Aquella lenta y provocativa sonrisa volvió a aparecer.
– Control de inventarios. Créeme: es mejor que no sepas los detalles.
– Seguramente, pero está bien que alguien se ocupe de los inventarios. Es muy… ingenioso.
El levantó las cejas.
– ¿Ingenioso?
– Estudié periodismo deportivo, no empresariales. «Ingenioso» es lo único que se me ha venido a la cabeza, dadas las circunstancias. Ponme un plazo de entrega y seguro que me ocurre algo más impresionante.
– Puede que ya esté impresionado.
Katie no sabía si era por lo que había dicho o por cómo lo había dicho, pero por primera vez desde hacía mucho tiempo, se sintió francamente femenina. Si hubiera tenido el pelo un par de centímetros más largo, habría sentido la tentación de sacudir la melena. Lo cierto era que se alegraba de que su madre la hubiera hecho ponerse un vestido de verano en vez de unos vaqueros y una camiseta, y de haberse puesto rímel y brillo en los labios.
– No eres como esperaba -continuó él.
– Lo sé -reconoció ella, intentando no batir las pestañas, aunque se moría de ganas-. Cuando mi madre sugirió que viniera contigo, no me hizo ninguna gracia. Pero te agradezco mucho que hayas venido y que vayas a echarme una mano con esto.
– No hay problema.
– Eso dices ahora, pero no tienes ni idea de dónde te estás metiendo -Katie sonrió-. Quizá debería confiscarte las llaves del coche antes de decir nada más. Para que no puedas salir huyendo en plena noche.
– ¿Tan terrible es?
– Digamos que mi hermana sólo es feliz rodeada de melodrama y que tengo una tía que tiene por costumbre seducir a maridos y novios ajenos. Como sin duda te habrá dicho tu madre, el novio es mi ex. Y eso es sólo el principio.
– Parece divertido.
– No sabes cuánto. ¿Te apetece probar?
– Creo que podré arreglármelas. ¿Tú lo dudas?
No, teniendo en cuenta que la miraba como si fuera una deliciosa golosina. Lo cual era imposible: tenía que ser un efecto visual producido por la luz. O algún problema con sus gafas.
– Deberíamos… eh… registrarte en el hotel -dijo Katie-. ¿Has venido mucho a Fool's Gold estos últimos años?
– No había estado aquí desde nuestro último encuentro.
– Pero te criaste en Sacramento -dijo ella-. Y está muy cerca.
– Pero después de la facultad me fui en dirección contraria. Hacia la costa -paseó la mirada por el vestíbulo-. Según parece, aquí se esquía muy bien en invierno.
– ¿Tú esquías?
– Un poco. Me gusta mucho, pero no se me da muy bien.
– A mí también -dijo Katie-. Es más fácil que el snowboard, por lo menos para mí. Me encanta probar distintos deportes, pero de momento no he encontrado ninguno que se me dé del todo bien -lo condujo hacia el mostrador de recepción-. Aquí hay algunas pistas excelentes en invierno. Pero en esta época del año lo mejor es acampar y hacer senderismo. El hotel se dedica a celebrar bodas y cursos de fin de semana. Trae a chefs de cinco estrellas o a expertos en arte. Esas cosas. Y viene gente de todas partes para asistir a conferencias o ver exhibiciones.
– ¿Trabajas en una agencia de viajes en tu tiempo libre?
Katie se rió.
– Vivo en el pueblo. No es difícil mantenerse al corriente de lo que pasa.
– ¿Creciste aquí y nunca has querido irte?
Ella ladeó la cabeza, pensativa.
– No, la verdad. Fui a Ashland College y, aunque me encantó, estaba deseando volver. Fool's Gold es mi hogar -hablaba con certeza, como si aquella creencia fuera inamovible.
Jackson se había sentido a gusto en Sacramento, durante su infancia, y después en el MIT. Había vivido en la costa este una temporada, pero al decidir montar su propia compañía de software, se inclinó por el oeste. California tenía algo especial. Ahora vivía en Los Ángeles y, aunque le encantaba la ciudad, no podía afirmar que fuera su hogar con el mismo fervor que Katie.
Se había llevado una sorpresa con ella. Tenía mucha energía, como si disfrutara de todo lo que hacía. Sus ojos azules brillaban con humor e inteligencia. Era tan curvilínea y tentadora que, con sólo entrar en una habitación, te dejaba sin aliento. Había algo especial en su modo de moverse: una especie de determinación y de sutil sensualidad que hacía que algunas partes del cuerpo de Jackson gruñeran de ansia.
A los trece años, lo había aterrorizado. Catorce años después, era una tentación, aunque Jackson no fuera a hacer nada al respecto. La hija de la mejor amiga de su madre era terreno prohibido. Y no sólo porque sus madres quisieran controlar cualquier posible relación entre ellos, sino porque Jackson imaginaba perfectamente lo que diría su madre si sospechaba que se disponía a romperle el corazón a la hija de su mejor amiga. Una lástima, pensó con no poco pesar.
– La familia ocupa un ala del hotel -iba diciendo Katie mientras se acercaban al mostrador de recepción-. Pero me he asegurado de que no te pusieran cerca. No queremos que la tía Tully se cuele en tu habitación en plena noche -su sonrisa se volvió malévola-. Todavía eres joven: te causaría un trauma irreparable.
– No sé si me muero por conocerla o prefiero esconderme.
– Yo te protegeré.
Él se registró rápidamente en el hotel, después de lo cual le dieron una llave antigua.
– Es por aquí -dijo Katie, indicando los ascensores del fondo del pasillo-. Prepárate, porque todo empieza esta noche. Hay una fiesta -se detuvo y lo miró.
– Las fiestas están bien.
– Una fiesta de disfraces con temática de los años cincuenta. Ya tienes un disfraz en tu habitación.
¿Una fiesta de disfraces? Jackson notó que su madre se había callado unos cuantos detalles.
– Suena genial -mintió.
Katie se rió y le tocó el brazo.
– No te preocupes. Los chicos sólo tienen que llevar camisa blanca de manga corta. Puedes ponerte vaqueros y, si tienes mocasines, mejor que mejor.
– ¿Con calcetines blancos?
– Ése sería el toque ideal.
Jackson notaba la calidez de sus dedos en la piel. Le gustaba que tuviera por costumbre tocar a los demás. Le daba ganas de tocarla a él también. De tomar el control de la situación.
Bajó la mirada hacia su boca y allí la dejó. Sus labios eran tan curvilíneos y carnosos como el resto de su cuerpo. Katie era la exuberancia personificada.
– A mí me toca llevar falda de campana -prosiguió ella-. Con rebequita, ¿te lo puedes creer?
Una imagen interesante, pensó Jackson sin dejar de mirar su boca. Nunca antes le había atraído la moda retro, pero tenía la impresión de que, gracias a Katie, iba a aficionarse a ella.
– Creo que deberíamos coordinar lo que vamos a decir -dijo ella con voz levemente crispada.
Él la miró con esfuerzo a los ojos. Tenía las pupilas un poco dilatadas y parecía algo jadeante.
– Sobre cómo nos conocimos -añadió.
– Podríamos decir la verdad: que nos emparejaron nuestras madres.
– Eh, sí. Eso está bien -se aclaró la garganta-. ¿Hace seis meses, digamos?
– Por mí, bien. Estamos juntos desde entonces -sonrió-. Me sorprendió un poco que me invitaras a dormir contigo en la primera cita, pero, como soy un caballero, no tuve valor para negarme.
Los ojos de Katie se agrandaron y luego, al juntarse sus cejas, volvieron a achicarse.
– ¿Cómo dices? Eres tú el que a los quince minutos de conocernos estaba completamente loco por mí. Prácticamente me acosaste. Yo sólo salí contigo porque me sentía culpable por haber puesto tu vida patas arriba.
Jackson se rió.
– O podríamos quedar en un término medio. Atracción mutua y un interés creciente.
– De acuerdo. Aunque me gusta mucho la idea de que estuvieras desesperado.
Katie no tenía ni idea de lo poco que haría falta para ponerlo en ese estado, pensó él, y de nuevo tuvo ganas de tocar su piel para ver si todo su cuerpo era tan suave como sus manos.