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Si usted quiere convertirse en un experto completamente ecléctico en un tema que le asquea, únase a la FENU y pida recibir adiestramiento como oficial.

Ciento diecinueve personas, y yo era responsable de ciento dieciocho de ellas, incluyéndome a mí, pero sin contar al comodoro, que presumiblemente sabía cuidarse solo. Durante las dos semanas de rehabilitación física que siguieron a la sesión de CSVA no me encontré con ningún miembro de mi compañía; antes de nuestra primera entrevista yo debía presentarme al oficial de orientación cronológica. Solicité una cita; su empleado me indicó que el coronel me esperaría en el Club de los Seis Oficiales de Grado, después de cenar.

Fui temprano al Club de los Seis, pensando cenar allí, pero no tenían sino minutas; comí una especie de hongo que sabía vagamente a cazuela de caracoles e ingerí el resto de mis calorías bajo la forma de alcohol.

—¿El mayor Mandella?

Estaba tan ocupado en consumir mi séptima cerveza que no había visto al coronel. Empecé a levantarme, pero él me indicó que permaneciera sentado, mientras se dejaba caer pesadamente en la silla de enfrente.

—Estoy en deuda con usted —dijo—. Me esperaba una velada muy aburrida; gracias a usted he salvado por lo menos media hora.

Y agregó, tendiéndome la mano:

—Jack Kynock, a sus órdenes.

—Coronel…

—No me trate como coronel y yo no le trataré como mayor. Nosotros, los viejos fósiles, tenemos que… guardar la perspectiva, William.

—Estoy de acuerdo.

Pidió una bebida que yo nunca había oído nombrar.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó—. Según los registros usted estuvo en la Tierra por última vez en 2007.

—Exacto.

—No le gustó mucho, ¿verdad?

—No —respondí, pensando en aquellos zombies, los felices robots.

—Bueno, mejoró un poco. Después empeoró. Gracias.

Un recluta le trajo la bebida; era una mezcla borboteante, de color verde en el fondo del vaso y chartreuse claro en la superficie. El coronel tomó un sorbo y prosiguió:

—Volvió a mejorar y a empeorar y a… No sé. Ciclos.

—¿Y cómo es ahora?

—Bueno, en realidad no estoy muy seguro. Tenemos montañas de informes, pero no es sencillo separar la verdad de la propaganda. La última vez que estuve allá fue hace doscientos años; por entonces las cosas estaban bastante mal. Es decir, eso depende de lo que uno prefiera.

—¿A qué se refiere usted?

—Veamos: había mucho movimiento. ¿Alguna vez oyó hablar del movimiento pacifista?

—No creo.

—¡Hum! El nombre es engañoso. En realidad era una guerra de guerrillas.

—¡Cómo! Creí que sabía nombre, rango y número de serie de cuantas guerras se habían producido en la Tierra desde Troya hasta ahora. Seguramente se olvidaron de ésa.

—Por buenas razones —respondió él, sonriendo—. La llevaban a cabo los veteranos sobrevivientes de Yod-3 8 y Aleph-40, según me han dicho. Obtuvieron la baja al mismo tiempo y decidieron encargarse de la FENU, allá en la Tierra. La población les prestaba mucho apoyo.

—Pero no ganaron.

—Aún estamos aquí—observó, haciendo girar el vaso, mientras los colores se mezclaban—. En realidad sólo estoy al tanto de los rumores. Cuando estuve allá la guerra había terminado, con excepción de algún sabotaje esporádico. Y no era precisamente un tema agradable para entablar conversación.

—Me sorprende un poco —observé—. Bueno, más que un poco. Me refiero a que la población terráquea hiciera algo contra los deseos del gobierno.

Él emitió un ruido nada comprometido.

—Y menos aún una revolución —proseguí—. Cuando estuvimos allá nadie era capaz de decir una palabra contra la FENU… o contra cualquiera de los gobiernos nacionales. Tenían el cerebro bien condicionado para aceptar las cosas tal como estaban.

—Ah, eso también es cíclico —dijo él, repantigándose—. No es cuestión de técnica. Si los gobiernos de la Tierra lo quisieran podrían dominarlo todo, hasta el pensamiento más trivial de cada ciudadano, desde la cuna hasta la tumba. No lo hacen porque resultaría fatal. Porque estamos en guerra. Fíjese en su propio caso: ¿recibió algún condicionamiento motivacional mientras estaba en el tanque?

Cavilé por un momento.

—Si fue así, no tengo por qué saberlo.

—Eso es cierto. En parte. Pero créame, han dejado en paz esa parte de su cerebro. Cualquier cambio de actitud con respecto a la FENU o a la guerra, ésta o cualquier otra, proviene sólo de sus nuevos conocimientos. Nadie se ha entrometido con sus motivaciones básicas. Y ya debería saber por qué.

Por el laberinto de mis nuevos conocimientos repiquetearon nombres, fechas y cifras:

—Tet-17, Sed-21, Aleph-14, el Lazlo… el informe de la comisión de emergencia Lazlo, en junio de 2106.

—Exactamente. Y, por extensión, su propia experiencia en Aleph-1. Los robots no resultan buenos soldados.

—Resultaron hasta el siglo xxi. El condicionamiento conductista era el sueño de cualquier general. Se podía formar un ejército con los mejores rasgos de la SS, la guardia pretoriana, la Horda de Oro y los Boinas Verdes.

El coronel rió por encima del borde del vaso.

—Ponga a ese ejército contra una brigada de hombres provistos de trajes de batalla modernos. Estará acabado en dos minutos.

—Siempre y cuando los hombres de la brigada no pierdan la cabeza y luchen como endemoniados para conservar la vida.

—La generación de soldados que provocó los informes Lazlo fueron condicionados desde el nacimiento para satisfacer alguna imagen de guerrero ideal. Operaban magníficamente en equipo, estaban sedientos de sangre y no daban mayor importancia a la supervivencia individual…, pero los taurinos les hicieron pedazos. También ellos luchaban sin preocuparse por los individuos, pero lo hacían mejor y eran más numerosos.

Kynock tomó un trago y se quedó mirando los colores de la bebida.

—He visto su análisis caracterológico —dijo—. Antes y después de la sesión en el tanque. Esencialmente es el mismo.

—Eso me tranquiliza —observé, mientras pedía por señas otra cerveza.

—Tal vez no es tan tranquilizador como usted cree.

—¿Por qué? ¿Dice que no voy a ser buen oficial? Se lo dije desde el principio: no tengo pasta de jefe.

—En un sentido tiene razón; en el otro, no. ¿Quiere saber qué dice el análisis?

—¿No es secreto? —respondí, encogiéndome de hombros.

—Sí, pero usted es mayor; puede revisar el análisis de cualquier persona bajo su mando.

—No creo que me depare muchas sorpresas.

Pero me sentía algo curioso. ¿Qué animal resiste la fascinación de los espejos?

—No. Dice que usted es pacifista. Un pacifista fallido, cosa que le ocasiona una ligera neurosis. La compensa transfiriendo la culpa al ejército.

La cerveza estaba tan fría que hizo que me dolieran los dientes.

—Hasta aquí no me sorprende.

—Si usted tuviera que matar a un hombre y no a un taurino, me parece dudoso que pudiera hacerlo. Aunque debe conocer mil formas diferentes de llevarlo a cabo.