—Navieros. No, no conocemos a nadie, señor van Toch.
—¡Es lástima! —exclamó contrariado el capitán.
El señor Golombek trató de recordar.
—Quizá conozca usted al señor Bondy.
—¿Bondy?… ¿Bondy?… ¡Espera! Ese nombre me suena—el capitán reflexionó—. Bondy… Yes, en Londres hay una Bond Street en la que vive gente muy rica. ¿No tendrá ese tipo algún comercio en Bond Street, muchachos?
—No, señor, vive en Praga y creo que nació en Jevícko.
—¡Caramba! —exclamó alegremente el capitán—, tienes razón, muchacho. Aquél que tenía en la plaza una tienducha en la que vendía de todo. Yes, Bondy… ¿Cómo se llamaba?… Max, Max Bondy. ¿Así que, ahora, tiene un comercio en Praga?
—No, el que usted dice es el padre. Este Bondy se llama G.H., el presidente G.H. Bondy, capitán.
—G.H. —negó con la cabeza el capitán—, G.H. no había ninguno. Como no sea Gustl Bondy… pero él no era presidente ni mucho menos. Un judiíto pecoso… ¡No puede ser él!
—Sí que puede ser él, señor van Toch. ¡Hace muchos años que usted no lo ha visto!
—Tienes razón, ¡muchísimos años! Puede que ese Gustl ya sea mayor. ¿Y qué hace?
—Es presidente del Consejo de Administración de la M.E.A.T. ¿sabe?, esa fábrica grande que construye calderas y cosas parecidas. Y, además, presidente de unas veinte sociedades y trusts. Un gran señor, capitán van Toch. Lo llaman el capitán de nuestra industria.
—¿Capitán? —se extrañó van Toch—. Entonces, ¡no soy el único capitán de Jevícko! ¡Caramba! Así que Gustl es también capitán. Tendré que ir a verlo. Y, ¿tiene dinero?
—¡Ya lo creo! ¡Montones de dinero, señor van Toch! Ése tendrá sus buenos cientos de millones. Es el hombre más rico del país.
El capitán van Toch estaba pensativo.
—¡Y también capitán!… Muchas gracias, muchachos. Voy a buscar a ese Bondy; / know, yes, Gustl Bondy. Un judiíto pequeño era… Y ahora es el capitán G.H. Bondy. Yes, yes… ¡cómo vuela el tiempo! —dijo suspirando melancólicamente.
—Capitán, nosotros tenemos que irnos ya para no perder el tren de la noche.
—Les acompañaré hasta el puerto —dijo el capitán con la fuerza de la costumbre, y empezó a levar anclas.
—Me alegro de que hayan venido, señores. Conozco a un redactor en Surabaya, buen muchacho, yes, a good friend of mine. Un tremendo borracho, jovencitos. Si tienen interés, les puedo buscar un puesto en el periódico de Surabaya. ¿No quieren? ¡Está bien, muchachos!
Al ponerse en marcha el tren, el capitán J. van Toch les dijo adiós, despacio y con solemnidad, agitando su inmenso pañuelo azul. Al hacerlo, se le cayó al suelo una gran perla, de forma irregular. Perla que nunca encontró nadie.
CAPÍTULO III
G.H. Bondy y su paisano
Es cosa sabida que, cuanto más importante es una persona, menos tiene escrito en la placa de su puerta. Un señor como el viejo Max Bondy, de Jevícko, tenía carteles sobre su tienda, a los lados de las puertas y en las ventanas, que decían que allí estaba Max Bondy, comerciante en toda clase de artículos al detalle, ajuares para novias, batistas, toallas, servilletas, manteles y sábanas, holandas y algodones, paño de primera calidad, sedas, cortinas, visillos, pasamanería y todo lo necesario para coser. Casa fundada en el año 1885.
Su hijo G.H. Bondy, capitán de industria, presidente de la sociedad M.E.A.T., consejero de la Cámara de Comercio, consejero de la Bolsa, vicepresidente de la Sociedad de Industriales, Cónsul de la República del Ecuador, miembro de muchos consejos de administración, etc., etc., tenía en su puerta una sencilla placa de cristal negro con letras doradas, en la que decía simplemente:
Nada más. Solamente Bondy. Hay otros que escriben en sus puertas: «Julio Bondy, representante de la firma tal o cual», o «Dr. Ervin Bondy» o «S. Bondy y Compañía». Pero hay sólo un «Bondy» que es sencillamente «Bondy», sin ninguna indicación adicional. Según tengo entendido, el Papa tenía también escrito en su puerta solamente «PÍO», sin ningún título ni número. Y Dios no tiene puesta placa ni en la Tierra ni en el Cielo. Eso ya lo debes de saber tú, ¡hombre!, que Él vive allí. Pero esto no viene a cuento, y quede mencionado solamente, entre paréntesis.
Ante aquella placa de cristal se paró, un día de calor agobiante, un señor con una gorra blanca de capitán de marina, y se limpió el pescuezo con su pañuelo. «¡Maldita casa de nobles!» pensó, y un poco inseguro tiró del mango de latón de la campanilla.
En la puerta apareció el portero Povondra, midió con los ojos a aquel inmenso caballero, desde los pies hasta los galones de la gorra, y dijo con cierta reserva:
—¿Qué desea usted?
—Oye, muchacho —resonó la voz del inmenso caballero—, ¿vive aquí un tal señor Bondy?
—¿Desea usted?… —preguntó el señor Povondra con frialdad.
—Dígale que quisiera hablarle el capitán J. van Toch, de Surabaya… Yes —dijo recordando—, aquí está mi tarjeta. Y entregó una tarjeta de visita al señor Povondra, en la que, bajo un ancla, estaba impreso lo siguiente:
El señor Povondra inclinó la cabeza y vaciló un momento. «¿Debo decirle que el señor Bondy no está en casa? ¿O que lo siento, pero que el señor Bondy tiene una importante conferencia?» Hay visitas que se deben anunciar, y otras que un portero como es debido resuelve por sí mismo. El señor Povondra sintió una atormentadora ausencia de intuición, que era la que le había ayudado siempre en casos parecidos. Aquel grueso caballero no podía contarse entre la acostumbrada clase de visitas que no se anuncian. No parecía ni agente comercial, ni funcionario de alguna sociedad benéfica.
Mientras tanto, el capitán J. van Toch se limpiaba la frente con su pañuelo azul, y curioseaba el recibidor.
—¡Caramba! ¡qué bien puesta tiene la casa Gustl! Parece el salón de uno de esos barcos que navegan de Rotterdam a Batavia. ¡Qué dineral debe de costar todo esto! Y entonces era un judiíto lleno de pecas… —se extrañaba el capitán.
Mientras, G.H. Bondy miraba sorprendido la tarjeta del capitán.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó pensativo.
—No sé, señor —contestó respetuosamente el señor Povondra.
El señor Bondy tenía todavía en sus manos la tarjeta. Un ancla. Capitán J. van Toch, Surabaya. «¿Dónde está Surabaya? ¿No es por Java?» El señor Bondy sentía la impresión de algo extraño, lejano. «Kandong Bandoeng… eso suena a golpes de gong. Surabaya… Y hoy, precisamente, hace un tiempo verdaderamente tropical. Surabaya…»
—Bien, ¡hágalo pasar! —ordenó el señor Bondy.
En la puerta apareció un hombre inmenso, con una gorra de capitán de marina, que le saludaba.
G.H. Bondy salió a su encuentro.
—Very glad to meet yon, captain. Please, come in.
—¡Hola, hola, señor Bondy! —exclamó jovialmente el capitán.
—Pero… ¿usted es checo? —dijo extrañado el señor Bondy.
—Yes, checo. Nosotros, señor Bondy, nos conocemos de Jevícko. Tienda de granos van Toch. Do you remember?
—Cierto, cierto —se alegró ruidosamente Bondy, pero sintiendo como una especie de decepción. (¡Así que no es holandés!)