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El camarero les sirvió las bebidas. Jackson le dio automáticamente un billete de veinte y rechazó el cambio. Quería decirle a su madre que se equivocaba. Que no había nada de eso. Pero, si echaba la vista atrás, se daba cuenta de que ella tenía razón. Era cierto que se comprometía hasta cierto punto. Pero, cuando llegaba el momento de la verdad, el momento de casarse, siempre daba marcha atrás. Nunca se había imaginado pasando el resto de su vida con una mujer concreta.

Hasta ahora.

Porque mientras que la idea de envejecer con Ariel o con cualquier otra lo habría hecho salir huyendo despavorido, la idea de pasar sesenta u ochenta años con Katie le resultaba atrayente. Ella se haría cada vez más bella con el paso del tiempo. Su sentido del humor y su curiosidad serían un reto para él. De pronto se descubrió deseando cuidar de ella, hacer que se sintiera segura.

– Por favor, no te lo tomes a mal -dijo su madre, muy seria-. Te quiero muchísimo, Howie, y me encantaría verle con Katie. Pero no quiero que sufra. Eres asombroso y es muy probable que se enamore de ti. ¿Qué mujer no se enamoraría de ti?

– Hablas como una verdadera madre -murmuró él-. Y te entiendo.

– ¿Estás seguro?

– Haría cualquier cosa por evitar que Katie sufra.

– Bien. Procura recordarlo.

Capítulo 11

A pesar de las escenas melodramáticas, los llantos y los berrinches, Courtney estuvo preparada para recorrer el pasillo hacia el altar justo a tiempo. Katie ya había ido a ver cómo iba el novio, y Alex estaba en su sitio, junto al sacerdote. Los dos novios estaban nerviosos y felices, y no paraban de decir a quien quisiera escucharles lo mucho que se amaban.

Los casi trescientos invitados habían ocupado también su lugar. Aquella cifra hacía que a Katie se le encogiera el estómago, pero al menos no era ella quien tenía que ocuparse del gentío. Ni pagar la boda, pensó, preguntándose cuánto les habría costado a sus padres.

Regresó a la habitación de la novia.

– Estoy perfecta -dijo Courtney, girándose delante del espejo.

Katie hizo lo posible por sacudirse la exasperación que le producía la vanidad de su hermana. A fin de cuentas, era el día de su boda, y sólo quedaban unas horas más. Pasaría por todo aquello porque Courtney era su hermana. Pero luego volvería a su rutina.

– Todo el mundo está esperando -dijo Janis al entrar en la habitación-. Courtney, estás preciosa. Tu padre ya está aquí. Vamos.

Courtney se ajustó el velo, recogió su ramo de flores y sonrió.

– ¿Verdad que éste ha sido el mejor fin de semana del mundo? Todo ha sido perfecto, mamá. Alex y yo te agradecemos muchísimo que haya sido tan romántico.

– De nada.

Su madre tomó a Katie del brazo y tiró de ella fuera de la habitación.

– Gracias por tu ayuda -dijo-. No podría haber pasado por esto sin ti. No paro de repetirme que dentro de unas horas se habrá acabado por fin.

– Eso estaba pensando yo. Te juro que, cuando me case, me escaparé. O no habrá más de cincuenta invitados.

– Tu padre y yo gastaremos exactamente lo mismo en tu boda que en la de tu hermana.

Katie le sonrió.

– ¿Podéis dármelo en efectivo, mejor?

Su madre la abrazó.

– Con intereses.

La ceremonia fue preciosa y transcurrió sin incidentes. En el banquete, el primer baile hizo suspirar a todo el mundo, la comida fue perfecta y la tarta ocupó un lugar de honor en el rincón. Los novios no habían querido que hubiera mesa presidencial. Había, en cambio, una mesa especial sólo para ellos: bajo un arco con colgaduras y bombillas parpadeantes.

Jackson abrazó a Katie mientras se movían al ritmo de la música.

– ¿Te enfadarás si te pregunto cuánto tiempo más tenemos que quedarnos?

Ella le sonrió.

– No, porque ya tengo la respuesta. Cincuenta y siete minutos. Le prometí a mi madre que nos quedaríamos hasta las nueve y media. Luego seremos libres.

– Bien. ¿En tu habitación o en la mía?

Ella ladeó la cabeza mientras sopesaba la pregunta. La suave luz se derramaba sobre su hermosa cara, iluminando sus tenues pecas, la forma de su boca y el brillo de humor de su mirada.

– En la tuya -dijo por fin-. Sobre todo porque nadie me buscará allí.

– O sea, que soy sólo una excusa.

– ¿Y eso te preocupa?

– En absoluto.

Katie se rió y Jackson sintió en las entrañas el claro sonido de su risa. Cada vez se sentía más a gusto con ella.

Seguía recordando las palabras de su madre; sabía que debía andarse con pies de plomo. Pero quería dejarle claro a Katie y a todos los demás que ella le importaba. No estaba jugando. Katie era la mujer de su vida y pensaba hacerla suya.

Courtney se acercó y tocó a Katie en el hombro.

– Voy a lanzar el ramo. Voy a lanzártelo directamente a ti. Ya sabes, para que tengas suerte -luego la abrazó-. Te quiero, Katie.

– Yo también a ti.

Su hermana la soltó y miró a Jackson.

– Gracias por venir a mi boda.

– Creía que me odiabas.

Ella se rió, achispada.

– No seas tonto. Aunque más vale que tengas cuidado con mi hermana. Lo sé todo de ti.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó él.

Courtney volvió a mirar a Katie.

– Sé que te gusta mucho. Porque aunque sea una cita pactada y todo eso, es muy majo. Pero ten cuidado. Ya sabes cómo son los tíos. Y tú no tienes mucha suerte.

Katie permaneció impasible. Obviamente, se le daba muy bien ocultar sus verdaderos sentimientos.

Pero Jackson estaba harto de soportar las idioteces de Courtney.

– Escucha -comenzó a decir.

Courtney achicó los ojos.

– No, escucha tú. Te acostaste con Ariel. Me lo dijo ella. Así que no hagas daño a mi hermana. Vamos -Courtney agarró del brazo a su hermana-. Voy a lanzar el ramo.

Katie se alejó antes de que Jackson pudiera detenerla. Jackson se quedó en medio de la pista de baile, viendo cómo se llevaban a la mujer a la que amaba.

No se había acostado con Ariel. Al menos, desde hacía mucho tiempo. Katie tenía que saberlo. Tenía que saber que Courtney estaba mintiendo, o que había malinterpretado la verdad. O quizás hubiera sido Ariel. Katie tenía que saber cuánto significaba para él. Que nunca haría nada que pudiera hacerle daño.

– ¿Va todo bien? -preguntó su madre.

– Sí.

– Katie parece disgustada.

Tenía que arreglar aquello, pensó él con firmeza. Pero ¿cómo? Tenía que haber algún modo de convencerla de que era…

Puso las manos sobre los hombros de su madre.

– Necesito que distraigas a Courtney para que no tire el ramo todavía.

– ¿Qué?

– Va a lanzarlo de un momento a otro. Necesito que la distraigas.

– ¿Cuánto tiempo?

– Hasta que yo vuelva -se dirigió hacia la puerta.

– Howie…

El se dio la vuelta.

– Mamá, tienes que dejar de llamarme así. Te lo explicaré todo en cuanto pueda. Pero ayúdame.

– De acuerdo. Pero no sé qué voy a decir.

– Ya se te ocurrirá algo.

– Esto es ridículo -dijo Courtney mientras bebía champán y se paseaba por el borde del salón de baile-. Quiero lanzar el ramo y seguir con mi vida.

– Mamá y Tina lo han dejado muy claro. Quieren que esperemos.

– De acuerdo. Pero sólo cinco minutos más. Luego haré lo que quiera.

«Y al diablo con las consecuencias», pensó Katie con sorna. Courtney se preocupaba a veces por los demás. Pero, por desgracia, esos momentos eran muy poco frecuentes.

– Espero que sepas que lo que he dicho lo he dicho por tu bien -dijo.

Katie la miró con desconcierto.

– ¿De qué estás hablando?