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»Es casi seguro que en ese período nos atacarán. Como ustedes han de saber, el Comando de la Fuerza de Choque ha descubierto cierto esquema en los movimientos del enemigo, de colapsar a colapsar. Confían en que, tarde o temprano, será posible rastrear ese complejo esquema a través del tiempo y del espacio, hasta hallar el lugar de origen de los taurinos. Por el momento sólo podemos enviar fuerzas que les intercepten e impidan su expansión.

»Eso es, a grandes rasgos, lo que se nos ordena hacer. Seremos una de las muchas fuerzas de choque empleadas en esas maniobras de bloqueo en las fronteras del enemigo. Por mucho que insista sobre la importancia de esta misión, jamás será bastante; si la FENU logra evitar que el enemigo se expanda, tal vez consigamos envolverlo y ganar la guerra.

De ser posible, antes de que todos estuviéramos reducidos a cadáveres.

—Quiero dejar un punto bien claro: tal vez nos ataquen el mismo día en que lleguemos; tal vez ocupemos el planeta durante diez años sin dificultades.

(Las probabilidades eran más que escasas.)

—Pero, pase lo que pase, cada uno de nosotros debe mantenerse en el mejor estado posible para el combate. Mientras estemos en la nave llevaremos a cabo un programa regular de ejercicios gimnásticos y de revisión de adiestramiento, especialmente en lo que concierne a técnicas de construcción; debemos levantar la base y sus instalaciones defensivas en el menor tiempo posible.

(¡Dios, ya estaba hablando como los oficiales!)

—¿Alguna pregunta?

No las hubo. Entonces finalicé:

—Quiero presentarles a la comodoro Antopol. Adelante, comodoro.

Ésta no trató de ocultar su aburrimiento en tanto explicaba a todas aquellas lombrices de tierra las características y las comodidades de la Masaryk II. El programa de información del tanque me había enseñado ya la mayor parte de cuanto ella decía, pero sus últimas frases me llamaron la atención.

—Sade-138 será el colapsar más lejano alcanzado por el hombre. Ni siquiera está en la galaxia propiamente dicha, sino que forma parte de la Gran Nube Magallánica, a unos cincuenta años-luz de distancia. Nuestro viaje requerirá cuatro saltos colapsares y nos ocupará unos cuatro meses subjetivos. Las maniobras para la inserción colapsar nos habrán retrasado unos trescientos años con respecto al calendario de Puerta Estelar para cuando lleguemos a Sade-138.

Y habrían pasado otros setecientos años, si yo vivía tanto como para volver. Eso no haría mucha diferencia: Marygay ya había muerto, sin duda, y no había persona viviente que significara algo para mí.

—Tal como el mayor les ha dicho, estas cifras no les deben inducir a la desidia. El enemigo también se dirige hacia Sade-138; tal vez lleguemos el mismo día. Las matemáticas de la situación son complicadas, pero crean lo que les decimos: la carrera ha de ser difícil. Mayor, ¿quiere agregar algo más?

Empecé a levantarme, diciendo:

—Bueno…

Inmediatamente Hilleboe gritó:

—¡Atención!

Tenía que aprender a estar preparado para eso.

—Sólo quería decir que me gustaría hablar unos minutos con los oficiales superiores, desde el grado cuatro hacia arriba. Los sargentos de pelotón se encargarán de conducir las tropas a la zona de embarque 67, mañana por la mañana a las 0400. Hasta entonces quedan todos en libertad.

Invité a los cinco oficiales a mi salita y saqué una botella de verdadero coñac francés. Me había costado dos meses de sueldo, pero ¿qué otra cosa podía hacer con el dinero? ¿Invertirlo? Cuando serví las copas, Alserver, la doctora, rechazó la suya; en cambio partió una pequeña cápsula bajo su nariz y aspiró profundamente. Después trató sin mucho éxito de disimular su expresión de euforia.

—En primer lugar, vamos a un problema personal básico —dije, mientras servía la bebida—. ¿Están todos ustedes informados de que no soy homosexual?

Hubo un coro mezclado de «sí señor» y «no señor».

—¿No creen que esto va a… complicar mi situación como comandante entre los soldados?

—Señor, no creo… —empezó Moore.

—Aquí no hacen falta rangos —dije—: estamos en un círculo cerrado. Hace cinco años, en mi propio marco cronológico, yo era recluta. Cuando no haya soldados rasos presentes, pueden llamarme Mandella o William.

Tuve la sensación de que estaba cometiendo un error al decir eso, pero concluí:

—Sigue hablando.

—Bueno, William, tal vez hace cien años habría sido un problema. Ya sabes lo que pensaba la gente por entonces.

—En realidad no lo sé. Desde el siglo xxi en adelante no sé más que historia militar.

—¡Oh! bueno, era… ¿Cómo te diré? Eh, era…

Agitó las manos en el aire. Alserver terminó por éclass="underline"

—Era un delito. Eso fue mientras el Consejo de Eugenesia trataba de convencer a la gente para que la homosexualidad fuera universal.

—¿Qué Consejo de Eugenesia?

—Es parte de la FENU. Solamente tiene autoridad en la Tierra.

Aspiró profundamente la cápsula vacía y prosiguió:

—Se trataba de evitar que la gente siguiera procreando bebés al modo biológico. Porque A) la gente mostraba una lamentable falta de juicio al elegir al compañero biológico, y B) el Consejo notaba que las diferencias raciales provocaban una división innecesaria en la humanidad. Con un control absoluto de los nacimientos se podría lograr que en pocas generaciones hubiera una sola raza.

No sabía que habían llegado tan lejos, pero parecía lógico.

—Y tú, como médico, ¿lo apruebas?

—Cómo médico no estoy segura.

Tomó otra cápsula del bolsillo y la hizo girar entre el pulgar y el índice, con la mirada perdida, o tal vez fija en algo que nadie veía.

—En cierto modo eso me facilita mucho el trabajo. Muchas enfermedades han dejado de existir. Pero creo que no saben tanto de genética como creen saber. No es una ciencia exacta; quizás están haciendo algo muy mal y el resultado no se note hasta dentro de muchos siglos.

Rompió la segunda cápsula bajo su nariz y aspiró dos veces seguidas.

—Sin embargo —aclaró—, como mujer estoy de acuerdo.

Hilleboe y Rusk asintieron vigorosamente.

—¿Porque así no debes pasar por el proceso del parto?

—En parte por eso —confirmó ella, bizqueando cómicamente al mirar la cápsula para aspirar por última vez—. Sin embargo es sobre todo por no verme obligada a… tener un hombre… dentro de mí. ¿Comprendes? Es desagradable.

—Si no has probado, Diana —observó Moore riendo—, no lo puedes…

—¡Oh, cállate! —exclamó ella, arrojándole juguetonamente la cápsula vacía.

—Pero es perfectamente natural —protesté.

—También lo es andar de árbol en árbol y cavar en busca de raíces con un palo romo. El progreso, mi querido mayor, el progreso.

—De cualquier modo —prosiguió Moore— sólo se consideró delito durante un breve período. Después pasó a ser… ejem… una…

—Afección que se podía curar —completó Alsever.

—Gracias. Ahora bien, es tan poco habitual… No creo que los soldados lo tomen muy a pecho, en un sentido o en otro.

—Es sólo un rasgo excéntrico —afirmó Diana, magnánima—. Peor sería que devoraras niños.

—Es cierto, Mandella—concordó Hilleboe—. Mis sentimientos hacia usted no cambian por eso.

—Me… me alegro.

¡Qué maravilla! Comenzaba a darme cuenta de que no tenía la menor idea sobre cómo debía comportarme socialmente. Gran parte de mi conducta «normal» se basaba en un complejo código táctico de etiqueta sexual. ¿Debía tratar a los hombres como si fueran mujeres y viceversa? ¿O tratarles a todos como hermanos? Todo resultaba muy confuso. Acabé de vaciar mi copa y la dejé sobre la mesa.