– Ariel -dijo, y miró a Katie-. Katie, ésta es Ariel, una magnífica pastelera.
Katie los miró a los dos y esbozó una sonrisa que no parecía muy feliz.
– Qué bien. Estamos encantados de tenerte aquí. ¿Ya has visto la cocina? Hablamos con el personal y te han reservado una zona para que trabajes. El repostero jefe hizo los bizcochos anoche, para que estuvieran fríos y listos para que montes la tarta. Te agradecemos muchísimo tu ayuda.
Ariel seguía mirando Jackson.
– No tiene importancia. Así yo también podré ocuparme de un par de cosillas -lo miró a los ojos un momento más, como si le diera a entender algo, y luego miró a Katie-. Aún no he visto la cocina.
– ¿Por qué no vais ahora mismo? -preguntó él, preguntándose por qué Ariel se portaba de forma tan extraña. ¿Estaba enfadada por que la hubiera llamado por trabajo? Pero, si no le hubiera interesado el trabajo, lo habría rechazado.
– Claro -dijo Katie-. La cocina está por aquí.
Ariel era una de esas mujeres que fascinaban a los hombres e intimidaban a los hombres sin necesidad de derramar una sola gota de sudor. Katie, en cambio, llevaba sudando cuarenta minutos. No estaba en su mejor momento cuando mostró la cocina a aquella alta y despampanante pelirroja. Por suerte, Ariel no pareció fijarse en ella, así que tampoco tuvo nada que objetarle.
Katie le enseñó las capas de bizcocho recién horneadas y los adornos de la tarda y le presentó a André, su «contacto en la cocina». Luego se dirigió a la máquina de café que había en el vestíbulo. Tras beber el primer sorbo, cerró los ojos e inhaló el aroma del café. Y no porque necesitara la cafeína para sentirse despierta, sino porque aquel ritual la mantenía anclada en un mundo en el que los antiguos patosos como Jackson no le aceleraban el corazón con un solo beso o una sonrisa, ni tenían ex novias semejantes a diosas. Justo cuando creía que tenía posibilidades, se dijo con amargura. Estaba tan segura de que entre ellos había química, de que a Jackson le gustaba de verdad, de que estaba interesado en ella… Y tal vez no se equivocaba, pero era imposible que compitiera con alguien como Ariel. Aunque, de todos modos, no había ninguna competición, claro, pero aun así. ¿No podía haber salido Jackson con alguien un poco más… normal?
Volvió a llenarse el vaso y se dirigió hacia los ascensores. Cuando se abrieron, salió su hermana Courtney. Era todavía temprano, pero Courtney iba encantadoramente vestida con una faldita vaporosa y una camiseta ceñida. Su largo pelo brillaba y su maquillaje era perfecto.
– Katie -parecía sorprendida-. ¿Qué te ha pasado?
– He estado entrenando.
– Tienes un aspecto horrible -entornó los ojos-. ¿Seguro que estás bien? Estás muy colorada.
– Me pasa cuando hago ejercicio -contestó Katie alegremente, e intentó rodear a su hermana, pero las puertas del ascensor se cerraron. Suspirando, volvió a apretar el botón.
– Sé que tienes que entrenar por lo de tu peso, pero no deberías salir así en público. Alex siempre dice… -Courtney se interrumpió y sonrió, tensa-. ¿Has dormido bien?
Katie podría haber insistido en que le contara qué decía Alex. ¿Que no estaba en su mejor momento por la mañana? ¿Que no se despertaba alta y radiante? Pero luego decidió que no le importaba.
– Muy bien -dijo-. ¿Y tú?
En lugar de contestar, su hermana le puso una mano en el brazo.
– Sé que es duro para ti.
¿Dormir? No tanto. La mayoría de las noches le resultaba facilísimo.
– ¿El qué?
– Verme con Alex.
– He tenido casi un año para acostumbrarme.
– Lo sé, pero esto es distinto. Vamos a casarnos. Sé que creías que eras tú quien iba a casarse con él.
– Ya no -le aseguró Katie mientras para sus adentros rezaba por que llegara el ascensor y la rescatara-. Estoy perfectamente.
– Mamá ha tenido que pagarte un acompañante.
Katie contuvo el aliento.
– Jackson no es un gigoló. Nadie le paga -al menos, eso creía-. Es un amigo de la familia -más o menos.
– Aun así -Courtney parecía sentir lástima por ella, lo cual no contribuyó a que Katie se sintiera mejor-. Es tan triste que haya tan pocos chicos que vean más allá de las apariencias… Yo no podría soportarlo. Debes de sentirte muy sola.
«Me quiero morir», pensó Katie. «O podría matar a Courtney». Antes de que pudiera tomar una decisión, llegó el ascensor y prácticamente se arrojó dentro.
Cuando se cerraron las puertas, se prometió a sí misma tomar vino en la comida.
Capítulo 5
Katie se ahuecó los rizos y los roció con laca por tercera vez desde que había empezado a usar el rizador. Mientras no saliera ardiendo, todo iría bien.
La cena de esa noche era para dar oficialmente la bienvenida al resto de los miembros de la familia, que habían llegado ese día, y para festejar a la feliz pareja. Era una cena más bien formal, así que había elegido un vestido de fiesta que le sentaba como un guante. Le había costado más de la cuenta porque se lo habían hecho a mano, pero había valido la pena, pensó mientras dejaba el spray fijador y se volvía para verse por detrás. Con la luz adecuada, y con sus tacones de ocho centímetros, casi podía pasar por alta.
Teniendo en cuenta cómo había empezado el día, se merecía un poco de diversión por la noche. Aunque para ser sincera, tras aquel horrendo comienzo el día había transcurrido razonablemente bien. Había pasado la mañana recibiendo al resto de sus familiares a medida que llegaban. Jackson había estado muy guapo y muy simpático a la hora de la comida. Se habían sentado en una mesa en la que no estaba Courtney, y Ariel había dado señales de vida. Katie estaba dispuesta a considerarlo una victoria.
Salió del cuarto de baño y fue a recoger su bolso. Cuando casi había llegado, llamaron a la puerta. «Jackson», pensó, y el corazón se le aceleró un poco más de lo debido. Justo a tiempo.
Efectivamente, su pareja estaba en la puerta, muy guapo y sexy con un traje oscuro, camisa blanca y corbata gris.
– ¿Voy bien? -preguntó-. He traído un esmoquin.
– Estás fantástico -contestó ella sinceramente, pensando que no había nada mejor que un hombre guapo, puntual y dueño de un esmoquin-. Voy a tener que interponerme entre la tía Tully y tú.
– Te lo agradecería. Aunque en la comida me ha parecido que estaba más interesada en el padre del novio.
– Eso sí que sería un espectáculo -Katie tomó nota de que debía pasarle la información a su madre. Aunque todavía no la había perdonado por la escenita del ascensor. Saber que sus padres tenían vida sexual era una cosa, y tener que oír los detalles, otra bien distinta.
– ¿Qué tal te encuentras? -preguntó él.
Ella comprobó que llevaba la llave de la habitación en el bolsito de pedrería y tiró de la puerta.
– Estoy bien. Contando los días para que esto acabe. ¿Y tú?
– No es mi familia -replicó Jackson-. Aunque he decidido que, cuando me case, quiero una ceremonia sencilla. Y que todo se haga en un día.
– Tienes razón. Esto es un infierno: no se acaba nunca.
Como los invitados eran cada vez más numerosos, la cena iba a celebrarse en una parte del salón de baile pequeño. El sábado tendría lugar allí la ceremonia, después de la cual habría un banquete en el salón de baile grande.
Al acercarse a la fiesta, Katie oyó risas y el tintineo del hielo en las copas. Se preparó mentalmente para pasar una noche entera con su familia al completo. Pero cuando se disponía a entrar en el salón, Jackson la retuvo en el pasillo.
– Quiero que sepas que estás preciosa -le dijo mirándola a los ojos.
Katie veía sus gruesas pestañas, el destello de admiración de su mirada. Aunque siempre había deseado ser más alta, tenía que reconocer que era agradable que un hombre se cerniera sobre ella. Al menos, aquel hombre.