—Espero que esto no volverá a repetirse, Gregs —dijo severamente Sir Charles—. De ahora en adelante, tendré mucho cuidado con usted, señor Gregs.
Algún tiempo después de este acontecimiento, estaba el director Sir Charles en animada conversación con el profesor Petrov sobre la, así llamada, inteligencia de los irracionales, los reflejos condicionados y la tendencia de la gente a exagerar el conocimiento de los animales. El profesor Petrov manifestó sus dudas sobre los caballos de Elberfelds que, según se decía, sabían no solamente contar, sino también extraer las raíces y elevar al cuadrado y al cubo. «Si eso no lo sabe ni un hombre con una cultura normal», pensaba el distinguido profesor. Sir Charles recordó a la salamandra habladora de Gregs.
—Yo tengo aquí una salamandra —comenzó indeciso—, la conocida Andrias Scheuchzeri, y ¿sabe usted que ha aprendido a hablar como un loro?
—¡Imposible! —dijo el erudito.
Y después de un momento, añadió:
—Las salamandras tienen la lengua pegada. —Venga usted a verla —dijo Sir Charles—. Hoy es día de limpieza, así que no habrá tanta gente.
Y fueron.
A la entrada del pabellón de las salamandras Sir Charles se detuvo. Dentro se oía el roce de la escoba contra el suelo y una voz monótona que silabeaba algo.
—Espere —cuchicheó Sir Charles Wiggan.
—¿Hay gente en Marte? —silabeaba la voz monótona.
—¿Quiere que se lo lea?
—Léeme cualquier cosa, Andy —contestaba otra voz.
—¿Quién ganará el Derby de este año, Pelharn-Beauty o Gobernador?
—Pelham-Beauty —contestó la otra voz—, pero sigue leyendo.
Sir Charles abrió silenciosamente la puerta. El señor Thomas Gregs barría el suelo con la escoba, y en el estanque con agua de mar estaba sentado Andrias Scheuchzeri que, despacio, con voz que parecía más bien un graznido, silabeaba ante un periódico vespertino que sostenía entre sus patas delanteras.
—¡Gregs! —llamó Sir Charles.
La salamandra se escondió inmediatamente bajo el agua.
El señor Gregs, asustado, dejó caer la escoba.
—¿Decía usted, señor?
—¿Qué significa esto?
—Le ruego que me disculpe, señor —tartamudeó el desgraciado Gregs—. Andy me lee mientras yo limpio, y cuando barre él, le leo yo.
—¿Y quién le ha enseñado?
—Ha aprendido él solo, señor. Yo… yo le doy el periódico para que no hable tanto. He pensado que más vale que aprenda a hablar como una persona culta.
—Andy —llamó Sir Charles Wiggan.
Del agua salió una cabezota negra.
—Diga usted, señor —graznó.
—Ha venido a verte el profesor Petrov.
—Mucho gusto, señor. Soy Andy Scheuchzeri.
—¿Y cómo sabes que te llamas Andrias Scheuchzeri?
—Está escrito aquí, señor. Andrias Scheuchzeri, Islas Gilbert.
—¿Y lees la prensa muy a menudo?
—Sí, señor. Cada día.
—¿Y qué te interesa más del periódico?
—La información de tribunales, las carreras de caballos y el fútbol.
—¿Has visto alguna vez jugar al fútbol?
—No, señor.
—¿O las carreras de caballos?
—Tampoco, señor.
—Entonces, ¿por qué lo lees?
—Porque está en el periódico, señor.
—¿No te interesa la política?
—No, señor. ¿HABRÁ GUERRA?
—Eso nadie lo sabe, Andy.
—Alemania está construyendo un nuevo tipo de submarino —dijo Andy preocupado—. Los rayos de la muerte pueden convertir una fortaleza en un desierto.
—¿Eso lo has leído en el periódico también? —preguntó Sir Charles.
—Sí, señor. ¿ Ganará el Derby Pelham-Beauty o Gobernador?
—¿Qué te parece a ti, Andy?
—Gobernador, señor. Pero el señor Gregs cree que ganará Pelham-Beauty. —Andy movió su cabezota.
—Compre usted mercancía inglesa, señor. Los tirantes Sni-der, ¡los mejores! ¿Ha comprado usted ya un nuevo seis cilindros Tancred Júnior? ¡Rápido, económico, elegante!
—Gracias, Andy. Eso basta.
—¿Qué artistas cinematográficos son sus preferidos?
Al profesor Petrov se le erizaron los cabellos y el bigote.
—Perdone, Sir Charles —balbuceó— pero debo marcharme ya.
—Está bien, vamos. Andy, ¿te sabría mal que vinieran a visitarte unos cuantos hombres de ciencia? Creo que les interesaría hablar contigo.
—Tendré mucho gusto, señor —medio graznó la salamandra—. ¡Hasta la vista, Sir Charles! ¡Hasta la vista, profesor!
El profesor estaba nervioso y escapó dando resoplidos y hablando solo.
—Perdón, Sir Charles —dijo finalmente—. ¿Podría usted enseñarme algún animal que no lea periódicos?
Los hombres de ciencia que fueron a visitar a Andy eran: Sir Bertram Dash, Doctor en Medicina, el profesor Ebbigham, Sir Oliver Dodge, Julián Poxley y otros. Citaremos, solamente, parte del informe de sus experimentos con Andrias Scheuchzeri.
—¿Cómo se llama usted?
Respuesta: Andrew Scheuchzeri.
—¿Qué edad tiene?
Respuesta: Eso no lo sé. ¿Quiere parecer joven? Use corsets Libella.
—¿Qué día es hoy?
Respuesta: Lunes. Hace buen tiempo, señor. Este sábado correrá Gibraltar en Epsom.
—¿Cuánto es tres por cinco?
Respuesta: ¿Por qué?
—¿Sabe usted contar?
Respuesta: Sí, señor. ¿Cuánto es diez y siete por veintinueve?
—Déjenos preguntar a nosotros, Andrew. Nómbrenos algún río de Inglaterra.
Respuesta: El Támesis.
—¿Algún otro?
Respuesta: El Támesis.
—No sabe otros, ¿verdad? ¿Quién gobierna en Inglaterra?
Respuesta: El rey Jorge, ¡Dios lo bendiga!
—Está bien, Andy. ¿Cuál es el mejor escritor inglés?
Respuesta: Kipling.
—Muy bien. ¿Ha leído algo de él?
Respuesta: No. ¿Les gusta a ustedes Mae West?
—Preferimos ser nosotros los que hagamos las preguntas, Andy. ¿Qué sabe sobre la historia de Inglaterra?
Respuesta: Les puedo hablar sobre Enrique VIII.
—¿Y qué puede decirnos sobre él?
Respuesta: Que es la mejor película de la última temporada. Fastuosa presentación, extraordinario espectáculo.
—¿La ha visto usted?
Respuesta: No la he visto. ¿Quiere conocer Inglaterra? Cómprese un Ford Baby.
—¿Qué preferiría ver usted más que nada?
Respuesta: Las regatas Oxford-Cambridge, señor.
—¿Cuántas son las partes del mundo?
Respuesta: Cinco.
—Muy bien. Nómbrelas.
Respuesta: Inglaterra y las otras.
—¿Cuáles son las otras?
Respuesta: Los bolcheviques, los alemanes e Italia.
—¿Dónde están las Islas Gilbert?
Respuesta: En Inglaterra. Inglaterra no estará atada de pies y manos en su fortaleza. Inglaterra necesita diez mil aviones. Visiten las playas del Sur de Inglaterra.
—¿Nos permite que le miremos la lengua?