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En los pocos instantes que tardé en dormirme, ya acostado, se me ocurrió que cuando volviera a cerrar los ojos bien podía ser para siempre. En parte debido a la resaca de la droga, pero sobre todo por los horrores del día anterior, descubrí que en realidad me importaba un rábano.

14

Nuestro primer contacto con los taurinos se produjo durante mi guardia. Los osos de felpa estaban aún allí cuando desperté para reemplazar a Doc Jones. Habían adoptado la formación originaclass="underline" había uno frente a cada guardia. El que esperaba frente a mi puesto parecía algo más grande que lo normal, si bien en los demás aspectos era como los otros. Allí donde estaba sentado no había ya hierba que masticar, de modo que de tanto en tanto hacía excursiones hacia la derecha o hacia la izquierda. Pero siempre volvía a sentarse frente a mí; se habría dicho que me miraba fijamente, de haber tenido algún órgano con el cual mirar.

Llevábamos unos quince minutos frente a frente cuando la voz de Cortez rugió:

—¡A ver, todos! ¡Despierten y ocúltense!

Me dejé llevar por el instinto, que me indicó echarme a tierra y rodar hasta la hierba alta. Cortez informó, casi lacónicamente:

—Vehículo enemigo arriba.

En términos estrictos no estaba «arriba», sino hacia el este.

Avanzaba lentamente por el cielo, tal vez a unos cien kilómetros por hora; parecía un palo de escoba rodeado por una sucia burbuja de jabón. La criatura que viajaba en él parecía, algo más humana que los ositos de felpa, pero de cualquier modo no resultaba una belleza. Gradué mi conversor en logaritmo cuarenta y dos para verlo desde más cerca.

Tenía dos brazos y dos piernas, pero la cintura era tan fina que se la podría rodear con las manos. Por debajo presentaba una estructura pélvica en forma de herradura, de un metro de ancho, aproximadamente; de ella pendían dos piernas largas y escuálidas sin articulación visible. Sobre la cintura, el cuerpo volvía a ensancharse en un pecho no menos amplio que la pelvis. Los brazos resultaban asombrosamente humanos, si bien eran demasiado largos y carentes de músculos; además, tenía demasiados dedos en cada mano. Ni hombros, ni cuello. La cabeza era un apéndice de pesadilla, que se inflaba como una especie de bocio a partir del imponente pecho. Dos ojos similares a huevas de pez, un manojo de flecos por nariz y un agujero abierto y rígido que podía ser la boca, situado allí donde debería estar la nuez de Adán. Era evidente que la burbuja contenía un ambiente apto, pues el ser iba completamente desnudo, luciendo el pellejo arrugado, algo así como la piel de quien ha estado largo rato sumergido en agua caliente, pero teñida de un color anaranjado claro. No presentaba genitales exteriores, pero tampoco señales de glándulas mamarias; por lo tanto decidimos, por omisión, aplicarle el pronombre masculino.

No nos vio o nos creyó parte del rebaño de osos, pues continuó en la misma dirección que llevábamos nosotros (05 radianes al este del norte) sin volver la mirada hacia atrás.

—Convendría que volviéramos a dormir, si es que alguien puede dormir después de ver semejante bicho. Emprenderemos de nuevo la marcha a las 0435.

Faltaban cuarenta minutos.

Debido al opaco techo de nubes que rodeaba el planeta, no había modo de saber, desde el espacio, cómo era la base enemiga, ni en aspecto ni en tamaño. Sólo conocíamos su posición y, por tanto, también dónde debían descender las naves exploradoras. De todos modos la base podía estar bajo agua o bajo tierra. Pero algunas de las naves teledirigidas no cumplían sólo funciones de disfraz, sino también de reconocimiento; en sus parodias de ataques a la base una de ellas había logrado tornar una fotografía. El capitán Stott irradió a Cortez un diagrama del lugar en cuestión (el sargento era el único cuyo traje tenía visor) cuando estábamos a cinco klims de la base. Nos detuvimos y convocamos a todos los jefes de pelotón para que conferenciaran con nosotros. Dos ositos de felpa se acercaron también, pero tratamos de ignorar su presencia.

—Veamos; el capitán envió dos imágenes de nuestro objetivo. Voy a dibujar un mapa para que los jefes de pelotón lo copien.

Todos sacaron el bloc de papel y el bolígrafo que llevaban en el bolsillo de la pierna, mientras Cortez desenrollaba una gran esterilla de plástico.

Después de sacudirla para aleatorizar cualquier carga residual, tomó su propio bolígrafo.

—Nos aproximaremos en esta dirección —indicó, dibujando una flecha al pie de la plancha—. En primer lugar atacaremos esta hilera de cabañas; deben ser cuarteles de vivienda, pero ¡quién diablos puede afirmarlo! Nuestro objetivo inicial consiste en destruir estos edificios. Toda la base está sobre una planicie; no hay forma de caer sobre ellos por sorpresa.

—Aquí Potter. ¿No es posible hacerlo desde arriba?

—Claro que es posible. Y después nos rodearían por completo y nos harían pedazos. Tomaremos los edificios. Después… El resto habrá que pensarlo sobre la marcha. El reconocimiento aéreo nos permite adivinar la función de uno o dos edificios, nada más… y eso da mala espina. Podríamos perder mucho tiempo en destruir algo así como el bar de los soldados y dejar intacta alguna enorme computadora logística, sólo porque ésta parece un depósito de desperdicios, por ejemplo.

—Aquí Mandella —dije—. ¿No hay alguna especie de espaciopuerto? Me parece que deberíamos…

—¡A eso iba, caramba! El campamento está rodeado por un círculo de cabañas como éstas; tendremos que abrimos paso de algún modo. Por este lugar estaríamos más cerca y correríamos menos riesgos de revelar nuestra posición antes del ataque. Allí no hay nada que se parezca a un arma. Pero eso no significa nada; cualquiera de esas cabañas puede ocultar un láser bevawatt. Ahora bien, a quinientos metros de las cabañas, en el centro de la base, hay una gran estructura en forma de flor.

Cortez dibujó una gran forma simétrica que parecía el contorno de una flor de siete pétalos.

—No pregunten qué diablos es esa inmensa estructura, porque yo sé tanto como ustedes. De cualquier modo, como hay una sola es preciso dañarla lo menos posible. Eso no impide que la reduzcamos a astillas si me parece que es peligrosa. En cuanto a su espaciopuerto, Mandella, no lo hay. Nada. Probablemente ese crucero que derribó la Esperanza había sido dejado en órbita, tal como nosotros hicimos con el nuestro. Si tienen naves exploradoras, proyectiles teledirigidos o algo que se les parezca, no están aquí o los guardan bien escondidos.

—Aquí Bohrs. Si las cosas son así, ¿con qué nos atacaron cuando bajábamos de la órbita?

—Me gustaría saberlo, recluta. Como es obvio, no contamos con ningún medio para calcular el número del enemigo. En las fotos de reconocimiento no se ve un solo taurino en los terrenos de la base. De cualquier modo, ese dato no tiene valor, pues este medio es extraño para ellos. Sin embargo, indirectamente… Hemos contado el número de esos palos de escoba con que vuelan. Hay cincuenta y una cabañas, y en cada una hay, cuando más, un palo volador. Cuatro de ellas no tienen ninguno estacionado fuera, pero hemos localizado otros tres en distintos puntos de la base. Tal vez eso indica que hay cincuenta y un taurinos, uno de los cuales estaba fuera de la base cuando se tomó la fotografía.

—Aquí Keating. O cincuenta y un oficiales.

—Es posible. Puede haber cincuenta mil soldados en uno de estos edificios. No hay modo de averiguarlo. Y también pueden ser diez taurinos, cada uno de los cuales dispone de cinco palos voladores para escoger según su capricho. Pero tenemos algo a favor, y son las comunicaciones. Es evidente que usan una modulación de frecuencia de radiación electromagnética por megahertzion.

—¡Radio!

—Eso es, quienquiera que haya hablado. Identifíquense cuando hablen. No es imposible que reciban nuestras emisiones de neutrino fasado. Además, en el momento previo al ataque, la Esperanza dejará caer una hermosa bomba de fisión y la hará detonar en la atmósfera superior, precisamente encima de la base. Eso les restringirá a las comunicaciones visuales por algún tiempo, y hasta ésas se cubrirán de estática.