(Los ensayos de la señorita Kistemaeckers han sido completados por un interesante experimento del erudito Abate Bontempelli. Dicho Abate secó y molió la masa fecundante del macho, añadiéndola al agua en que se encontraban las hembras. Éstas empezaron a poner huevos fecundados. El mismo resultado obtuvo cuando secó y molió el aparato genital del macho Andrias, o cuando hizo un extracto de dicho aparato con alcohol y lo derramó en el recipiente en que vivían las hembras. Y también se produjo el mismo efecto con extracto de sesos y hasta con extracto de las glándulas de la piel de Andrias exprimidas en la época del celo. En todos los casos citados, la hembra no reaccionaba al principio a dichos compuestos, pero al cabo de unos momentos empezaba a perder interés por la comida y quedaba inmóvil en el agua. Después de unas horas empezaba a poner huevos, envueltos en una sustancia gelatinosa, del tamaño de los excrementos de una cucaracha…)
En relación con esto, presentaremos también el extraño rito llamado “Danza de las salamandras”. (No nos referimos a la Salamander-dance, que se puso de moda hace unos años, particularmente entre la alta sociedad y que fue considerada por el obispo de Hiramo como “la danza más repugnante de que he oído hablar en mi vida”.) En las noches de plenilunio (menos en la época del celo), salían los Andrias, pero sólo los machos, a la orilla del mar y allí en la playa se sentaban en corro y empezaban a retorcer y contonear la parte superior de su cuerpo, con un movimiento ondulatorio. Este movimiento era característico de estas grandes salamandras también en otras circunstancias. Pero durante la llamada “danza” se entregaban a él salvaje y ferozmente y hasta el agotamiento, como derviches danzantes. Algunos expertos consideraban estos movimientos locos, este retorcerse y cambiar de un pie a otro, como un culto a la luna y, por lo tanto, como un rito religioso. Otros, por el contrario, veían en ello una danza erótica y la explicaban, precisamente, por las especiales reglas sexuales de que hemos hablado anteriormente. Hemos dicho que, en el Andrias, el elemento fecundador es, en realidad, un milieu sexual, un medio colectivo e impersonal entre los machos y las hembras. También se dijo que las hembras aceptan estas relaciones impersonales con mucha más naturalidad que los machos, quienes —seguramente, con un sentido de la fatuidad y el aire de dominación masculino— quieren, por lo menos, conservar una especie de triunfo sexual y, por ello, juegan a cortejar y a la posesión matrimonial. Es una de las mayores ilusiones eróticas, curiosamente complementada por estas grandes fiestas de los machos, que no son más que un esfuerzo instintivo de convencerse a sí mismos de que son el Colectivo Masculino. Con esta danza en común vencen la atávica y absurda ilusión del individualismo sexual del macho; ese movimiento circular, embriagador y frenético, no es otra cosa que el Macho Colectivo, el Novio Común, el Gran Copulador, que ejecuta su solemne danza de alianza y se entrega a un gran rito nupcial, sin la participación, ¡cosa extraña!, de la hembra que, mientras tanto, está mordisqueando un pez o una sepia. El famoso Charles Powell, que llamó a estas fiestas de las salamandras “La danza del principio masculino”, escribe además: “¿Y no son acaso estos ritos comunes de las salamandras, la misma raíz y fuente de su extraordinario colectivismo? Tengamos en cuenta que el verdadero colectivismo lo encontramos solamente en aquellos animales en los que la vida y el desarrollo no están basados en una pareja sexuaclass="underline" abejas, hormigas y termitas. La asociación de las abejas se puede expresar por las palabras: Yo Colmena Materna. La de las salamandras se expresa en una forma completamente diferente: Nosotros Principio Masculino. Todos los machos que en un momento dado expelen en conjunto el medio sexual procreador, son ese Gran Macho que penetra en el seno de la hembra y la fecunda. Su paternidad es colectiva y, por ello, su naturaleza es colectiva y se manifiesta en actos comunes, mientras que las hembras, ocupadas en poner los huevos, llevan hasta la siguiente primavera una vida más o menos interesante y solitaria. Solamente los machos son la comunidad, solamente ellos ejecutan las tareas en común. En ninguna raza animal desempeñan las hembras un papel tan secundario como en los Andrias: están al margen de las actividades comunes y, desde luego, tampoco demuestran demasiado interés por ellas. Su momento empieza cuando el Principio Masculino expele en el agua en que viven ese ácido químico, casi imperceptible, pero lleno de vida, que hace efecto hasta en las más fuertes mareas, altas y bajas. Es como si el mismo océano se convirtiese en un macho, que fecunda en sus orillas millones de embriones.
A pesar del orgullo tradicional de los gallos —prosigue Charles J. Powell—, la naturaleza concedió, en la mayoría de las especies vivientes, cierta ventaja vital a las hembras. Los machos están en el mundo solamente para disfrutar y matar. Son engreídos y grandes individualistas, mientras que la hembra representa a la raza con su fuerza y sus actividades fijas. En Andrias (y, muchas veces, también en el hombre), las relaciones son básicamente diversas. La creación de la asociación y solidaridad masculinas da al macho cierta ventaja biológica, ya que él fija el desarrollo de “otro ser” en mayor medida que la hembra. Quizá precisamente por esa interesante dirección masculina del desarrollo se hace tan valiosa en el Andrias la técnica, o sea, la típica disposición masculina. Andrias ha nacido técnico, con una inclinación hacia las grandes empresas colectivas. Este rasgo secundario del sexo masculino, o sea, su talento técnico y su sentido de organización, se desarrolla en él tan rápidamente y con tanto éxito que podríamos hablar de un fenómeno de la naturaleza si no supiéramos que sus poderosos motivos son los determinantes sexuales. Andrias Scheuchzeri es un animal que en nuestra época está superando técnicamente hasta al hombre mismo y esto sólo en virtud de factores naturales, por haber llegado a crear una colectividad masculina.