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Echaron a andar hacia los ascensores. Pero, antes de que llegaran, una mujer atractiva, de más de cincuenta años, se acercó a ellos a toda prisa. Jackson reconoció a la mejor amiga de su madre.

– Hola, Janis -dijo-. Me alegro mucho de verte.

– Howie -dijo ella, distraída.

Jackson intentó no hacer una mueca al oír aquel nombre. Su madre se negaba a llamarlo de cualquier otro modo, así que era lógico que Janis ignorara que ya no respondía a aquel patético nombre.

– Tenemos una crisis -le dijo Janis a su hija.

– ¿Sólo una? Estaba segura de que habría más.

– No tientes al destino. Todavía es pronto -Janis exhaló un suspiro-. Se trata del pastel. O, más bien, de la pastelera. Por lo visto los adornos se hacen antes, luego se hace la tarta y después se junta todo y queda precioso. No estoy muy segura de los detalles.

– Está bien, ¿cuál es el problema?

– Que la pastelera ha tenido un accidente de coche. Se ha roto un brazo y no estará recuperada hasta dentro de dos meses. No quisiera parecer cruel, pero ¿tenía que pasar precisamente hoy? La tarta iba en el coche. Así que tenemos los adornos, que llegaron ayer, pero no tenemos tarta -Janis agarró el brazo de su hija-. Yo no puedo ocuparme de esto. Tu hermana está histérica, tu padre se está escondiendo porque me ve cara de pánico. Están llegando tus parientes y la tía Tully ya ha intentado ligar con el botones. Tienes que ayudarme.

– ¿Por qué dices «mis parientes»? -preguntó Katie-. ¿«Mi hermana»? ¿«Mi padre»? También son tu familia.

– No me estás ayudando -contestó Janis, con voz cada vez más chillona.

– Perdona. Encontraremos otro pastelero.

– ¿Cómo? Estamos en plena época de bodas. Estarán todos ocupados. Esto es una señal. Esta boda va a ser un desastre, lo intuyo.

– Cálmate, mamá.

– No puedo.

Jackson sacó su teléfono móvil.

– Quizá yo pueda ayudar. Tengo una amiga que tiene un negocio de catering. Antes decoraba tartas. Seguro que puedo convencerla para que nos ayude.

Janis se volvió hacia él.

– No juegues con mis sentimientos, Howie. Estoy al borde de un ataque de nervios.

– Voy a llamarla ahora mismo -pasó su lista de contactos hasta que encontró el número de Ariel. Ella contestó unos segundos después. Jackson la saludó y le explicó el problema.

– No será tu boda, ¿verdad? -preguntó ella, recelosa.

– No. Es la de una amiga. Estoy pasando el fin de semana aquí, y luego volveré a casa.

Ella titubeó.

– Normalmente no tendría tiempo, pero me han cancelado un encargo a última hora. Estaré allí por la mañana. Necesitaré acceso a la cocina para preparar la tarta -mencionó un precio que hizo dar un respingo a Jackson, pero Janis se limitó a asentir con la cabeza.

– Genial -dijo-. Estoy deseando verte.

– Gracias. Nos vemos pronto -cuando colgó, Janis le dio un abrazo.

– Nos has salvado a todos.

– Es una tarta, no un rescate de un edificio en llamas.

– Es casi lo mismo -ella se llevó la mano al pecho-. Ya puedo respirar otra vez, por lo menos hasta que estalle la siguiente crisis. Ahora, id a vuestras habitaciones a prepararos para la fiesta. Yo voy a emborracharme -se dirigió hacia el bar.

Jackson pulsó el botón del ascensor y miró a Katie.

Ella levantó las cejas.

– Entonces… Ariel es una ex novia.

– ¿Cómo lo sabes?

– Los hombres no suelen tener el número de una pastelera grabado en la lista de marcación rápida.

– Está en mi lista de contactos. Es distinto.

– Pero se le parece.

Se abrieron las puertas y entraron en el ascensor. Katie apretó el botón del cuarto piso.

– ¿Acabasteis mal? -preguntó.

– No, la verdad es que fue muy fácil. Ella me dejó. Yo pensé que estaba destrozado, pero no fue así -se había recuperado tan rápidamente de la ruptura que había llegado a la conclusión de que estaban mejor siendo amigos.

– Supongo que eso es preferible a pasarse meses llorando por alguien.

Él la miró.

– ¿Eres de las que se pasan meses llorando?

– Bueno, he estado un poco deprimida un par de veces en mi vida, pero pasarme meses llorando, eso nunca.

El ascensor se detuvo y salieron. Katie lo condujo hacia su habitación.

– La mía está enfrente -dijo.

Él miró la puerta y luego la miró a ella.

– ¿Puedo fiarme de ti? -preguntó.

Katie sonrió.

– Si hubieras sido tan divertido hace catorce años, no habría amenazado con darte una paliza.

– Si hubiera sido así hace catorce años, habría querido que lo intentaras.

Se miraron el uno al otro. Katie parpadeó primero; después, miró su reloj.

– Este disparate empieza dentro de una hora -dijo-. Prepárate.

– No me asusto fácilmente. Además, te tendré a ti para protegerme.

– Reza por que la tía Tully no se fije en ti.

– Puedo arreglármelas con la tía Tully.

– Eso dices ahora -dijo Katie por encima del hombro mientras se alejaba.

Capítulo 3

Había algo curiosamente divertido en ponerse una falda de campana, pensó Katie mientras se miraba al espejo. Aquel estilo repolludo no contribuía a alargar sus piernas, claro, lo cual era siempre un reto, en una familia patilarga, pero, por otro lado, las capas y capas de enaguas hacían que su cintura pareciera diminuta. Dio un par de vueltas para ver el efecto y luego se alisó las faldas.

Se había recogido el pelo, que le llegaba hasta el hombro, en una coleta atada con un pañuelo de gasa, se había ahuecado el flequillo y, para completar el disfraz, se había puesto una sarta de perlas falsas.

Al oír que llamaban a la puerta, cruzó corriendo la habitación. Abrió de golpe y estuvo a punto de desmayarse al ver a Jackson con vaqueros y una camiseta blanca muy ajustada. Se había echado el pelo hacia atrás y enrollado las mangas de la camiseta. Tenía un aire al mismo tiempo sexy y peligroso: una mezcla muy tentadora.

– West Side Story es una de las películas favoritas de mi madre -dijo ella, riendo-. Eres el Jet ideal.

Jackson la recorrió tan despacio con la mirada que a ella se le tensaron los dedos de los pies dentro de los mocasines.

– Estás muy guapa. Me gusta la falda.

Ella dio una vuelta.

– Nunca me había puesto enaguas.

– Pareces…

– ¿Saludable? -dijo ella-. ¿Virginal?

– Una de esas chicas que llevan anillo de graduación.

A Katie se le encogió el estómago al oírle. Procuró disimular su reacción.

– Ésa soy yo.

Se guardó la barra de labios y la llave de la habitación en el bolsillo y le indicó que la precediera. Mientras esperaban el ascensor, Jackson se apoyó en la pared y la observó.

– ¿Tocar o no tocar? -preguntó-. ¿Cómo vamos a demostrarle al mundo, o al menos a tu familia, que somos pareja?

«Sexo», pensó ella inesperadamente. Podían acostarse. A ella le valdría, desde luego.

– Eh, podemos tocarnos un poco. Courtney y Alex no paran de hacerlo, pero en cierto momento empieza a parecer una horterada.

– Estoy de acuerdo.

Él la miraba de forma extraña. Como si intentara descubrir algo. Su mirada fija la ponía nerviosa. Katie miró hacia el suelo y luego se obligó a mirarlo. ¿Eran imaginaciones suyas o el ascensor tardaba una eternidad?

Fueron pasando los segundos. Jackson se incorporó, se acercó a ella, tomó su cara entre las manos, se inclinó y le dio un beso en los labios.

Fue un contacto suave, ávido e inesperado. Una oleada de calor estalló dentro de ella y la hizo empinarse hacia él. Jackson se apartó mucho antes de que a ella le apeteciera dejar de besarlo, pero siguió tocándola con sus grandes manos y acariciándole las mejillas con los pulgares.