– Para practicar -dijo, con un brillo divertido en la mirada-. Para hacerlo bien, por si alguien nos lo pide.
Katie no creía que nadie fuera a pedirles una demostración, pero convenía estar preparados. Justo cuando iba a sugerir que practicaran otra vez, se abrieron las puertas del ascensor. Por desgracia, la tía Tully era la única ocupante.
– ¡Katie! -exclamó alegremente, y se arrojó fuera del ascensor-. Te estaba buscando por todas partes -miró a Jackson y levantó las cejas-. Hola, guapo. Katie me tiene mucho cariño, y le gusta compartir.
Jackson bajó las manos inmediatamente y dio un paso atrás. Si la situación no hubiera sido peligrosa en varios aspectos, a Katie le habría hecho gracia. Más o menos.
Tully era hermana de su padre. Una dinamo redonda, baja y rubia que vestía como si tuviera veinte años… o más bien dieciséis. Salvo por las joyas. Todos aquellos brillos demostraban lo bien que se había casado. Varias veces. Actualmente, estaba buscando a su sexto marido.
Casada o no, le encantaban los hombres. Todos los hombres, incluso los casados o los que tenían pareja. Era el alma de la fiesta, estaba encantadora con dos copas de más y carecía por completo de sentido de la medida. Katie la quería y la temía al mismo tiempo.
Jackson pareció recuperarse. Le tendió la mano.
– Tú debes ser la tía Tully. Encantado de conocerte.
– Vamos, hombre -dijo Tully, tendiéndole los brazos-. Somos familia. No vamos a darnos a la mano.
Jackson se acercó con recelo y se inclinó hacia ella como si se dispusiera a darle un abrazo de compromiso. Katie deseó apartar la mirada, pero no pudo. Tully esperó a que Jackson estuviera cerca y, cuando estaba desprevenido, lo agarró y tiró de él. Jackson chocó contra su amplio pecho, intentó enderezarse y descubrió que el único lugar donde podía apoyarse eran sus senos. Decidido a no tocarlos, agitó los brazos durante unos segundos antes de poder dar un paso atrás. Tully, sin embargo, logró plantarle un beso en la boca.
Después sonrió, satisfecha.
– ¿Qué tal es? -le preguntó a Katie.
Katie se acercó al Jackson, que parecía ligeramente pasmado, y lo rodeó con los brazos.
– Es mío. Y no te lo dejo.
Tully hizo un mohín, y sus ojos azules los miraron, pensativos.
– ¿Estás segura? Te compro un coche. Uno de esos Lexus nuevos.
– Gracias, pero no.
– ¿Y dinero en efectivo?
Jackson se aclaró la garganta.
– Señora McCormick, aunque me siento halagado por…
Tully hizo un ademán desdeñoso.
– Negociar no es asunto tuyo. ¿Katie?
– Lo siento, pero no.
– Está bien. Tendré que ver quién hay disponible. ¿El novio tiene algún hermano?
– No -respondió Katie, orgullosa de sí misma por no sugerirle que lo intentara con el propio Alex. Aunque habría en ello cierta justicia poética si Tully lograba robárselo a Courtney, sería demasiado problemático para todos.
Además, cabía la ligera posibilidad de que Courtney quisiera realmente a Alex.
El ascensor regresó a su piso. Tully montó en él.
– Nosotros tomaremos el siguiente -dijo Katie, pensando que Jackson necesitaba un momento para reponerse.
– Nos vemos en la fiesta.
La puerta se cerró.
Jackson se apoyó en la pared.
– Ésa era la tía Tully.
– Intenté avisarte.
– Quería comprarme.
– Lo sé.
– Por dinero en efectivo.
– Le gustan los hombres.
– Podría ser mi madre.
– Técnicamente, podría ser tu abuela, pero intenta no pensar en ello.
Él sacudió la cabeza y se irguió.
– Ahora ya sé por qué necesitabas pareja para la boda.
– No toda la familia es tan terrible. Mis padres son geniales. Y Courtney es muy guapa -Katie quiso añadir que sería agradable que no se enamorara de su hermana, pero ¿qué sentido tenía? O se enamoraba, o no se enamoraba.
– Tully es la peor, ¿no? -preguntó él.
Katie se rió.
– Sí. Te lo prometo. El resto de mi familia sólo hace preguntas indiscretas. Como cuánto tiempo llevamos saliendo o cuáles son tus intenciones.
– Quieren que te cases, ¿eh?
– Ésa es su meta. Cualquiera pensaría que tener una profesión maravillosa y montones de amigos es suficiente, pero no. Tú, como eres hombre, no sufres esa clase de presiones.
– Mi madre siempre está hablando de lo mucho que le apetece tener nietos, pero yo me hago el sordo.
Ojalá ella pudiera hacer lo mismo, pensó Katie. Lo intentaba, pero de vez en cuando la oía.
Apretó de nuevo el botón para llamar al ascensor.
– Por cierto… ¿por qué no te has casado? ¿O eres uno de esos hombres que no quieren atarse?
– Me gusta la idea de tener mujer e hijos -contestó él, acercándose-. Pero cuando era más joven nunca ligaba.
Ella miró sus anchas espaldas, sus ojos verdes y la forma de su boca.
– A riesgo de inflar tu ego, no creo que ahora tengas problemas para eso.
– No. Ahora el problema es encontrar a la chica adecuada.
– ¿Qué estás buscando?
Jackson fijó la mirada en ella. Tenía una expresión sagaz. Como si pensara que quizá…
Las puertas del ascensor se abrieron.
– Katie, querida, aquí estás -la madre de Katie se tambaleaba ligeramente.
Katie montó en el ascensor y se volvió hacia su padre.
– Está borracha.
– ¿Tú crees? -su padre le tendió la mano a Jackson-. Mike McCormick.
– Jackson Kent, el hijo de Tina.
– Claro, claro -seguía rodeando a su esposa con el brazo-. Tu madre se ha tomado dos martinis.
Katie hizo una mueca.
– Uno suele ser suficiente para que se caiga. Y aunque está encantadora cuando se emborracha, dudo que éste sea el momento más adecuado.
Janis dio unas palmaditas a su marido en la mejilla.
– No te enfades. Tú sabes que te gusto borracha. Es cuando tienes suerte.
– ¡Mamá! -Katie se tapó los oídos-. Para, por favor. No quiero oírlo.
Janis le sonrió.
– Deberías alegrarte de que tus padres todavía tengan vida sexual. Eso significa que nuestro matrimonio va bien. No querrás que nos divorciemos, ¿no?
– ¿Debería ponerme a silbar en voz alta? -preguntó Jackson con una sonrisa.
– ¿Te parece divertido? -contestó Katie-. ¿Quieres que hablemos de la vida sexual de tus padres? -Katie miró a su madre mientras intentaba no mirar a su padre-. Ésta es la boda de Courtney. Tienes que concentrarte.
– Y lo haré. Sólo estoy diciendo que el sexo mejora con la edad. Antes siempre teníamos que preocuparnos porque tu hermana o tú nos interrumpierais. Todas esas duchas por la tarde, cuando intentábamos echar un polvo rapidito… Pero ¿cooperabais vosotras? Claro que no. Siempre era «mamá esto, mamá aquello». Una vez me disteis un susto tan grande que estuve a punto de arrancarle de un mordisco la…
Las puertas se abrieron y Katie salió de un salto al piso inferior, donde iba a celebrarse la fiesta. Echó a andar a toda prisa, como si así pudiera huir de la horrenda imagen que tenía en la cabeza.
– Gatitos, perritos y helados -murmuraba mientras avanzaba-. Londres. Pensaré en Londres -se detuvo y se tapó la cara.
Luego, unos brazos fuertes la rodearon, apretándola. Pero Jackson se reía a carcajadas, y eso mitigó el efecto de su abrazo.
– Por si te sientes mejor -dijo-, tu padre está avergonzado.
– No me siento mejor. ¿Cómo ha podido decir eso?
– Ha bebido.
– Aun así -se estremeció, con la cara todavía pegada a su hombro-. Es asqueroso. Lo del matrimonio feliz no, claro. Quiero que sean felices, no por mí, sino por ellos. Pero los padres no deberían hablar de sus relaciones sexuales delante de los hijos.
– Necesitas una distracción.
– O un lavado de cerebro.
– ¿Katie?
Levantó la mirada automáticamente. Y, en cuanto lo hizo, él la besó.