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que «los trabajadores del grupo “A” llamados anfibios pueden ser empleados sólo en trabajos bajo el agua o en el agua, y a diez metros desde la marca de la marea más alta, para ejecutar trabajos en los litorales. Que no deben extraer carbón o petróleo del fondo del mar; que no deben fabricar para clientes de tierra firme papel, textiles o piel artificial de algas marinas», etc. Estas limitaciones impuestas a la producción de las salamandras estaban contenidas en un código de diecinueve párrafos, que no publicamos detalladamente, sobre todo porque, desde luego, nadie los tuvo en cuenta. Pero como una prueba de magnanimidad de la solución internacional dada al Problema de las Salamandras desde el punto de vista económico y social, señalamos el que fuese publicado un código, obra imponente y meritoria.

Con menos rapidez fue tratada la cuestión del reconocimiento de las salamandras en otras ramas internacionales, concretamente, en lo referente a asuntos culturales. Cuando apareció en la prensa especializada de más circulación un artículo titulado «Composición geológica del fondo del mar en las Islas Bahamas», firmado por John Seaman, nadie sabía desde luego que se trataba del trabajo científico de una salamandra. Pero cuando a las direcciones de diferentes academias y centros de enseñanza comenzaron a llegar noticias y estudios de investigadores salamandras sobre oceanografía, geografía, hidrobiología, matemáticas superiores y otras ciencias exactas, reinó gran confusión, sí, hasta intranquilidad, que fue expresada por el gran doctor Martel con las palabras: «¿Esos bichos pretenden enseñarnos algo?» El científico japonés doctor Onoshito, que se atrevió a citar la opinión de una salamandra (era algo sobre el desarrollo de la vesícula biliar de los renacuajos en el fondo de los mares, Argiropelecus bemigymnus Coceo), fue boicoteado científicamente y se hizo el harakiri. Para la ciencia universitaria era cuestión de honor y de principios el no tomar en consideración ningún trabajo científico de las salamandras. Por eso mismo llamó aún más la atención (o, mejor dicho, empeoró las cosas), el gesto de la Universidad Central de Niza[25], digno de notar habló sobre la teoría de un segmento del cono en la geometría no euclidiana. En este acto estaba también presente, como delegada de la organización de Ginebra, la señora María Dimineau; esta magnífica y generosa dama estaba tan emocionada de la modestia y saber del doctor Mercier (Pauvre petit, il est tellement laid! —exclamó—, ¡Pobrecito, es tan feo!), que se impuso la tarea de que las salamandras fueran admitidas en la Sociedad de Naciones. Inútilmente explicaban los estadistas a la enérgica y obstinada señora que las salamandras no tienen en ningún lugar del mundo su propia soberanía estatal, ni siquiera su propia tierra y que, por lo tanto, no pueden ser miembros de la Sociedad de Naciones. Madame Dimineau empezó a propagar la idea, entonces, de que las salamandras deberían tener en algún lugar su país libre y su Estado submarino. Esta idea, sin embargo, no fue muy bien recibida, por no decir directamente rechazada. Finalmente se logró llegar a un acuerdo feliz, o sea, que en la Sociedad de Naciones sería creada una comisión para el estudio de la Cuestión de las Salamandras, a la que se invitaría también a dos delegados salamandras. Como uno de ellos fue nombrado, debido a la insistente presión de la señora Dimineau, el Dr. Charles Mercier, de Tolón, y el otro un tal Don Mario, gordo y sabio profesor de Cuba, trabajador científico en la rama de estudios pelágicos. Con esto consiguieron las salamandras el más alto reconocimiento internacional de su existencia.[26]

Vemos, pues, a las salamandras en un seguro y continuo avance. Su número se calcula ya en siete mil millones, aunque, al crecer su civilización, disminuye mucho la fuerza procreadora (cada hembra tiene anualmente de veinte a treinta renacuajos). Han ocupado ya más del setenta por ciento de todas las costas del mundo; todavía son inhabitables las costas de los polos, pero las salamandras canadienses empiezan ya a colonizar los litorales de Groenlandia, donde hasta hacen retroceder a los esquimales al interior del país y toman en sus manos el negocio de la pesca y del aceite de pescado. Al mismo ritmo que su expansión material continúa su progreso civil. Se incorporan a las filas de las naciones cultas con la asistencia obligatoria de todos sus miembros a la escuela, y pueden vanagloriarse de tener muchos cientos de periódicos submarinos propios, que se publican en millones de ejemplares, centros científicos modelo, etc. Se comprende que este adelanto cultural no se realizó fácilmente y sin resistencia interior. Es verdad, sabemos muy poco sobre los problemas internos de las salamandras, pero según algunos signos (por ejemplo, el hecho de haberse encontrado cadáveres de salamandras con las narices y la cabeza mordisqueadas), parece ser que durante largo tiempo reinó bajo la superficie de las aguas una lenta y apasionada lucha de ideas entre las Viejas salamandras y las Jóvenes salamandras. Las jóvenes eran partidarias del progreso, sin obstáculos ni restricciones, y declaraban que también bajo el agua se debía alcanzar la instrucción existente en los continentes. ¡Todo y en todos los aspectos!, ¡sin exceptuar el fútbol, el flirt, el fascismo y la inversión sexual! Frente a esto, las Viejas salamandras se aferraban, conservadoras, a la naturaleza salamandrina, y no querían abandonar las viejas y buenas costumbres animales e instintivas. Sin lugar a duda condenaban el afán de novedades y veían en él un fenómeno de decadencia y traición a los ideales salamandrinos heredados. Seguramente se opusieron también a las influencias extrañas a las que sucumbió ciegamente la juventud, y se preguntaban si el imitar a la gente era digno de salamandras orgullosas, seguras de sí mismas[27].

Podemos imaginar que, con este motivo, surgieron consignas como, por ejemplo, ¡Atrás hacia el mioceno!, ¡Fuera todos los que tratan de humanizarnos!, ¡A la lucha por la integridad salamandrina! y otras parecidas. Sin lugar a dudas, existían todos los fundamentos necesarios para un vivo conflicto de opiniones entre las diferentes generaciones, y para una profunda revolución espiritual en la evolución de las salamandras. Sentimos no poder dar informes más concretos sobre el particular, pero confiamos en que las salamandras hicieran en este problema todo lo que pudieron.

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25

En la colección del señor Povondra se conservaba una información superficial y algo folletinesca de este acto. Por desgracia existe solamente la mitad; la segunda parte debió de perderse.

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26

En los papeles del señor Povondra se conservaba una fotografía no muy clara, publicada en los periódicos, en la que los dos delegados salamandras suben por las escalerillas del lago de Ginebra al Quai du Mont Blanc, para dirigirse a la reunión de la Comisión. Parece ser que estaban alojados oficialmente en el mismo Lago Leman.

En lo referente a la Comisión de Ginebra para el estudio de la Cuestión de las Salamandras, se puede decir que realizó un trabajo meritorio, principalmente, porque evitó cuidadosamente todas las cuestiones políticas y económicas delicadas. Estuvo en sesión permanente por una serie de años y celebró más de mil trescientas reuniones, en las que trató aplicadamente de una nomenclatura internacional única para las salamandras. En este sentido reinaba un caos sin esperanzas. Junto al término salamandra, molche, batracio, etc. (estos términos empezaban a parecer poco respetuosos), se propusieron toda una serie de nombres: Tritones, Neptúnidos, Terhidos, Nereidas, Atlántidas, Oceánicos, Poseidones, Lémures, Hydriones, Gente del mar, Submarinos, etc. La comisión para el estudio del Problema de las Salamandras tenía que elegir, entre todas estas proposiciones, el nombre más apropiado y se interesó por ello con ardor y concienzudamente, hasta el mismo fin de la Época de las Salamandras. Pero a un acuerdo final y unánime no se llegó nunca.

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27

El señor Povondra guardó en su colección también dos o tres artículos de Política Nacional que se referían «a la juventud de hoy.» Probablemente se debió a un descuido el que los incluyese entre los de la época de la civilización de las salamandras.