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…En la isla Rakahanga tropezó la expedición, por primera vez, con huellas de las patas posteriores de una salamandra desconocida hasta ahora. Dichas huellas tienen cinco dedos, cuya longitud oscila entre 3 y 4 cm. Por el número de huellas encontradas en las playas de Rakahanga, ha de haber en dicha isla un verdadero hormiguero de las citadas salamandras. Por no haberse encontrado huellas de las patas delanteras (a excepción de una huella de cuatro dedos, seguramente de alguna salamandra pequeña, dedujo la expedición que estas salamandras andan, con toda probabilidad, sobre sus extremidades inferiores.

Queremos subrayar que en la islita de Rakahanga no existe ningún río ni pantano; estas salamandras deben vivir, pues, en el mar, y son con toda seguridad las únicas de su especie que habitan un ambiente pelágico. Es, desde luego, conocido, que el ajolote mejicano (Amblisto-ma mexicanum), habita en lagos de agua salada, pero sobre las salamandras pelágicas (que habitan en los mares), no encontramos referencia alguna ni siquiera en la obra clásica de W. KORNGOLD, Anfibios (Urodelos), Berlín, 1913.

…Esperamos hasta la caída del sol para poder cazar o, por lo menos ver, un ejemplar vivo, pero todo fue inútil. Con sentimiento abandonamos la encantadora islita de Rakahanga, en la que D. HERRERO consiguió encontrar una hermosa y nueva clase de chinche…

En la islita de Tongarewa tuvimos mucha más suerte. Esperamos en la playa con los fusiles preparados. A la caída de la tarde surgió de las aguas una cabeza de salamandra, relativamente grande y un poco aplastada. Al cabo de unos momentos empezaron a salir salamandras del mar y caminaron hacia la playa, balanceándose, pero bastante firmes en sus patas posteriores. Sentadas tenían una altura, aproximadamente, de un metro. Se sentaron formando un círculo y empezaron, con ciertos movimientos especiales, a retorcer la parte superior de su cuerpo como si bailasen. W. KLEINSCHMIDT se levantó para ver mejor. Al ruido, las salamandras volvieron las cabezotas y, por un momento, quedaron paralizadas. Luego se acercaron a él a bastante velocidad, produciendo sonidos guturales como si ladrasen. Cuando estaban ya a unos pasos de distancia, disparamos nuestros fusiles. Las salamandras huyeron precipitadamente y se zambulleron en el mar. Aquella tarde ya no volvieron a salir. En la playa quedaron, solamente, dos salamandras muertas y una con el espinazo roto, que emitía unos sonidos especiales como «o god, o god, o god». Más tarde murió, al abrirle W. KLEINS la cavidad torácica… (Sigue un informe anatómico detallado, que nosotros, legos en la materia, difícilmente comprenderíamos; los lectores especialistas pueden consultar el citado boletín).

De los informes arriba mencionados se desprende que se trata de un típico miembro de la familia de los anfibios urodelos, a la que, como es de todos conocido, pertenece el grupo de las verdaderas salamandras (Salamándridos), que abarca el grupo de los tritones y gallipatos y todos los anfibios pisciformes (ictioideos), incluidos los batracios branquíferos y la salamandra gigante. La salamandra descubierta en la isla de Tongarewa parece ser el pariente más cercano de la salamandra anfibia y, por muchos otros detalles, entre ellos su tamaño, recuerda a la salamandra gigante japonesa (Criptobranchus japonicus) y a la americana llamada «diablo del barro», distinguiéndose de ellas por tener los sentidos más desarrollados y las extremidades más fuertes, lo que le permite moverse con bastante habilidad en el agua y en tierra. (Siguen informes detallados sobre anatomía comparada).

Cuando estudiamos los esqueletos de los animales que habíamos matado, descubrimos algo muy interesante, y es que el esqueleto de estas salamandras coincide exactamente con las huellas fósiles del esqueleto de salamandra encontrado en una losa de ónice por el Dr. JOHANNES JAKUB SCHEUCHZER, y que describió en sus escritos, publicados en 1726, como «Homo diluvii testis».

A los lectores menos expertos les recordaremos que el citado Dr. SCHEUCHZER consideraba dicho fósil como los restos del hombre antediluviano. «Según la figura que adjunto» —escribía— «presentada al mundo erudito en un magnífico grabado en madera, se puede comprobar, sin lugar a dudas, que se trata del retrato del hombre que fue testigo del diluvio universal. No hay ni una sola línea a la que una imaginación exuberante tuviese que buscarle parecido con el hombre, sino, por el contrario, existe una completa armonía con las diferentes partes del esqueleto humano, al mismo tiempo que una simetría perfecta. La fotografía del hombre fósil, presentada en las primeras páginas, es un monumento a la humanidad extinguida, más antiguo que todos los túmulos romanos y griegos, y hasta egipcios, y de todo el Oriente en general.» Más tarde CUVIER reconoció en las huellas fósiles del ónice el esqueleto de una salamandra fosilizada, a la que se llamó Andrias Scheuchzeri Tschudi, y que fue considerada de una especie desaparecida hacía ya mucho tiempo. Por medio de una comparación osteológica conseguimos identificar nuestra salamandra con el antiguo y presunto desaparecido Andrias Scheuchzeri. El misterioso lagarto prehistórico, como se le llama en los periódicos, no es otra cosa que la salamandra fósil Andrias Scheuchzeri o, si es necesario aplicarle un nombre nuevo, Criptobran-chur Tinckeri, o sea, la salamandra gigante de Polinesia.

…Continúa siendo un misterio por qué esta salamandra tan interesante escapó a la atención de la ciencia a pesar de que, por lo menos en las islas Rakahanga y Tongarewa, del archipiélago de Manihiki, aparecen en gran número. Ni siquiera fueron nombradas por RANDOLPH y MONTGOMERY en su libro Dos años en el archipiélago Manihiki (1885). Los nativos de esos lugares aseguran que estos animales —a los que consideran venenosos— empezaron a aparecer hace solamente unos siete u ocho años. Cuentan que los «diablos marinos» saben hablar (!) y construyen, en los golfos donde viven, toda una serie de defensas y diques al estilo de ciudades submarinas. Dicen que en los golfos en que habitan el agua está todo el año en calma, como la de un estanque, y que edifican bajo el agua metros de pasadizos en los que viven durante el día. Por la noche salen a robar a los campos patatas, batatas y otros tubérculos, llevándose, al mismo tiempo, las azadas, picos y otras herramientas de los campesinos. La gente no los quiere y hasta les teme, por lo que, en muchos casos, han preferido abandonar el lugar y trasladarse a otros parajes. Seguramente se trata tan sólo de leyendas primitivas, habiendo sido exaltada, quizá, la imaginación de los nativos por el aspecto repugnante de estas grandes salamandras, que caminan como seres humanos.

También hay que citar con reserva las noticias de los viajeros y exploradores, según los cuales dichas salamandras aparecen también en otras islas además de en las Manihiki. Por el contrario, no cabe la menor duda de que las huellas de las patas posteriores, aparecidas recientemente en una playa de la isla de Tongatabu, según publicó el Capitán CROISSET en La Nature, son huellas de Andrias Scheuchzeri. Este descubrimiento es especialmente importante, porque enlaza los hallazgos en las islas Manihiki con la región australiana y neozelandesa, que guarda tantos residuos de la evolución de la fauna prehistórica. Recordemos, principalmente, el lagarto antediluviano Tuataru que, aún hoy, vive en la isla de Stephen. En estas islitas aisladas, poco habitadas por lo general y alejadas de la civilización, es posible que se hayan conservado ejemplares de este tipo de fauna, desaparecida en otros lugares. Al lagarto fosilizado Hatterrii hay que añadir ahora, gracias al señor J. S. TINCKER, la salamandra antediluviana. El buen Dr. JOHANNES JA-KUB SCHEUCHZER hubiera podido ver ahora la resurrección de su hombre de ónice…