Se fijó en sus pantalones de traje hechos a mano, en su camisa de manga larga y su americana. Tenía buen aspecto. Tan bueno como para hacerle olvidar los gruñidos de su estómago. «Peligro», se dijo. Enamorarse de Jackson era absurdo. Al menos, hasta que supiera un poco más de él. Pero no habían tenido mucho tiempo para estar solos y, ahora que lo estaban, no se le ocurría cómo empezar. Y decirle «Bueno, háblame de ti» no le parecía buena idea.
– ¿Pudiste dormir algo? -le susurró él al oído, con la mano sobre sus riñones.
Un líquido calorcillo fluyó por el cuerpo de Katie.
– Lo intenté, pero con tantas interrupciones…
– ¿Debería disculparme?
– No eras tú quien me interrumpía.
Él le sonrió.
– Ya sabes a qué me refiero.
Se miraron a los ojos. Katie sintió un chisporroteo de deseo.
– No -susurró-, no te disculpes.
– Bien.
Se detuvieron delante de la puerta abierta. Katie oyó voces y comprendió que debían entrar. Pero mirar a Jackson a los ojos era lo mejor del día. Bueno, besarlo era todavía mejor, y cuando la tocaba ella se…
– Leo ciencia ficción -balbució él.
– ¿Qué?
– Leo ciencia ficción. Me gustan las películas de espías y de suspense. Puedo aguantar una comedia romántica, si te empeñas. Me gustan las vacaciones relajadas, preferiblemente en la playa, pero también puedo ir a la montaña -tomó su cara entre las manos-. Dime qué te gusta a ti.
– Eh, yo leo novelas de amor y de misterio. Me gusta casi todo el cine, con tal de que no sea violento, ni haya mucha sangre. No recuerdo la última vez que tuve vacaciones, pero estaría bien ir a la playa.
– Yo me caí de un árbol a los ocho años y me rompí el brazo.
– Yo tengo un tatuaje en el culo que dice «Buddy».
Jackson bajó las manos y la miró con pasmo.
– ¿Buddy?
Katie se rió y lo besó.
– Es broma. No tengo ningún tatuaje.
– Ya me parecía. Lo habría visto anoche.
Jackson la tomó en brazos y la hizo girar.
– Hemos perdido muchísimo tiempo, Katie. A mi madre le va a encantar cuando se entere.
El corazón de Katie latía a toda velocidad. ¿A qué se refería exactamente? ¿Era posible que estuviera tan loca por ella como ella por él? ¿Tendría tanta suerte? Había abierto la boca, lista para preguntárselo, cuando alguien lo llamó con voz suave.
– Jackson, ¿tienes un segundo?
Él la dejó en el suelo y, al volverse, vieron a Ariel tras ellos. Estaba muy guapa y tenía cara de preocupación.
– Tengo que ir al ensayo de la boda -dijo, sin apartar la mano de la cintura de Katie.
– No tardaré mucho. Por favor.
Katie pensó en cuánto significaba Jackson para ella, y pensó también que, comparada con Ariel, tan alta y tan guapa, ella era del montón. Debía de estar loca por enamorarse de él. Pero, aun así, se sentía fuerte.
– Deberías hablar con ella -le dijo a Jackson.
– ¿Por qué? Sé que no te apetece ir al ensayo.
– Sobreviviré, y además no tardarás mucho.
Al menos eso esperaba. Además, si él era capaz de acostarse con ella y luego volver con su ex, era mejor saberlo cuanto antes. Cuando todavía tenía posibilidades de salir con el corazón intacto. O, al menos, sólo un poco resquebrajado.
– Enseguida vuelvo -le prometió Jackson, y se alejó con Ariel.
Katie no quería verlos juntos, así que se apresuró a entrar en el salón. No pasaría nada, se dijo levantando la barbilla y avanzando resueltamente. Luego, de pronto, tropezó con un bolso, se tambaleó, se giró, sintió un horrible chasquido y cayó al suelo.
Le habría encantado quedarse tumbada en el suelo y que todos fingieran que no la veían. Pero, en vez de ignorarla, corrieron a reunirse a su alrededor, haciéndole preguntas y dándole consejos. Alex fue el primero en llegar y la ayudó a sentarse.
– ¿Qué te duele? -preguntó, frotándole las piernas.
Ella lo apartó.
– Estoy bien. No es nada.
Su madre llegó después.
– ¿Estás bien?
– Creo que me ha dado un tirón. Estaré perfectamente dentro de un segundo.
Su madre le apretó la mano.
– Si intentas escaquearte de la boda, tendrás que esforzarte más -susurró.
Katie logró sonreír, a pesar de que cada vez le dolía más la rodilla.
– La ventana estaba muy lejos.
Su padre se arrodilló delante de ella y le palpó la rodilla.
– Se te está hinchando, hija. Creo que te has hecho un esguince. Vamos a echarle un vistazo.
La ayudó a pasar a la habitación contigua. Ella se quitó las sandalias y los vaqueros blancos e hizo una mueca al ver su rodilla. Era casi el doble de grande.
– Qué bonito -murmuró.
Su padre, que era médico de familia, le apretó ligeramente la rodilla.
– Tú eres la experta en deportes de la familia. ¿Qué opinas?
Katie había visto suficientes esguinces de rodilla como para saberse de memoria el tratamiento.
– Hielo, reposo, mantener la pierna en alto, ibuprofeno y vendaje, si me levanto.
– Ésa es mi chica. Si no mejora dentro de un par de días, te haremos una radiografía, pero creo que mejorará -se levantó-. ¿Intentas escaquearte para no recorrer el camino hacia el altar?
– Ojalá -se palpó la rodilla e hizo una mueca de dolor-. Cuánta gracilidad la mía.
Él la ayudó a levantarse y a ponerse la ropa.
– Te queremos de todos modos.
– Agradezco vuestro amor sin condiciones -dijo Katie, y lo abrazó.
Su padre la retuvo un segundo entre sus brazos.
– Esta boda es un desastre. ¿Te has enterado de lo de Tully y Bruce?
– Es peor que pensar en mamá y en ti practicando el sexo.
– No sigas por ahí.
– Eso intento, créeme.
Su padre se irguió y la miró.
– Sé que Alex te hizo mucho daño cuando te dejó por Courtney, pero para mí fue un alivio. Nunca me gustó para ti. Espero que lo sepas.
– Lo sé.
– Bien.
Se abrió la puerta y entró Jackson.
– He estado fuera un cuarto de hora. ¿Qué demonios ha pasado? -se interrumpió al ver a su padre-. Eh, señor… -añadió.
Ya era bastante desastroso que todo el mundo hubiera visto lo torpe que era; ahora, además, tenía que explicárselo a Jackson.
– Ésta es la razón por la que me dedico a escribir sobre deportes, en vez de practicarlos -dijo encogiéndose de hombros-. Tropecé.
– ¿Estás bien? He oído que te habías roto algo.
– Un esguince de rodilla -dijo su padre alegremente-. Se pondrá bien -vaciló y luego los miró a los dos-. ¿Dejo que te apoyes en él?
Katie asintió y su padre se marchó. Ella se volvió hacia Jackson.
– ¿Qué tal Ariel?
– Bien. ¿Qué ha pasado?
– Ariel primero.
– Tú primero.
Ella soltó un soplido.
– Tropecé con un bolso y me torcí la rodilla.
– Cree que deberíamos volver a estar juntos. Le he dicho que no.
Katie ya sabía lo que iba a decirle, pero aun así se le encogió el estómago al oírlo.
– ¿Puedes ser más concreto? -preguntó con cautela. Jackson se acercó a ella.
– ¿Necesitas hielo o algo?
– Hielo, poner la pierna en alto, descanso e ibuprofeno.
– ¿En ese orden?
– Mejor todo a la vez.
– Eso me parecía.
Antes de que Katie se diera cuenta de lo que hacía, se inclinó sobre ella, la tomó en brazos y la levantó.
Ella soltó un chillido.
– ¿Se puede saber qué haces?
– Llevarte a tu habitación.
La puerta volvió a abrirse y apareció su madre, con los ojos como platos.
– He oído gritar y… -al ver a su hija en brazos de Jackson, suspiró-: Qué romántico.
– Nada de eso -insistió Katie, agarrándose a su cuello-. No soy un gato. Bájame.