El coronel D. W. Bright dice que deberían venderse o alquilarse solamente las salamandras machos, para que no pudieran multiplicarse fuera de las colonias propiedad de la Sociedad.
El director Volavka no puede asegurar que las granjas de salamandras sean propiedad de la Sociedad. No se puede tener o comprar un pedazo de fondo del mar. La cuestión legal de a quién pertenecen realmente las salamandras que viven en aguas territoriales, digamos por ejemplo, de Su Majestad la reina de Holanda, es muy insegura y podría llevar a una serie de disputas. (Intranquilidad.) En la mayoría de los casos, ni siquiera tenemos asegurado el derecho a la pesca; de hecho, señores, nuestras granjas de salamandras de las islitas del Océano Pacífico han sido organizadas de extranjís. (Creciente intranquilidad.)
J. Gilbert contesta al coronel Bright que, según las experiencias adquiridas hasta ahora, las salamandras machos aisladas pierden, al cabo de algún tiempo, su energía y capacidad de trabajo; se hacen perezosas, indolentes y, muchas veces, mueren de nostalgia.
Von Frisch pregunta si no sería posible castrar a las salamandras antes de venderlas.
J. Gilbert: Eso sería demasiado complicado. Sencillamente, no podemos evitar que las salamandras que vendamos se multipliquen.
S. Weissberger pide, como miembro de la Sociedad Protectora de Animales, que la futura venta de salamandras se verifique en forma que no ofenda los sentimientos humanos.
J. Gilbert agradece la advertencia. Se comprende que la caza y transporte de las salamandras será confiada, solamente, a personal especializado, que estará bajo cierto control. Pero, desde luego, no podemos responder sobre cómo tratarán a los animales sus compradores.
S. Weissberger declara que está satisfecho de las explicaciones del vicepresidente Gilbert. (Aplausos.)
G.H. Bondy: «Señores, tenemos que abandonar la idea de que, en el futuro, podamos mantener el monopolio de las salamandras. Por desgracia, según las leyes en vigor, no podemos patentarlas». (Risas.) «Nuestra posición privilegiada en este comercio de las salamandras, debemos y podemos asegurarla de otra forma. Desde luego, una condición necesaria para ello es que nuestro negocio continúe con otro estilo y con una amplitud mucho mayor que hasta ahora.» (¡Oigan!) «Aquí tengo, señores, todo un libro de acuerdos preliminares. El Consejo de Administración propone que sea creado un nuevo trust vertical, bajo el título de “Sindicato de las Salamandras”. Serían miembros del Sindicato de las Salamandras, además de los componentes de nuestra Sociedad, determinadas grandes empresas y fuertes grupos financieros. Por ejemplo: una determinada empresa produciría utensilios de acero, patentados, para las salamandras. (¿Quiere usted decir la M. E. A. T.?) Sí, señor, me refería a la M. E. A. T. Además determinada fábrica de productos químicos y alimenticios produciría alimentación patentada, muy barata, para las salamandras. Una sociedad de transporte hará patentar —haciendo uso de las experiencias adquiridas hasta la fecha— un tanque especialmente higiénico para el transporte de las salamandras; un trust de compañías de Seguros tomará a su cargo asegurar los animales comprados contra riesgos de heridas y muerte durante la duración del transporte hasta el lugar de trabajo. Además, están también interesadas en esta gran empresa destacadas industrias de exportación y hacienda que, por razones especiales, no nombraré ahora. Quizá sea suficiente si les digo, señores, que este Sindicato dispondría, para empezar, de cuatrocientos millones de libras esterlinas». (Emoción.) «Este legajo, señores, está compuesto de contratos que bastaría sólo firmar para que surgiese una de las mayores organizaciones económicas de nuestra época. El Consejo de Administración les pide, señores, que le concedan plenos poderes para fundar esta enorme empresa, cuya tarea será la reproducción racional y la explotación de las salamandras». (Aplausos y voces de protesta.)
«Señores, hagan el favor de considerar las ventajas de esta colaboración. El Sindicato de las Salamandras no proporcionará solamente salamandras, sino también todas las herramientas que ellas necesitan para su trabajo; además, los productos para su alimentación, o sea, maíz, fécula, sebo y azúcar para miles de millones de salamandras. Hay que añadir a esto el transporte, el seguro, la atención veterinaria, etc., a precios mucho más bajos, que nos proporcionarán, si no el monopolio, por lo menos una segura ventaja ante la competencia posible. ¡Que pruebe a competir alguien con nosotros, señores! ¡No sería por mucho tiempo!» (¡Bravo!) «Pero no sólo eso: el Sindicato de las Salamandras proporcionará toda clase de material para los trabajos en el agua y bajo el agua que ejecutarán las salamandras. Por lo tanto, nos respaldarán también la industria pesada, las fábricas de cemento, de madera para construcciones…» (¡Todavía no sabe usted cómo van a trabajar las salamandras!) «Señores, en estos momentos trabajan doce mil salamandras en el puerto de Saigón, en nuevas dársenas, estanques y muelles». (¡Eso no nos lo había dicho!) «No. Es la primera prueba en grande. Este ensayo, señores, se ha realizado con un resultado sumamente satisfactorio. Hoy, el porvenir de las salamandras ya no ofrece lugar a dudas». (Entusiastas aplausos.)
»Y no solamente eso, señores. Con lo dicho, las tareas del Sindicato de las Salamandras están lejos de verse agotadas. El Sindicato de las Salamandras se dedicará también a buscar en todo el mundo trabajo para millones de salamandras. Presentará planes e ideas para dominar el mar. Propagará la utopía y los sueños fantásticos. Presentará proyectos para nuevas costas y nuevos canales, para la construcción de diques que unan los continentes, para toda una cadena de islas artificiales al servicio de los vuelos transoceánicos, para nuevos continentes construidos en medio de los mares. ¡Allí está el porvenir de la humanidad! Señores, cuatro quintas partes de nuestro globo están cubiertas de agua; sin duda, es demasiado. La superficie de nuestro planeta, el mapa de los mares y las tierras debe rectificarse. Nosotros vamos a proporcionar al mundo los obreros del mar, señores. Esto ya no será el estilo del capitán van Toch. El cuento de aventuras sobre perlas y corales lo sustituiremos por un himno al trabajo. ¡O vamos a ser simples tenderos, o vamos a ser creadores! Pero si no pensamos en los continentes y en los océanos, no habremos estado a la altura de nuestras posibilidades. Aquí, señores míos, se ha hablado del precio al que se debe vender una pareja de salamandras. Me gustaría que pensáramos en los miles de millones de salamandras, en los millones y millones de unidades de fuerza de trabajo, en la transformación de la corteza terrestre, en nuevos génesis y nuevas épocas geológicas. Hoy ya podemos hablar de una nueva Atlántida, de viejos continentes que avanzarán más hacia el mundo marino, de Nuevos Mundos que se edificará la Humanidad por sí misma. Perdonen, señores, quizá les parezca utopía. Sí, entramos realmente en la UTOPÍA. ¡Ya estamos en ella, amigos! Debemos solucionar el futuro de las salamandras, solamente, en su aspecto técnico». (¡Y económico!)
»Sí. Hablemos de la parte económica. Señores, nuestra Sociedad es demasiado pequeña para poder explotar, ella sola, millones y millones de salamandras. No somos suficientes para ello ni económica ni políticamente. Si se ha de cambiar el mapa de la tierra y de los mares, se interesarán también en este asunto grandes potencias, señores. Pero de eso no hablaremos ahora ni nombraremos a las altas personalidades que demuestran, ya hoy, sus simpatías hacia nuestra Sociedad. Les ruego, sin embargo, señores, que no pierdan de vista el inmenso alcance de la cuestión sobre la que van a votar.» (Entusiastas y prolongados aplausos. Gritos de ¡Bravo! y ¡Formidable!)