Ahora seguimos a las salamandras por el camino de su máximo florecimiento. Pero también el mundo de los hombres disfruta de una prosperidad desacostumbrada. Se construyen febrilmente nuevas costas en los continentes, en los viejos bancos de arena crece la tierra firme, en medio del océano se elevan islas artificiales para la aviación. Pero todo esto no es nada comparado con el gigantesco proyecto técnico de completa reconstrucción de nuestro planeta, que espera solamente que alguien lo financie para ser puesto en práctica. Las salamandras trabajan sin descanso en todos los mares y a la orilla de todos los continentes mientras dura la noche. Parece que están contentas y no piden nada más que tener trabajo y algún lugar donde poder hacer sus túneles y sus oscuras viviendas. Tienen ciudades submarinas y subterráneas, sus metrópolis de las profundidades, sus Essex y Birminghams, a profundidades de veinticinco a cincuenta metros. Cuentan con barrios industriales muy poblados, puertos, líneas de transporte y millones de aglomeraciones. En resumen: tienen su mundo, más o menos conocido, pero, según parece, muy adelantado técnicamente[28]. Desde luego, no cuentan con fundiciones o altos hornos, pero los hombres les proporcionan metales a cambio de su trabajo. No fabrican explosivos, pero también se los procuran los humanos. La energía la obtienen del movimiento del mar, con sus mareas alta y baja, con sus corrientes profundas y sus diferencias de temperatura. Es cierto; las turbinas se las dieron los hombres, pero las salamandras saben manejarlas. ¿Qué otra cosa es la civilización, sino la posibilidad de usar cosas inventadas por otros? Aunque las salamandras no tengan ideas propias, pueden muy bien tener su ciencia. Es verdad que no tienen música o literatura, pero pueden prescindir de ellas magníficamente, y la gente empieza a advertir que lo que hacen las salamandras es formidablemente moderno. Porque, ¡caramba!, la gente ya tiene muchas cosas que aprender de las salamandras… Y no es extraño, ¿acaso no tienen éstas un gran éxito? ¿Y de qué otra cosa tiene la gente que tomar ejemplo, sino de los éxitos? Nunca se había producido tanto en la historia de la humanidad, nunca se había construido y ganado como en esta gran época. No hay vueltas que darle. Con las salamandras llegó al mundo un gigantesco progreso y un ideal que se llama «Cantidad». «Nosotros, gente de la Era de las Salamandras», se dice con verdadero orgullo. ¿Cómo puede compararse a la anticuada época humana, con su lenta, fútil e inútil pompa, a la que se llamaba cultura, arte, ciencias exactas, o quién sabe cómo? La gente consciente y consecuente con la época de las salamandras ya no perderá su tiempo buscando la profundidad y el fundamento de las cosas. Tendrán bastante que hacer solamente con los cálculos de la producción global. El porvenir del mundo consiste, tan sólo, en que aumenten continuamente la producción y el consumo. Por lo tanto, ha de haber todavía muchas salamandras para que puedan producir y consumir más. Las salamandras son, sencillamente, multitud; su gran importancia es su grandísima cantidad. Solamente ahora puede la imaginación humana trabajar plenamente, ya que trabaja en grande, con una capacidad máxima y un rendimiento récord. En resumen: vivimos una gran época. ¿Qué es, pues, lo que falta para que con la satisfacción general y la prosperidad se haga realidad una época nueva y feliz? ¿Qué impide que nazca la anhelada utopía, en la que se cosecharían todos los triunfos técnicos y magníficas posibilidades, que se abren más y más lejos, hasta lo infinito, para la felicidad humana y las actividades de las salamandras? Realmente nada, porque ahora el comercio con las salamandras será coronado por la comprensión de los estadistas que, ante todo, se preocuparán de que no llegue a chirriar el eje de la rueda de la nueva época. En Londres se reúne la Conferencia de Estados Marítimos, en la que se prepara y se aprueba la Convención Internacional de las Salamandras. Los importantes participantes en dicha convención se comprometen entre ellos a no mandar sus salamandras a las aguas territoriales de los otros estados; afirman que no consentirán que sus salamandras interrumpan, en cualquier forma que sea, la integridad o la esfera de influencia reconocida de cualquier otro estado. De ninguna manera interferirán en los intereses de otras potencias marítimas; en caso de choques entre salamandras de dos o más estados, éstos se someterán al Tribunal de Conciliación de la Haya. Ningún estado equipará a las salamandras con ningún tipo de armamento cuyo calibre supere el de las pistolas submarinas contra tiburones (las llamadas Shark-gun o mata-tiburones); no permitirán que sus salamandras entablen cualesquiera clases de relacions íntimas con salamandras pertenecientes a otro Estado; no ayudarán a las salamandras a construir nuevos continentes o a ampliar sus territorios, sin la aprobación previa de la Comisión marítima permanente de Ginebra, etc. (Había treinta y siete párrafos.) Por otro lado, se rechazó la proposición francesa de que las salamandras fueran internacionalizadas y estuviesen sometidas a un Centro Internacional de las Salamandras para el arreglo de las aguas del mundo; la proposición alemana de que a cada estado marítimo le fuera permitido sólo un cierto número de salamandras, establecido relativamente; la proposición italiana de que a los estados con un número excesivo de salamandras se les concediesen nuevas costas para la colonización o parcelas en el fondo del mar; la proposición japonesa para que sobre las salamandras, oscuras por naturaleza, ejerciese un mandato, como representante de todos los países, el Japón, el estado más culto de las razas de color[29].
La mayoría de estas propuestas fueron aplazadas para someterlas a discusión en la próxima Conferencia de Potencias Marítimas, que, por diversos motivos, nunca llegó a celebrarse. «Con este acto internacional», escribió en Les Temps Jules Sauerstoff, «está asegurado el porvenir de las salamandras y la pacífica evolución de la humanidad, por algunas decenas de años. Felicitamos a la Conferencia de Londres por el feliz término de sus difíciles deliberaciones. Felicitamos también a las salamandras porque, por medio de esos Estatutos, quedan bajo la protección del Tribunal de La Haya. Ahora pueden, con confianza y tranquilidad, dedicarse a su trabajo y a su progreso submarino. Hay que subrayar que el hacer apolítico el problema de las salamandras, lo que se consiguió en la Convención de Londres, es una de las garantías más importantes de la paz mundial. Sobre todo, el desarme de las salamandras reduce la posibilidad de un conflicto submarino entre los diferentes Estados. El caso es que, aunque continúan numerosas disputas sobre las fronteras entre diferentes potencias de casi todos los continentes, la paz mundial no está amenazada por ningún peligro actual; por lo menos, en lo referente a los mares. Pero, también en tierra firme, parece estar ahora más asegurada que nunca. Los estados marítimos están muy ocupados con la construcción de nuevas costas, y pueden ampliar sus territorios hacia el mar mundial, en vez de intentar cambiar sus fronteras en tierra firme. Ya no será necesario luchar con armas y gases por cada palmo de terreno. Basta, sencillamente, con las palas y los picos de las salamandras, para que cada Estado se construya cuanto territorio necesite. Y este tranquilo trabajo de las salamandras, por la paz y felicidad de todas las naciones, lo asegura, precisamente, la Convención de Londres. Nunca había estado el mundo tan cerca de la paz duradera y de un florecimiento tranquilo, pero glorioso, como precisamente lo está ahora. En vez del Problema de las Salamandras, del que ya se ha hablado y escrito tanto, quizá se hable ahora, con toda razón, de la «Edad de Oro de las Salamandras.»
28
Un señor de Dejvice le contaba al señor Povondra que, bañándose un día en la playa de Katwijk, al internarse en el mar, le llamó un barquero a gritos diciéndole que regresara. Dicho señor (un tal Prihoda, representante), no hizo caso y siguió nadando. Entonces, el barquero saltó a la barca y remó hacia él.
—«Eh, señor», le dijo, «aquí no se puede bañar.»
—«¿Y por qué no?», preguntó el señor Prihoda.
—«Porque hay salamandras.»
—«Yo no les tengo miedo», objetó el señor Prihoda.
—«Es que tienen bajo el agua una fábrica o algo así», gruñó el barquero. «Aquí nunca se baña nadie, señor. A las salamandras no les gusta.»
29
Esta proposición, al parecer, fue lanzada con una amplia campaña de propaganda política, uno de cuyos documentos, de gran importancia, llegó a nuestras manos gracias a la actividad de coleccionista del señor Povondra. El documento lice al pie de la letra: