Después de todo, es natural que las salamandras dejasen de ser una sensación al haber en el mundo millones de ellas. El interés que despertaban en la gente cuando todavía eran una especie de novedad, tuvo también eco, durante algún tiempo, en las películas cómicas («Sally y Anda, dos buenas salamandras»); y en los cabarets, las cantantes que tenían una voz especialmente mala se presentaban vestidas de salamandra, expresándose gramaticalmente mal y cantando como en una especie de graznido. En cuanto las salamandras se convirtieron en algo habitual cambió, por decirlo así, su problemática.[11] La verdad es que la gran sensación que despertaban, languideció, para hacerle sitio a otra cosa, hasta cierto punto mucho más sólida: El problema de las salamandras. Como ha ocurrido ya muchas veces en la Historia, la abanderada del problema de las salamandras fue la señora Louise Zimmerman, una mujer, directora de un pensionado femenino de Lausana, la que con extraordinaria energía e incansable entusiasmo propagaba por todo el mundo su noble lema: ¡Dad a las salamandras la debida educación escolar! Largo tiempo tropezó con la incomprensión del público, mientras llamaba la atención incansablemente sobre la natural disposición de las salamandras para aprender, y sobre el peligro que podría correr la civilización moral y razonable. «Tal como se extinguió la cultura romana bajo la invasión de los bárbaros, se extinguiría también nuestra cultura si hubiera una isla en el mar con seres a los que se hubiese impuesto un yugo espiritual que les impidiera su participación en los más altos ideales de la humanidad de nuestros días.» Estas palabras las pronunció proféticamente en las seis mil trescientas cincuenta conferencias que dio en clubes femeninos por toda Europa y América, lo mismo que en el Japón, China, Turquía y otros países. «Si queremos mantener la cultura, decía, ha de ser por medio de la instrucción de todos. No podemos disfrutar tranquilamente de los frutos de nuestra civilización y de nuestra cultura, mientras existan a nuestro alrededor millones y millones de seres desgraciados e inferiores, mantenidos artificialmente en estado de animalidad. Lo mismo que el lema del siglo diecinueve fue «la liberación de la mujer», la consigna de nuestra época ha de ser ¡DAD A LAS SALAMANDRAS LA DEBIDA EDUCACIÓN ESCOLAR!». Etcétera. Gracias a su elocuencia y tenacidad increíbles, movilizó Madame Louise Zimmerman a las mujeres de todo el mundo, consiguiendo la suficiente ayuda económica para crear en Beaulieu (cerca de Niza), el Primer Liceo para Salamandras, en el que los renacuajos de las salamandras que trabajaban en Marsella y Tolón aprendieron lengua y literatura francesas, retórica, urbanidad, matemáticas e historia de la cultura[12].
Menor éxito tuvo la Escuela para Salamandras de Mentón, en la que ciertos cursos, especialmente los de música, cocina dietética y trabajo manual delicado (en los que insistía madame Zimmerman por motivos pedagógicos), tropezaban con la falta de interés, por no decir la oposición, de las jóvenes salamandras del liceo. Por otra parte, el primer ensayo público con las jóvenes salamandras tuvo tanto éxito que inmediatamente después se organizó (financiada por la Sociedad Protectora de Animales), la «Politécnica Marina para Salamandras» en Cannes, y la «Universidad de las Salamandras» en Marsella. En ésta fue donde, más tarde, obtuvo la primera salamandra el grado de Doctor en Derecho.
La cuestión de la educación de las salamandras empezó entonces a extenderse rápidamente y por vías normales. A las ejemplares «Escuelas Zimmerman» opusieron, maestros más progresistas, toda una serie de importantes objeciones. Principalmente, se aseguraba que para la educación de las salamandras adolescentes no eran apropiados los métodos que la vieja escuela humanista aplicaba a la enseñanza de los jóvenes humanos. Se rechazaba decididamente la enseñanza de literatura e historia, recomendándose que el mayor espacio y tiempo fuese dedicado a asignaturas prácticas y modernas, como ciencias naturales, trabajo en talleres escolares, preparación técnica, gimnasia, etc. Ésta, así llamada, Escuela de Reforma, o sea, Escuela para la Vida Práctica, fue criticada apasionadamente por los representantes de la enseñanza clásica, que declararon que la salamandra puede aproximarse a la cultura humana solamente a base del latín, y que no basta que aprendan a hablar si no les enseñamos a recitar versos y a pronunciar discursos con la exacta pronunciación ciceroniana. Hubo largos y exaltados debates sobre este asunto, que se solucionó, finalmente, nacionalizando las escuelas para la juventud humana, de manera que se aproximasen, lo más posible, a los ideales de la Escuela de Reforma para Salamandras.
Era natural que también en otros Estados se alzasen voces pidiendo educación escolar para las salamandras, bajo control estatal. Esto ocurrió gradualmente en todos los Estados marítimos (a excepción, desde luego, de Gran Bretaña). Y como estas escuelas para salamandras no estaban trabadas por las viejas tradiciones clásicas de las escuelas para humanos y, por lo tanto, podían usar los métodos más modernos y psicotécnicos, educación técnica, instrucción premilitar y otras posibilidades pedagógicas, se convirtieron en las escuelas más modernas y científicas del mundo, lo que era motivo justificado de envidia de todos los pedagogos y escolares humanos.
Al mismo tiempo que el de la enseñanza de las salamandras, se presentó el problema del idioma. ¿Cuál de las lenguas mundiales debían aprender con preferencia las salamandras? Las originarias de las islas del Océano Pacífico se expresaban en pidgin-english, según lo habían aprendido de los indígenas y marineros; muchas hablaban malayo o algún dialecto del lugar. Las salamandras criadas para el mercado de Singapur eran inducidas a hablar el basic-english, ese inglés simplificado científicamente, que se expresa con unos cuantos cientos de palabras, sin los antiguos rodeos gramaticales. Por ello, este inglés estandarizado empezó a llamarse Sala-mander-english. En las ejemplares Escuelas Zimmerman se expresaban las salamandras en el idioma de Corneille, no por motivos nacionalistas, sino porque así corresponde a la cultura superior. Por el contrarío, en las Escuelas Reformadas se aprendía el esperanto, como lengua más comprensible. Además de esto, surgieron en aquella época unas cinco o seis nuevas lenguas «universales», que pretendían reemplazar la confusión babilónica de los idiomas humanos y dar una lengua materna única a los hombres y a las salamandras; hubo, sin embargo, muchas controversias sobre cuál de estas lenguas internacionales era más apropiada, más agradable al oído y más universal. Finalmente, se decidió que cada país propagase la lengua universal que más le convenía[13]. Con la nacionalización de las escuelas para salamandras todo el asunto quedó simplificado. Cada nación enseñó a sus salamandras en su idioma respectivo. Aunque Andrias aprendía las lenguas extranjeras con relativa facilidad y entusiasmo, su capacidad lingüística presentaba algunas imperfecciones debido, no solamente a la construcción de sus órganos vocales, sino más bien, a un motivo psíquico. Así, por ejemplo, pronunciaba con dificultad las palabras largas de muchas sílabas, y trataba de reducirlas a una sola, que pronunciaba corta y, en cierto modo, graznante. Decía «1» en vez de «r» y ceceaba un poco. Se comía los finales de palabra, nunca aprendió a distinguir entre «yo» y «nosotras» y no le importaba si una palabra era femenina o masculina (quizá esto era una manifestación de su frialdad sexual fuera de la época de apareamiento). En resumen, cada idioma quedaba característicamente reformado al hablarlo las salamandras, racionalizándolo en cierto modo, en una forma más sencilla y rudimentaria. Es digno de atención que sus neologismos, su pronunciación y su primitiva gramática empezaron a influir rápidamente, por una parte, en la gente de los puertos y, por otra, en la así llamada «buena sociedad». De allí se extendió esta manera de expresarse a los periódicos y, de pronto, se hizo popular. Hasta entre la gente pudiente empezaron a desaparecer los géneros gramaticales, se eliminaron las terminaciones y las declinaciones. Los jovencitos empezaron a pronunciar «1» en lugar de «r» y a cecear. Difícilmente se hubiera encontrado alguien, aun entre la gente culta, que supiese el significado de «indeterminismo» o de «trascendente», sencillamente porque estas palabras se habían convertido en demasiado largas e impronunciables. En resumen, mejor o peor, las salamandras sabían hablar en todas las lenguas del mundo, según la zona costera en que viviesen. Entonces se publicó en un periódico de nuestro país (creo que en El Diario Nacional), un artículo en el que con razón se preguntaba amargamente por qué las salamandras no aprendían también checo, ya que sabían portugués, holandés y otras lenguas de naciones pequeñas. «Por desgracia nuestro país no tiene costas», decía el citado artículo, «y por ello no existe aquí ni una sola salamandra marítima. Pero aunque no tenemos mar, no significa eso que no tengamos cierta parte —hasta mucho más importante que otras naciones cuyas lenguas hablan miles de salamandras— en la cultura mundial. Sería justo que las salamandras conociesen nuestra vida psíquica pero, ¿cómo van a enterarse si entre ellas no hay ni una sola que hable nuestro idioma? No esperemos a que alguien que reconozca esta deuda cultural cree la cátedra de checo y literatura checoslovaca en algún centro de enseñanza de las salamandras. Como dice el poeta, «no creamos a nadie en el amplio mundo, allá no tenemos ningún amigo. Preocupémonos nosotros mismos de remediarlo», pedía el artículo. «¡Todo lo que hemos conseguido en el mundo ha sido siempre por nuestras propias fuerzas! Es nuestro derecho y obligación el esforzarnos por conseguir amigos también entre las salamandras. Pero, según parece, nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores no demuestra mucho interés por la propagación de nuestro nombre y de nuestros productos entre las salamandras (aunque otras naciones más pequeñas dedican millones para abrirles los tesoros de su cultura) y, al mismo tiempo, despertar su interés por nuestra producción industrial.» El artículo despertó gran entusiasmo, sobre todo en la Federación industrial y, por lo menos, consiguió el siguiente resultado: se publicó un libro titulado Lengua checa para salamandras., con pasajes de la hermosa literatura checa. Parecerá increíble, pero de este libro se vendieron más de setecientos ejemplares. Fue pues, en conjunto, un éxito digno de interés[14].
11
Una prueba característica la proporciona la encuesta organizada por el diario
12
Véase el libro:
13
Entre otras cosas, el famoso filólogo Curtius propuso en su obra
Por otra parte, cierto empleado de telégrafos de Letonia llamado Wolteras, junto con el pastor eclesiástico Mendelius, inventó o preparó un lenguaje para salamandras llamado «lengua póntica». En ella aprovechó los elementos de todas las lenguas del mundo, principalmente los dialectos africanos. Este «salamandrio», como también se le llamaba, consiguió extenderse principalmente en los Estados nórdicos pero, por desgracia, sólo entre los seres humanos. En Upsala se creó una cátedra para la enseñanza del salamandrio, pero, según se sabe, no había ni una salamandra que hablase dicho idioma. La lengua más extendida entre las salamandras era el inglés básico que, más tarde, se convirtió en su lengua oficial.
14
Publicamos un artículo de la pluma de Jaromír Seidl-Novometsky, conservado en la colección del señor Povondra.