—Además, hace perfectamente un nudo en una cuerda —anunció el hombrecito. Y le dio una cuerda sucia. El animal la sostuvo algún tiempo entre sus dedos y luego hizo un magnífico nudo.
—Ahora tocará el tambor y bailará —cacareó el hombrecito, dándole al animal un tambor y unos palillos. El animal dio algunos golpes en el tambor y contoneó la parte superior de su cuerpo. Al hacerlo, se le cayó un palillo al agua.
—¡Aparta, estúpida! —exclamó el hombrecito recogiéndolo—. Y este animal —añadió aumentando la solemnidad de su voz— es tan inteligente y listo que sabe hablar como cualquier persona. —Al decir esto, batió palmas.
—Guten Morgen —graznó el animal guiñando dolorosa-mente sus párpados—. Buenos días.
El señor Povondra casi se asustó, pero a Frantik no le causó la menor impresión.
—¿Qué se le dice al distinguido público? —le preguntó secamente el hombrecito.
—¡Bienvenidos! —dijo la salamandra inclinándose. Sus agallas se abrieron convulsivamente.
—Wellcome, Benvenuti.
—¿Sabes contar?
—Sé.
—¿Cuánto son seis por siete?
—Cuarenta y dos —contestó con dificultad la salamandra.
—¿Lo ves, Frantik, qué bien sabe contar? —advirtió papá Povondra.
—Señoras y caballeros —cacareó nuevamente el hombrecito—, ustedes mismos pueden hacerle las preguntas que gusten.
—Anda, Frantik, ¡pregúntale algo! —le animó el señor Povondra.
Frantik empezó a contonearse sin saber qué hacer.
—¿Cuánto son ocho por nueve? —exclamó por fin. Seguramente, esto le parecía lo más difícil de saber.
La salamandra contestó lentamente.
—Setenta y dos.
—¿Qué día es hoy? —preguntó Povondra.
—Sábado —fue la respuesta.
El señor Povondra movió la cabeza admirado.
—¡De verdad! ¡Lo mismo que un hombre! ¿Cómo se llama este pueblo?
La salamandra abrió el hocico y cerró los ojos.
—Ya está cansada —explicó el hombrecito—. ¿Cómo te despides de los señores?
La salamandra se inclinó.
—Mis respetos. Muchísimas gracias. Adiós. Hasta la vista —y, rápidamente, se escondió en el agua.
—Es un… es un animal verdaderamente extraordinario —dijo con admiración el señor Povondra. Pero como, a pesar de todo, tres coronas le parecía demasiado dinero, preguntó todavía al hombrecito—: ¿Y no tiene usted nada más por aquí que pudiera enseñar a este niño?
El hombrecito estiró el labio inferior con perplejidad.
—Eso es todo —dijo—. Antes tenía monas, pero con ellas siempre ocurre lo mismo —explicó poco preciso—. Como no quiera usted que le enseñe a mi mujer… Antes era la mujer más gorda del mundo. ¡Maruska, ven aquí!
Maruska se levantó con dificultad.
—¿Qué quieres?
—Ven a que te vea este señor.
La mujer más gorda del mundo inclinó la cabeza hacia un lado con coquetería, adelantó una pierna y se levantó la falda por encima de la rodilla. Apareció una media roja de lana y de ella se veía sobresalir algo así como un jamón.
—La circunferencia de la pierna, por arriba, es de 80 cm. —explicó el hombrecillo—, pero hoy, con tanta competencia, Maruska ya no es la mujer más gorda del mundo.
El señor Povondra se llevó rápidamente al maravillado Frantik.
—Beso a usted la mano —graznó aquello negruzco del baño—. Venga usted a vernos otra vez. Auf wiedersehen.
—Bien, Frantik, dime, ¿has aprendido algo? —preguntó papá Povondra a su hijito cuando salieron a la calle.
—He aprendido mucho, papá —respondió Frantik—. Papá, ¿por qué llevaba esa señora las medias rojas?
CAPÍTULO XI
Sobre los lagartos humanos
Sería exagerado decir que en aquella época no se hablaba ni se escribía de otra cosa que de las salamandras. También se comentaba y escribía sobre la futura guerra, sobre la crisis económica, los partidos de fútbol, las vitaminas y la moda. Pero las salamandras eran uno de los puntos preferidos y trataba sobre ellas toda clase de gente, a veces no muy experta. Por ello, el destacado erudito profesor Dr. Vladimir Uher (de la Universidad de Brno) escribió un artículo en el Lidoré Noviny en el que señalaba lo siguiente: «El hecho de que Andrias Scheuch-zeri pueda hablar articuladamente no es, ni más ni menos, que lo que estamos acostumbrados a considerar normal en los papagayos. Mucho más interesantes, desde el punto de vista científico, son otras cuestiones referentes a este anfibio. El misterio de Andrias Scheuchzeri es muy diferente; por ejemplo, de dónde ha salido y cuál es su lugar de origen, en el que ha vivido toda esta época geológica. Por qué fue desconocido durante tanto tiempo, cuando ahora anuncian haberlo visto en grandes cantidades en casi toda la línea ecuatorial del Océano Pacífico. Parece ser que, en los últimos tiempos, se multiplicaba de manera extraordinaria. ¿De dónde ha surgido esa vitalidad en este monstruo de la época terciaria que, hasta hace poco, estaba completamente escondido en regiones esporádicas y llevaba una existencia topográficamente aislada? ¿Cambiaron, quizá, las condiciones de vida de esta salamandra fósil, en un sentido biológicamente favorable, de forma tal que, para los descendientes de aquel extraordinario monstruo del mioceno, llegó una época de evolución? Si es así, no está descartado el que Andrias Scheuchzeri no sólo se multiplique rápidamente, sino que se desarrollen sus cualidades, y nuestra ciencia tendrá una ocasión única de asistir, por lo menos, en un ser viviente, a una segunda e inmensa mutación de la Historia «in actu». Eso de que Andrias Scheuchzeri grazne unas cuantas decenas de palabras y haya aprendido a hacer algunas cosas que a los profanos les parecen manifestaciones de inteligencia no es, desde el punto de vista científico, ningún milagro. Lo que considero un verdadero milagro es ese poderoso afán de multiplicarse que tan de repente y con tanto ímpetu revivió la apagada existencia de ese ser de evolución atrasada y ya casi desaparecido. Hay que advertir algunas circunstancias especiales: Andrias Scheuchzeri es la única salamandra que vive en el mar y —todavía más extraño— la única que se presenta en la región etiópico-australiana, en la mítica Lemuria. ¿No podríamos casi decir que la Naturaleza quiere ahora volcar su gracia sobre unos seres vivos a los que había olvidado casi por completo? Y además, sería extraño que en la región de los océanos, situada entre la Gran salamandra japonesa por una parte, y el «diablo del barro» por la otra, no hubiese ningún eslabón que los uniera. Si el Andrias no existiera, el lugar que habríamos fijado como el de su pasada existencia sería, precisamente, la región donde ha aparecido ahora. Parece como si, de repente, ocupase el lugar en el que, según los geógrafos y las condiciones de evolución, vivía en tiempos prehistóricos. Sea como sea, —concluía el erudito profesor—, en esta resurrección de la salamandra miocénica vemos con respeto y admiración que el Genio de la evolución en nuestro planeta todavía no ha terminado su obra creadora.»
Este artículo se publicó a pesar de las silenciosas pero enérgicas protestas de la redacción de que dichas disertaciones tan eruditas no correspondían en realidad a los periódicos. Por aquellos días el profesor Uher recibió una carta de uno de los lectores de su artículo. Decía lo siguiente:
Muy ilustre señor:
El año pasado compré una casa en la plaza de Cáslav. Al recorrer las diferentes habitaciones encontré, en una caja que había en el portal, viejos e interesantes documentos científicos, como, por ejemplo, dos años completos de la revista Hyllos, de 1821-22. Los mamíferos de Jan Svatopluk Presl, Fundamentos de la Naturaleza o la Física de Vojtech Sedlácek, diecinueve años completos de la revista Paso y trece años de la Revista del Museo Central Checo. En una traducción de Prelov de la obra de Cuvier Disertaciones sobre los cambios de la corteza terrestre (del año 1834), encontré como señal un recorte de algún periódico antiguo, en el que leí un informe sobre una especie rara de reptiles.