– Gracias -murmuró-. Eres muy bueno.
Él frunció el entrecejo.
– ¿Cómo dices?
– Que eres muy bueno.
Jackson frunció más aún el ceño.
– ¿Te digo que estás preciosa y tú me insultas?
Aunque tenía una expresión feroz, Katie vio que tensaba un poco la boca. Como si intentara no sonreír.
– ¿Cómo es posible? -preguntó, severo-. Me marcho.
Ella reprimió las ganas de reír.
– Espera, Jackson. Lo siento. No eres bueno.
Él siguió con el ceño fruncido.
– La verdad es que eres… -vaciló, y luego bajó la voz- malo. Muy malo. Ya me advirtió mi madre sobre ti.
– Eso está mejor -refunfuñó él-. Conviene que lo recuerdes.
Luego se inclinó para besarla. Katie tensó los músculos, expectante, y contuvo el aliento. Sus labios temblaban de emoción.
– Ah, ahí estás -una voz aguda y trémula hizo que la emoción de Katie se convirtiera en pesadilla-. Katie, tesoro, ven a darme un beso.
Katie se apartó de Jackson y sonrió a la ancianita que se acercaba a ella.
– Nana -dijo, y avanzó hacia ella.
Conteniendo el aliento, ya que por motivos que nadie lograba explicar, Nana Marie siempre olía a pescado, Katie se inclinó y besó su mejilla apergaminada.
– Buena chica. Déjame verte.
Katie se quedó quieta y después, respondiendo a una seña de Nana, dio una vuelta.
– Muy bien. Veo que te mantienes delgada. Nos preocupaba mucho a todos que siguieras siendo gorda. Pero nos has demostrado que estábamos equivocados -Nana Marie miró a Jackson-. ¿Tú quién eres?
– Jackson Kent.
– Jackson, ésta es Nana Marie le dijo Katie-. Es… -sacudió la cabeza-. ¿Cuál es nuestro parentesco, Nana?
– No somos parientes. Yo era amiga de tu abuela -Nana sonrió a Jackson-. ¡Qué guapo eres! Nos alegramos mucho de que Katie tenga por fin novio. Ese Alex… ¡darle esperanzas para luego enamorarse de Courtney! Esa chica tiene la profundidad sentimental de una patata frita. No como nuestra Katie.
Nana le pellizcó la mejilla tan fuerte que a Katie se le saltaron las lágrimas.
– Ahora tienes un hombre. Eso es lo que cuenta. Bueno, ahora tendréis que disculparme: tengo que ir a hacer pipí.
Katie la vio dirigirse hacia los aseos y luego se preguntó si haría bien en darse de cabezazos contra la pared. Aquello le dejaría un moratón, claro, pero al menos así la gente tendría otra cosa de que hablar, aparte de de su peso y su vida amorosa.
– Lo siento -dijo apesadumbrada-. Esto es mucho peor de lo que imaginaba.
Jackson se acercó y le acarició ligeramente la mejilla.
– Eh, que he venido porque he querido. Además, me gusta Nana Marie.
– Espera a que te pellizque la mejilla.
Él se rió y luego se puso serio.
– No te lo tomes a mal, pero tu familia tiene que dejar de juzgarte. Tienes un trabajo estupendo, eres preciosa y sexy. Cuando estés lista, te casarás. Cualquier hombre se sentiría afortunado por casarse contigo. Alex es un idiota por haber preferido a Courtney.
Katie lo miró parpadeando.
– Gracias -musitó.
– De nada -la rodeó con el brazo y la condujo hacia la fiesta-. Pasaremos al lado de Alex y Courtney para que ese pobre diablo vea lo que se está perdiendo.
Nana Marie resultó ser una de las invitadas más llevaderas, pensó Jackson tres horas después, mientras Katie y él bailaban una canción lenta. La familia McCormick era grande, cariñosa y estaba demasiado centrada en los que consideraban defectos de Katie. Cuando no hablaban de su peso, se extrañaban que tuviera pareja. Como si fuera sorprendente.
Jackson no lo entendía. Él era chico, claro, y quizá no fuera muy perspicaz, pero ¿qué le pasaba a aquella gente? Katie era preciosa. Tenía unos ojos preciosos, una piel fantástica y el pelo rubio y brillante, y ésos eran sólo sus atributos más corrientes. Mientras bailaban y se mecían juntos al son de la música, Jackson sentía sus pechos apretados Contra su torso y apoyaba mano sobre la curva de su cadera. No había nada de malo en su figura. Al contrario: su cuerpo le decía que era perfecta. La gente era muy rara, y las familias peores aún. Al menos él estaba allí y podía protegerla.
El aire le llevó una dulce y ligera fragancia floral. Su aroma le hizo pensar en dormitorios en penumbra y sábanas revueltas. Sin pensarlo, condujo a Katie hacia una gran columna que había al borde de la pista de baile. Cuando estuvieron fuera del alcance de la vista de los invitados, se inclinó y la besó. La boca de Katie recibió la suya con una leve presión. Ella entreabrió los labios y sus lenguas se tocaron. Katie sabía a chocolate, a vino y a tentación. Jackson se excitó en cuestión de segundos.
Intentando ser un caballero, mantuvo una ligera distancia entre ellos. O lo intentó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y le hizo inclinarse. Cuando rozó su erección, dejó escapar un ruido a medio camino entre un gruñido y un ronroneo. Jackson sintió que su vibración le llegaba hasta la entrepierna.
– No podemos -murmuró ella contra su boca, y luego le mordisqueó el labio-. Sería una pésima idea. Peligrosa, incluso.
Jackson bajó la cabeza y besó su cuello. Mientras lamía su piel por debajo de la oreja, la sintió estremecerse.
– ¿Una pésima idea para quién? -preguntó.
– Para mí. Para los dos. Es sólo un fin de semana, Jackson. Y a mí no me gustan los líos de una noche.
Él se irguió y miró sus bellos ojos azules.
– ¿Por qué tiene que ser una sola noche?
Katie estaba acalorada. Saltaba a la vista que la habían besado. Jackson vio sus pezones erectos a través de la fina tela de su vestido. Poniéndose de lado para que nadie les viera, los tocó con los dedos. Ella contuvo el aliento. Sus ojos brillaban de deseo.
– Eres muy tentador.
Jackson volvió a besarla, chupando suavemente su boca. El deseo palpitaba dentro de él. Había algo especial en Katie.
Sintió que alguien se acercaba y se apartó. Unos segundos después, los padres de Katie rodearon la columna.
– Ah, estáis aquí -dijo su madre-. Bueno, esto va bastante bien. Ya estamos en el ecuador. Han pasado dos noches y quedan otras dos. Quería deciros que podéis marcharos cuando queráis. Se está yendo todo el mundo. Tully se fue a la cama hace una hora. Sola, por suerte, aunque no dejaba de mirar a un camarero.
– Nosotros también estamos cansados -se apresuró a decir Katie, sin mirar a los ojos a Jackson-. Vamos con vosotros.
Subieron juntos en el ascensor. Katie y él se bajaron en el mismo piso y caminaron hacia la puerta de la habitación de ella.
– Jackson, yo… -comenzó a decir.
– No pasa nada -dijo él, besándola ligeramente.
– ¿No pasa nada?
– Éste no es el momento, ni el lugar. Para empezar, está toda tu familia. Te llamaré cuando pase el fin de semana. Saldremos por ahí -sonrió-. A un sitio más normal.
– ¿No estás enfadado?
– Katie, no tengo diecisiete años. Puedo esperar -la besó de nuevo-. Merece la pena.
Tomó la llave que ella había sacado del bolso y abrió la puerta. Después de devolvérsela, la empujó dentro.
– Nos vemos mañana.
– Está bien. Buenas noches.
Katie entró flotando en su habitación, más que andar. Aquello no podía estar pasando, se dijo, aturdida de emoción. Era imposible que Jackson fuera guapo, inteligente y divertido, y que además estuviera interesado en ella. ¿No? Todas las señales estaban allí. Pero esas mismas señales la habían engañado otras veces. Había, sin embargo, una parte de ella; bueno, toda, que quería creer que Jackson era de verdad un buen tipo.
Acababa de quitarse los tacones cuando alguien tocó a su puerta y la llamó en voz baja. En su estómago empezaron a batallar la emoción y la angustia, porque aunque le gustaba que la sedujeran tanto como a la que más, le daba un poco de miedo la idea de meterse en la cama con Jackson en ese momento.