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—¿Por qué remas tan despacio, Abe? —le echó en cara Queridita.

Mr. Abe miró las negruzcas cabezas que se acercaban a la orilla y no dijo nada.

Chiss, chiss…

Chiss.

Mr. Abe encalló el bote en la playa y ayudó a bajar de él a Li y a la señorita Greta.

—Ve corriendo y prepárate para filmar —le susurró al oído la artista—. Cuando te diga «¡ahora!» empieza en seguida.

—Si ya no se ve nada —objetó Abe.

—Pues tendrá que iluminarte Judy. ¡Greta!

Mientras que Mr. Abe ocupaba su puesto junto a la cámara, la artista se dejó caer en la arena como un cisne moribundo, y la señorita Greta le arregló los pliegues de su dressing-gown.

—Que se me vean un poco las piernas —susurró la náufraga—. ¿Ya está? Pues vete. Abe, ¡ahora!

Abe empezó a darle vueltas a la manivela.

—Judy, ¡luz!

Pero la luz no se encendió. Del mar salían sombras tambaleantes que se acercaban a Li. Greta tuvo que taparse la boca para no gritar.

—¡Li! —gritó Mr. Abe— ¡huye, Li!

Naif, chiss, chiss, chiss… Li, Li, Abe…

Alguien preparó el revólver.

—¡Diablo, no disparen! —murmuró el capitán.

—¡Li! —gritó Abe dejando de rodar—. ¡Judy enciende!

Li, lentamente, con movimientos graciosos, se levantó y empezó a alzar sus brazos al cielo. El ligero dressing-gown resbaló de sus hombros. La blanca Li apareció levantando sus encantadores brazos sobre la cabeza, como hacen los náufragos al volver en sí de su desmayo. Mr. Abe hizo girar furiosamente la manivela.

—¡Caramba, Judy, enciende ya!

Chiss, chiss, chiss…

Naif, naif…

—Naif…

—A-be…

Las sombras negras se balanceaban y cerraban el círculo alrededor de la blanca Li. ¡Alto, alto!, ¡aquello no era un juego! Li ya no levantaba los brazos sobre su encantadora cabecita, sino que trataba de apartar algo de su cuerpo, gritando:

—Abe, Abe, ¡me han tocado!

En aquel momento todo quedó iluminado por una luz cegadora. Abe movió rápidamente la manivela, Fred y el capitán, con los revólveres preparados, corrieron hacia Li, que estaba en cuclillas, sollozando aterrorizada. Al mismo tiempo se vio correr a decenas y cientos de aquellas largas y oscuras formas que, aterradas por la luz, se precipitaban en la laguna. Dos marineros tiraron una red sobre una de las sombras que huía, a la vez que Greta se desmayó, desplomándose como un saco. Se oyeron dos o tres disparos; el mar se agitó como si estuviera en ebullición. Los marineros que sostenían la red estaban echados sobre algo que se retorcía y forcejeaba. De pronto, la luz en manos de la señorita Judy se apagó.

El capitán encendió su linterna de bolsillo.

—Niña, ¿no le ha ocurrido nada?

—¡Un bicho de ésos me ha tocado una pierna! —gimió Queridita—. Fred ¡ha sido algo tan terrible!

Mr. Abe se acercó también con su linterna.

—¡Ha sido magnífico, Li!, pero Judy debía haber iluminado antes —dijo.

—¡Si no quería encenderse! —gritó Judy—. ¿Verdad que no quería encenderse, Fred?

—Judy tenía miedo —trató de disculparla Fred—. Les juro que no lo ha hecho adrede, ¿verdad Judy?

Judy se sintió ofendida. Mientras tanto, se habían acercado los dos marineros, llevando en la red algo que se agitaba como un enorme pez.

—¡Aquí lo tiene, capitán! ¡Y vivito!

—El muy granuja… Nos tiraba una especie de veneno. Tengo las manos llenas de ampollas, y queman como el infierno.

—¡A mí también me tocó! —gimió la señorita Li—. Abe, enciende. ¿No tengo aquí alguna ampolla?

—No, no tienes nada, Queridita —le aseguró Abe, que hubiera besado muy a gusto su rodilla. Pero Queridita, preocupada, seguía restregándose la pierna.

—Era algo tan frío y desagradable… —se quejó Queridita.

—Ha perdido usted una perla, señorita —dijo de pronto uno de los marinos, entregando a Li una bolita que acababa de recoger de la arena.

—¡Dios mío, Abe! ¡Si me han traído otra vez perlas! —gritó la señorita Li—. ¡Muchachos, vengan a ayudarme a buscar perlas! Por aquí debe de haber una barbaridad de perlas, esos pobrecitos me las han traído. Son simpatiquísimos, ¿verdad, Fred? ¡Otra perla! ¡Y aquí!

Tres linternas volvieron sus círculos luminosos hacia el suelo.

—¡He encontrado una tremenda!

—¡Es mía! —gritó la señorita Li.

—¡Fred! —sonó la fría voz de Judy.

—¡En seguida! —respondió Fred, que estaba de rodillas en la arena.

—Fred, quiero volver al yate.

—Alguien te puede llevar —aconsejó Fred muy ocupado—. ¡Caramba, qué divertido es esto!

Tres hombres y una señorita, Queridita Li, se movían por la arena como enormes luciérnagas.

—¡Aquí hay tres perlas! —anunció el capitán.

—¿A ver, a ver? —gritó Li entusiasmada arrastrándose de rodillas hacia el capitán.

En aquel momento brilló la luz de magnesio y se oyó la manivela de la cámara cinematográfica.

—Bien, ahora sí que los he filmado —declaró vengativa Judy—. Será una magnífica fotografía para los periódicos. «La Alta Sociedad Americana busca perlas.» «Lagartos marinos arrojan perlas a la gente.»

Fred se sentó de pronto.

—¡Caramba! Judy tiene razón. Eh, chicos, debemos publicar esto en los periódicos.

Li se puso de pie.

—Judy es un encanto. Judy, por favor, rueda algunas escenas más, esta vez de frente.

—Perderías mucho, queridita —aseguró Judy.

—Niños, haríamos mejor en seguir buscando. Empieza la marea alta.

En la oscuridad, a la orilla del lago, se agitó una sombra negra. Li dio un grito horrorizada.

—Allí, allí…

Tres linternas enfocaron su luz hacia aquel lado. Era Greta que, de rodillas, buscaba perlas.

Li tenía en su regazo la gorra del capitán, que contenía 21 perlas. Abe servía licores y Judy atendía al gramófono. La hermosura de una noche estrellada brillaba sobre el eterno susurro del mar.

—Bien, ¿qué título vamos a ponerle? —preguntó Fred.

—LA HIJA DE UN INDUSTRIAL DE MILWAUKEE FILMA A LOS REPTILES FÓSILES.

—LAGARTOS ANTEDILUVIANOS RINDEN HOMENAJE A LA BELLEZA Y A LA JUVENTUD —propuso Abe poéticamente.

—EL YATE GLORIA PICKFORD DESCUBRE SERES DESCONOCIDOS —aconsejó el capitán—. O quizás EL MISTERIO DE LA ISLA DE TAHUARA.

—Eso serviría solamente para el subtítulo. El título debe decir mucho más.

—Quizá: BASEBALL FRED LUCHA CONTRA LOS MONSTRUOS —exclamó Judy—. Fred estaba formidable cuando se lanzó contra ellos. Lo que hace falta es que salga bien en el film.

El capitán tosió:

—Es que yo llegué antes, señorita Judy, pero no hablemos de eso. Yo creo que el título debe ser científico. Ha de ser sucinto y… en resumen, científico. ANIMALES PREDILUVIANOS EN UNA ISLA DEL PACÍFICO.

—¿Prediluvianos? —corrigió Fred—. ¿Prediluvianos? ¡Caramba!, ¿cómo se dice? Antediluvianos… antidiluvianos… anteluvianos… No, eso no puede ser. Hay que poner un título más sencillo, para que todo el mundo pueda pronunciarlo. Judy es un hacha en eso.

—Antediluvianos —dijo Judy.

Fred negó con la cabeza.

—Demasiado largo, Judy. Más largo que esos bichos, con cola y todo. El título ha de ser conciso, pero Judy es fantástica ¿no? ¡Dígalo usted, capitán! ¿Verdad que es magnífica?