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Hojeó las listas sin prestarles mucha atención.

—Bien, como ha dicho el capitán, durante las maniobras habrá un solo tipo de medida disciplinaria: la pena capital. Pero normalmente no seremos nosotros quienes la apliquemos. Charon nos ahorrará el trabajo. Allá en los alojamientos es otro cantar. No nos interesa gran cosa lo que allí hagan. Rásquense el culo todo el día y jodan toda la noche; es cosa suya. Pero una vez que estén vestidos y en el exterior, tendrán que demostrar una disciplina que avergonzaría a un centurión. Habrá situaciones en las que cualquier estupidez podrá matarnos a todos. De cualquier modo, lo primero que debemos hacer es acostumbrarnos a usar los trajes de guerra. El armero les está esperando en los alojamientos; les atenderá uno por uno. Vamos.

4

El armero era menudo y parcialmente calvo, sin insignias de rango sobre el mono. El sargento Cortez nos había indicado que le llamáramos «señor», pues era teniente.

—Ya sé que en la Tierra recibieron lecciones sobre el funcionamiento de los trajes de guerra, pero quisiera insistir sobre algunos aspectos y agregar algimas cosas que tal vez allá no saben o no pueden explicar con mucha claridad. El sargento primero ha tenido la amabilidad de prestarse como modelo. Sí, sargento.

Cortez se quitó el mono y subió a una pequeña plataforma donde había un traje de guerra, abierto como una almeja antropomorfa. Se acercó de espaldas e introdujo los brazos en aquellas mangas rígidas. Se oyó entonces un chasquido y el traje se cerró con un suspiro. Era de color verde brillante; sobre el casco se leía, escrito en letras blancas, el apellido «Cortez».

—Camuflaje, sargento.

El color verde se convirtió en blanco; después, en un gris sucio.

—Éstos son camuflajes adecuados para Charon y para la mayoría de los planetas portales—observó Cortez, como si hablara desde un pozo profundo—, pero hay otras combinaciones posibles.

El gris se manchó con brillantes combinaciones de pardos y verdes.

—Jungla.

Después se convirtió en un ocre pálido y seco.

—Desierto.

Un pardo oscuro, más oscuro aún, hasta llegar al negro opaco.

—Noche o espacio.

—Muy bien, sargento. Que yo sepa, éste es el único detalle del traje que fue perfeccionado después de su entrenamiento. Los mandos están en torno a la muñeca izquierda. Reconozco que son incómodos, pero una vez que uno halla la combinación adecuada, es muy fácil mantenerla. Ahora bien, en la Tierra ustedes no recibieron demasiado entrenamiento respecto al uso del traje, pues no queríamos que se habituaran a utilizarlo en un ambiente benigno. El traje de guerra es el arma personal más poderosa que se haya inventado, pero al mismo tiempo la que más fácilmente puede causar la muerte de quien lo viste, por mero descuido. Gire, sargento.

Señaló una gran protuberancia cuadrada entre los hombros, y prosiguió:

—Aquí tienen un ejemplo: las aletas de escape. Como ustedes saben, el traje mantiene a quien lo lleva en una temperatura cómoda, sea cual fuere el clima exterior. El material del traje es el mejor aislante que se pudo conseguir, de acuerdo con las necesidades técnicas. Por lo tanto estas aletas se calientan mucho, en comparación con las temperaturas del lado oscuro, a medida que evacuan el calor del cuerpo humano. Supongamos que uno se recuesta contra una roca de gas congelado: hay muchas por ahí. El gas sublimará a medida que vaya surgiendo de las aletas y, al escapar, golpeará contra el «hielo» circundante, quebrándolo; en una centésima de segundo se producirá un estallido equivalente al de una granada, precisamente debajo del cuello. La víctima no sentirá nada. En los últimos dos meses han muerto once personas por variaciones sobre este tema. Y sólo estaban construyendo unas pocas cabañas.

»Supongo que ya están advertidos con respecto a la instalación Waldo, con la cual ustedes pueden matarse con toda facilidad o causar la muerte de sus compañeros. ¿Alguien quiere estrecharle la mano al sargento?

Hizo una pausa; al no obtener respuesta se adelantó y tomó la mano enguantada de Cortez.

—Él tiene muchísima práctica. Mientras ustedes no la tengan deberán emplear la máxima cautela. Por rascarse un picor pueden quebrarse la espalda. Recuerden: reacciones semilogarítmicas; una presión de un kilogramo ejerce una fuerza de cinco; tres kilos dan diez; cuatro, veintitrés; cinco, cuarenta y siete. Casi todos ustedes podrán levantar pesos muy superiores a los cincuenta kilos. Teóricamente se puede partir una viga de acero con sólo amplificar esa fuerza; lo que sucede en realidad es que se rompe el material de los guantes y uno muere inmediatamente, al menos aquí, en Charon. Sería una carrera entre la descompresión y la congelación instantánea: de uno u otro modo morirán sin remedio.

»También los Waldo de las piernas son peligrosos, aunque la amplificación es menor. Mientras no estén bien adiestrados no traten de correr ni de saltar. Lo más probable sería que resbalaran, y eso también significaría la muerte.

»La gravedad de Charon equivale a las tres cuartas partes de la terrestre, de modo que eso no es demasiado complicado. Pero en un planeta pequeño, como la Luna, uno toma carrera da un salto y vuela hacia el horizonte sin descender durante veinte minutos; probablemente acabe estrellándose contra una montaña a ochenta metros por segundo. En un pequeño asteroide tampoco sería buen negocio: se podría alcanzar la velocidad de escape y encontrarse en un viaje informal por los espacios intergalácticos. Es una manera muy lenta de viajar.

»Mañana por la mañana comenzaremos a enseñarles cómo mantenerse vivos dentro de esta máquina infernal. Durante el resto del día, hasta la hora de acostarse, les iré llamando uno por uno para tomarles las medidas. Eso es todo, sargento.

Cortez se acercó a la puerta e hizo girar la espita que permitía la entrada de aire a la esclusa; inmediatamente se encendieron varias lámparas de infrarrojos para evitar que el aire se congelara en su interior. Cuando las presiones estuvieron igualadas, el sargento volvió a cerrar la espita, abrió la puerta y pasó a la esclusa, cerrando tras de sí. Durante un minuto se oyó el murmullo de la bomba que evacuaba el pequeño recinto. Finalmente Cortez salió y cerró herméticamente la puerta exterior. El sistema era muy similar al de la Luna.

—En primer término, que venga el soldado Ornar Almizar. El resto puede ir a buscar las literas correspondientes. Les llamaré por el altavoz.

—¿Por orden alfabético, señor?

—Sí. Tardaré unos diez minutos con cada uno. Quienes tengan el apellido con Z pueden acostarse.

La pregunta había provenido de Rogers. Seguramente pensaba acostarse en seguida.

5

El sol era un punto blanco y duro en mitad del cielo; resultaba mucho más brillante de lo que yo había supuesto; dado que estábamos a ochenta unidades astronómicas de distancia, su luz tenía una intensidad 6.400 veces menor que en la Tierra. Sin embargo, daba tanta luz como una poderosa lámpara para iluminación de calles.

—Aquí hay mucha más luminosidad que en los planetas portales —crujió la voz del capitán Stott en nuestro oído colectivo—. Confórmense con ver por dónde caminan.

Marchábamos todos formados en una sola fila india por la acera de permaplast que comunicaba los alojamientos con la cabaña de suministros. Habíamos pasado la mañana practicando la marcha entre paredes; no había gran diferencia con lo de ahora, salvo en lo que respecta al exótico escenario. Aunque la luz era bastante mortecina, era posible ver claramente hasta el horizonte, puesto que no había atmósfera. Desde un lado al otro se extendía un barranco negro, demasiado regular como para ser natural, a un kilómetro de donde estábamos. El suelo era negro como la obsidiana, manchado con parches de hielo blanco o azulado. Junto a la cabaña de suministros había una pequeña montaña de nieve en un cubo con el rótulo «Oxígeno».