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Al-Sadat, Busia, Maxwell, Negulesco…

—¡Dios mío!

—Treinta cadáveres, y no tenemos idea de lo que pudo causarlo. Sólo sabemos que puede repetirse en cualquier momento.

—¿No fue una nave teledirigida?

—No, ésas cayeron todas. También el vehículo enemigo. Y cuando los sensores no indicaban nada… ¡blam! y la tercera parte de la nave se fue al demonio. Al menos fue una suerte que no afectara el sistema de mantenimiento vital.

Yo apenas la escuchaba. Penworth, LaBatt, Smithers, Christine y Frida. Todos muertos. Me sentí aturdido. Estelle sacó del maletín una navaja y un tubo de gelatina.

—Pórtate como un caballero y mira hacia otro lado —dijo.

En seguida lo pensó mejor y empapó en alcohol un cuadrado de gasa.

—Toma, sé útil —me ordenó—. Límpiale la cara.

Me dediqué a ello. Marygay, sin abrir los ojos, murmuró:

—¡Qué bonito! ¿Qué haces?

—Me porto como un caballero y además soy útil.

—Atención, personal, atención.

Aunque no había altavoces en la cámara de presión se oía claramente el mensaje por la puerta abierta.

—Todo el personal de grado seis o superior, a menos que esté ocupado en casos de emergencia médica o de mantenimiento, debe dirigirse inmediatamente a la sala de reuniones.

—Tengo que irme, Marygay.

Ella no respondió. Tal vez no había oído la llamada. Abandoné toda pretensión de caballero y me volví directamente hacia Estelle.

—Oye, ¿me dirás…?

—Sí, en seguida que podamos hacer un pronóstico te informaré.

—Bueno.

—Todo saldrá bien —me consoló, aunque su expresión era sombría y afligida—. Ahora vete.

Cuando hallé el camino para salir al corredor, el altavoz repetía el mensaje por cuarta vez. El aire olía a algo distinto, pero preferí no investigar.

5

A medio camino hacia la sala de reunión me di cuenta de mi deplorable aspecto y entré en el cuarto de baño contiguo a la sala de oficiales sin mando. Allí estaba la cabo Kamehameha, cepillándose apresuradamente el pelo.

—¡William! ¿Qué te ha pasado?

—Nada.

Abrí un grifo mientras me miraba en el espejo. Tenía el rostro y la túnica manchados de sangre seca.

—Fue Marygay, la cabo Potter. El traje… Bueno, por lo visto hizo un pliegue y…

—¿Ha muerto?

—No, pero está mal. La llevan a cirugía.

—No uses agua caliente. Fijarás la mancha.

—¡Oh, gracias!

Empleé el agua caliente para lavarme las manos y la cara; después froté la túnica con agua fría.

—Tu brigada está dos alas más allá de la Al, ¿verdad?

—Sí.

—¿No viste lo que pasó?

—No. Es decir, no cuando ocurrió.

En ese momento noté que estaba llorando; grandes lagrimones le corrían por las mejillas y la garganta.

Mientras tironeaba salvajemente de su pelo siguió hablando con su voz dominada y normaclass="underline"

—Es un desastre.

Di un paso hacia ella y alargué la mano para posársela en el hombro, pero ella me la golpeó con el cepillo, chillando:

—¡No me toques! Disculpa. Vamos ya.

Al llegar a la puerta del baño me tocó ligeramente el brazo.

—William… —dijo, con una mirada desafiante—, me alegro de no haber sido yo. ¿Comprendes? Es la única forma de considerar todo esto.

La comprendí, pero no me di cuenta de que además lo creía.

—Puedo resumirlo en pocas palabras —dijo el comodoro con voz tensa—, aunque sólo sea porque sabemos muy poco. Unos diez segundos después de acabar con el vehículo enemigo, dos objetos, dos objetos muy pequeños, chocaron contra la Aniversario, hacia el centro de la nave. Puesto que no fueron detectados y conocemos los límites de nuestros aparatos detectores, sabemos que avanzaban a más de nueve décimos de la velocidad de la luz. Es decir, para mayor precisión: el vector de velocidad normal al eje de la Aniversario superaba los nueve décimos de la velocidad de la luz. Por eso atravesaron los campos de fuerza.

Cuando la Aniversario avanzaba a una velocidad relativa, generaba automáticamente dos poderosos campos electromagnéticos; uno de ellos, centrado a cinco mil kilómetros de la nave; el otro, a diez mil klims, ambos en línea con la dirección de avance. Esos campos se mantenían por un efecto de estatorreactor, recogiendo la energía del gas interestelar a medida que avanzábamos. Cualquier objeto lo bastante grande como para causar problemas si chocaba contra nosotros (es decir, lo bastante grande como para ser visto sin necesidad de lentes de aumento) pasaba por el primero de los campos y cuando llegaba al segundo tenía una fuerte carga negativa en toda la superficie. En cuanto entraba en el segundo campo se veía rechazado del rumbo que llevaba la nave. Si el objeto era demasiado grande como para ser rechazado, podíamos percibirlo a gran distancia y apartarnos de ese rumbo.

—No será necesario explicar que esto constituye un arma formidable. Cuando la Aniversario recibió el golpe, nuestra velocidad relativa con respecto al enemigo era tal que recorríamos nuestra propia longitud cada diez milésimos de segundo. Además, estábamos cambiando constantemente de dirección y la aceleración lateral sólo seguía las leyes del azar. Por lo tanto, los objetos que nos golpearon no habían sido apuntados hacia nosotros, sino guiados. Y el sistema de conducción era independiente, pues en el momento del choque ya no había taurinos con vida. Todo esto contenido en un objeto no mayor que un pequeño guijarro.

»Casi todos ustedes son muy jóvenes para recordar el término “impacto del futuro”. En la década de los sesenta algunos pensaban que el progreso tecnológico, a fuerza de ser rápido, no permitía que la gente normal se ajustara a él. Es decir, la gente no acabaría de habituarse al presente antes de que el futuro la alcanzara. Un hombre llamado Toffler acuñó el término “impacto del futuro” para denominar esta situación.

El comodoro se mostraba muy académico, por cierto.

—Estamos atrapados en una situación física que me recuerda ese concepto erudito. El resultado ha sido el desastre, la tragedia. Y tal como lo analizamos en nuestra última reunión, no hay modo de contrarrestarlo. La relatividad nos atrapa en el pasado del enemigo y los trae de nuestro futuro. Sólo podemos confiar en que la próxima vez, la situación sea inversa. Y para que eso ocurra no podemos hacer otra cosa que regresar a Puerta Estelar y después a la Tierra, donde quizá los especialistas logren deducir algo, crear alguna especie de arma defensiva, basándose en la naturaleza del daño que hemos sufrido.

»Ahora podríamos atacar el planeta portal de los taurinos desde el espacio; tal vez lograríamos destruir la base sin necesidad de emplear la infantería, pero creo que eso involucraría un grave riesgo. Podríamos… ser derribados por lo mismo que nos golpeó hoy, y resultaría imposible retornar a Puerta Estelar con una información que considero vital. Existe la posibilidad de enviar una nave teledirigida con un mensaje en el que se detallaran nuestras deducciones sobre esta nueva arma enemiga… pero eso puede ser inconveniente. Y la Fuerza habría perdido la oportunidad de avanzar un gran trecho tecnológicamente.

»Por lo tanto, hemos fijado un curso que nos llevará en torno a Yod-4, haciendo que el colapsar quede situado en lo posible como escudo entre nosotros y la base taurina. Evitaremos todo contacto con el enemigo para regresar a Puerta Estelar lo antes posible.

Cosa increíble: el comodoro tomó asiento y apoyó los nudillos contra las sienes, para continuar:

—Todos ustedes son cuando menos jefes de brigada o de sección. Casi todos tienen buenos antecedentes en combate. Confío en que algunos vuelvan a enrolarse en la Fuerza cuando acaben los dos años de servicio. Quienes lo hagan recibirían probablemente el grado de teniente y se enfrentarán a la posibilidad de mandar. Es a esas personas a las que quiero dirigirme por algunos momentos. No hablaré como uno de los comandantes, sino como oficial superior y consejero.