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Las cuestiones de educación e idioma eran, desde luego, solamente una parte del gran problema de las salamandras que, por decirlo así, crecía a ojos vista. Por ejemplo, de pronto se presentó la cuestión de cómo había que tratar a las salamandras desde el punto de vista, llamémosle así, social. En los primeros, casi prehistóricos días de la Era de las Salamandras, había sociedades protectoras de animales que se preocupaban febrilmente de que no se las tratara con crueldad o inhumanidad. Gracias a su constante intervención se consiguió que casi en todas partes, los centros competentes vigilaran para que se respetasen, con relación a las salamandras, las prescripciones policíacas y veterinarias válidas para cualquier otra clase de animales.

También los enemigos de la vivisección firmaron muchas protestas y peticiones para que se prohibieran los experimentos científicos con salamandras vivas, y en una serie de estados se promulgó, efectivamente, una ley en ese sentido[15].

Sin embargo, con la creciente cultura de las salamandras se sentía cada vez mayor perplejidad al tener que colocarlas bajo la ley llamada «Protectora de Animales.» Parecía algo impropio a causa de un motivo no claramente definido. Entonces fue cuando se creó la Liga Internacional Protectora de Salamandras (Salamander Protecting Leagué), bajo el patrocinio de la duquesa de Huddersfield. Esta liga, que contaba con más de doscientos mil socios, principalmente en Inglaterra, hizo un considerable y provechoso trabajo a favor de las salamandras; sobre todo consiguió que se construyesen, a lo largo de las costas, campos de juego especiales para las salamandras, donde éstas pudieran ejecutar, sin ser molestadas por los curiosos espectadores, sus «reuniones y fiestas deportivas», aunque, en realidad, se decía que era para que celebrasen sus secretas «Danzas del Plenilunio». Además logró que en todas las escuelas y centros de enseñanza (hasta en la misma Universidad de Oxford), se influyera en los alumnos para que dejasen de apedrear a las salamandras y para que, hasta cierto punto, se tuviese en cuenta el no recargar de trabajo escolar a los renacuajos. Finalmente obtuvo también que los lugares de trabajo y residencia de las salamandras fuesen rodeados de una especie de empalizada alta, para protegerlas contra posibles molestias y, principalmente, para separar su mundo del de los humanos[16].

Sin embargo, pronto se vio que este intento aislado, aunque loable, de solucionar en forma decorosa y humanitaria el problema de las relaciones entre la sociedad humana y las salamandras, no era suficiente. Había sido relativamente fácil incorporar a las salamandras al proceso de producción, pero agruparlas en alguna forma de orden social era mucho más complicado. La gente conservadora aseguraba que, en aquel caso, no se podía hablar de ningún problema legal o público. Las salamandras eran, sencillamente, propiedad de sus patronos, que respondían por ellas y consecuentemente, de los daños que pudiesen ocasionar. A pesar de su indudable inteligencia, las salamandras eran, solamente, un objeto legal, cosas o bienes, y cualquier ley especial sobre ellas sería una intervención nociva en el sagrado derecho de la propiedad individual. Otros, por el contrario, aseguraban que las salamandras, como seres inteligentes y, hasta cierto punto, responsables, podían infringir por los medios más diversos las leyes vigentes. ¿Por qué había de ser el dueño de las salamandras el que pagase los delitos cometidos por ellas? Un riesgo así acabaría, sin lugar a dudas, con la iniciativa privada en todo lo referente al trabajo de las salamandras. En el mar no hay barreras, se decía. No puede encerrarse a las salamandras para tenerlas bajo control. Por eso es necesario dominarlas por vía legal, haciendo que respeten las leyes humanas y se guíen por las órdenes promulgadas especialmente para ellas[17].

Según nuestros informes, las primeras leyes para las salamandras fueron promulgadas en Francia. La primera fijaba las obligaciones de las salamandras en caso de movilización y guerra; la segunda, llamada ley Deval, recordaba a las salamandras que podían establecerse solamente en las partes de litoral que les indicase su propietario o las autoridades departamentales; la tercera, indicaba que las salamandras debían obedecer incondicionalmente todas las disposiciones de la policía. Caso de que así no lo hiciesen, las autoridades policíacas tenían derecho a castigarlas encerrándolas en lugares secos y soleados o, finalmente, despidiéndolas del trabajo por algún tiempo. Los partidos de izquierda, por otra parte, presentaron una proposición al Parlamento a fin de que se elaborase una legislación social para las salamandras que ajustase sus obligaciones de trabajo e impusiera a los patronos ciertos compromisos hacia ellas (por ejemplo, vacaciones de catorce días durante la época de apareamiento en la primavera). La extrema izquierda exigía que fueran totalmente prohibidas las salamandras como enemigos de la clase obrera al servicio del capitalismo, por trabajar demasiado aprisa y casi gratuitamente, amenazando así el nivel de vida de los trabajadores. Para apoyar estas demandas se declaró una huelga en Brest y se hicieron grandes manifestaciones en París. Hubo muchos heridos y el Ministro Deval se vio obligado a presentar la dimisión. En Italia fueron sometidas las salamandras a una corporación especial, compuesta de patronos y autoridades; en Holanda se las colocó bajo el control del Ministerio de Construcciones Acuáticas; en resumen, cada Estado resolvió la cuestión de las salamandras a su manera, pero las disposiciones oficiales que indicaban los deberes públicos y restringían la libertad de las salamandras, fueron en todas partes casi las mismas.

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15

Sobre todo en Alemania se prohibieron las vivisecciones; desde luego, sólo a los científicos judíos.

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16

Según parece, se trataba también de una decisión en defensa de la moral. Entre los papeles del señor Povondra se encontraron proclamas en muchos idiomas, publicadas seguramente en toda la prensa mundial y firmadas por la misma duquesa de Huddersfield, que decían:

«LA LIGA PARA LA PROTECCIÓN DE LAS SALAMANDRAS SE DIRIGE PARTICULARMENTE A VOSOTRAS, MUJERES, PARA QUE EN INTERÉS DE LA DECENCIA Y LAS BUENAS COSTUMBRES CONTRIBUYÁIS CON EL TRABAJO DE VUESTRAS MANOS A UN GRAN MOVIMIENTO, CUYO FIN ES PROCURAR A LAS SALAMANDRAS UNA VESTIMENTA ADECUADA. LO MÁS APROPIADO ES UNA FALDITA DE 40 CM. DE LARGO Y 60 CM. DE ANCHO, PREFERIBLEMENTE CON ELÁSTICO EN LA CINTURA. ACONSEJAMOS LAS FALDAS PLISADAS, QUE SIENTAN MEJOR Y PERMITEN UNA MAYOR LIBERTAD DE MOVIMIENTO. PARA LAS REGIONES TROPICALES BASTA UNA ESPECIE DE DELANTAL CON CINTAS, PARA ATARLO EN LA CINTURA, HECHO DE CUALQUIER CLASE DE TELA, POR EJEMPLO, DE CUALQUIER VESTIDO USADO. CON ESTO AYUDARÉIS A LAS DESGRACIADAS SALAMANDRAS Y NO TENDRÁN QUE PRESENTARSE DESNUDAS EN PÚBLICO, LO QUE OFENDE SU PUDOR Y CAUSA MALA IMPRESIÓN ENTRE LAS PERSONAS DECENTES, ESPECIALMENTE EN LAS MUJERES Y MADRES.»

Según parece, esta campaña no logró los resultados esperados. No hubo ni una salamandra que consintiera en llevar falditas o delantales; seguramente, porque les molestaba en su trabajo bajo el agua y se les sostenían con dificultad. Cuando más tarde se construyeron vallas para separarlas de las personas, se acabaron por ambas partes los motivos de vergüenza y las impresiones desagradables.

Con respecto a nuestra alusión de que era preciso proteger a las salamandras contra posibles molestias, nos referíamos particularmente a los perros, que nunca congeniaron con ellas y las perseguían furiosamente hasta bajo el agua, sin importarles que se les inflamasen las mucosas de los hocicos cuando mordían a alguna salamandra fugitiva. A veces las salamandras se defendían, y más de un magnífico perro fue deshecho a golpes de pico o hacha. Entre los perros y las salamandras se desarrolló, podríamos decir, una larga y mortal enemistad que nada pudo mitigar. Por el contrario, todavía creció y se fortaleció con la construcción de las vallas. Pero esas cosas suceden muchas veces, y no solamente entre los animales.

Entre paréntesis diremos que aquella vallas de hormigón que en algunos lugares tenían kilómetros y kilómetros de longitud a lo largo de las costas, fueron aprovechadas con fines educativos. A todo lo largo de ellas se pintaron carteles con lemas apropiados para las salamandras, como, por ejemplo:

Vuestro trabajo es vuestro éxito. — ¡Aprovechad cada segundo! El día sólo tiene 86,400 segundos. — El valor de cada uno es igual al del trabajo que realiza. — ¡Un metro de dique puede ser construido en 57 minutos! — El que trabaja sirve a todos. — ¡El que no trabaja, no come!

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17

Publicamos a continuación el primer Proceso de las Salamandras, que tuvo lugar en Durban y que fue ampliamente comentado en la prensa mundial (véanse los recortes del señor Povondra):