Aztlán.

»Una vez que ha desaparecido la Autoridad, la mayor parte de América, con excepción del Sudoeste, no tiene gobierno de ninguna clase. Están cayendo en la anarquía. El poder está en manos de fuerzas policiales como aquella en donde trabajaba Mike. Por ahora hay tranquilidad únicamente porque la gente que está en estos negocios de protección no se da cuenta del vacío que ha creado la partida de la Autoridad. Pero cuando lo adviertan, va a haber un caos sangriento.

Se sonrió.

—No. No me voy. No puedo reprocharte nada, porque no tienes punto de referencia. La sociedad de los Quincalleros ha sido de un tipo muy pacífico. Pero éste es el problema. Son como borregos, y van a hacer una matanza con ellos si no cambian a tiempo. No tienes más que ver lo que pasa aquí.

«Durante algunas pocas semanas hemos tenido algo que se parecía a un ejército. Pero ahora los borregos han formado ya grupos de intereses, sus familias, sus negocios. Se han repartido el territorio. Y ¡válgame Dios! Algunos ya lo están vendiendo, a la vez que venden las armas y los vehículos a cualquiera que disponga de oro. ¡Esto es un suicidio!

Y Wili se dio cuenta de que Allison podía tener razón. Al principio de aquella semana se había encontrado con Roberto Richardson, el bastardo Jonque que le había ganado en La Jolla. Richardson había sido uno de los rehenes, pero había logrado escapar antes de la liberación de Los Ángeles. Aquel tipo gordo era de los que siempre caen de pie y salen por piernas. Estaba allí en Livermore, rebosante de vales oro. Y compraba todo aquello que podía desplazarse: autos, tanques, orugas blindadas, aviones.

Aquel hombre era raro. Había hecho mucho teatro para parecer amistoso, y Wili era lo bastante listo como para no intentar sacar ventaja de ello. Wili le había preguntado qué era lo que iba a hacer con todo aquel botín. Richardson había contestado con vaguedades, pero había afirmado que no volvería a Aztlán.

—Me gusta la libertad que hay aquí, Wáchendon. No hay reglas. Creo que me voy a ir hacia el norte. Puede resultar muy provechoso para mí.

Y además tenía algunos consejos que darle a Wili, consejos que de momento parecían ser desinteresados:

—No regreses a Los Ángeles, Wáchendon. El alcalde te quiere, por lo menos de momento. Pero los Ndelante han deducido quién eres, y al viejo Ebenezer no le importa que seas un gran héroe en Livermore.

Wili miró a Allison:

—¿Qué puedo hacer para impedirlo?

—Lo que ya te he dicho al empezar. Unas cien mil personas más, muchas de ellas con opiniones parecidas a la mía, podrían ser de gran ayuda en el proceso de educación. Y cuando todo el polvo se haya posado, confío en que podremos tener algo que se parezca a un gobierno decente. No podremos hacerlo en Aztlán, porque los de allí son como si los hubieran sacado del siglo dieciséis. No me sorprendería mucho si ellos fueran los mayores ladrones de terrenos.

»Esto no puede ser el conjunto de tierras sin gobierno en que se ha convertido la mayor parte de los Estados Unidos. En toda América del Norte creo que la única representación que queda de la democracia es la República de Nuevo México. Geográficamente es una insignificancia. Solamente controla el Nuevo México de otros tiempos. Pero parece que allí tienen los ideales que necesitamos. Y creo que muchos de mis antiguos amigos pensarán lo mismo.

»Y esto es sólo el principio, Wili. Esto no es más que el arreglo de nuestra casa. Los últimos cincuenta años han sido, en cierta manera, como una Edad Tenebrosa. Pero la tecnología ha hecho progresos. Vuestra electrónica está mucho más avanzada de lo que yo hubiera podido imaginar.

»Wili, la raza humana está el borde de algo grande. Dentro de unos cuantos años habremos colonizado los planetas interiores del sistema solar. Este sueño está todavía muy presente en la conciencia de la gente. He visto lo popular que es el juego de Celeste. Podemos convertir en realidad estos sueños, y de manera mucho más fácil que en el siglo veinte. Estoy segura de que, escondidas en la teoría de las burbujas, hay ideas que van a convertir esta hazaña en un hecho trivial.

Estuvieron hablando mucho tiempo; probablemente mucho más tiempo del que la atareada Allison había supuesto que iba a estar. Cuando Wili se fue, estaba más aturdido que cuando había llegado, pero sólo porque su mente estaba en las nubes. Iba a estudiar algo de física. Las matemáticas son el alma de todo, pero hay que tener algo a qué aplicarlas. Con su propia mente y con las herramientas que había aprendido a usar, podría hacer aquellas cosas en las que Allison soñaba. Y si los temores de Allison relacionados con los años siguientes se cumplían, también estaría allí para echar una mano.

FIN

Título originaclass="underline" The Peace War

Traducción: José María García

© 1984 By Vernor Vinge

© 1988, Ediciones B, S.A.

ISBN: 84-406-0022-1

Edición digital de Elfowar

Revisado por Umbriel R6 08/02