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Abrió la puerta dispuesta a decírselo, pero vio que el hombre que esperaba en el pasillo no era su pareja. Era su ex novio.

– ¿Alex?

– Hola, Katie -Alex dio un paso adelante y tropezó al cruzar el umbral.

– Estás borracho.

– Puede ser -se puso delante de ella con expresión ilusionada. Como un perrito-. Puede que sólo digamos la verdad cuando estamos borrachos.

Oh, oh. A Katie no le gustó cómo sonaba aquello.

– Alex, sea lo que sea lo que te pasa, háblalo con Courtney. Vais a casaros dentro de cuarenta y ocho horas -le dio media vuelta y lo empujó hacia la puerta todavía abierta-. Largo de aquí.

Él no se movió.

– ¿Y si es un error, Katie? ¿Y si no quiero a Courtney?

Dentro de la cabeza de Katie se dispararon las alarmas.

– Sólo estás nervioso porque vas a casarte -«y además eres un capullo por portarte así a menos de cuarenta y ocho horas de tu boda». Pero de eso ya hablarían más tarde-. Eso es lo que te pasa.

Alex le tendió los brazos.

– ¿Recuerdas lo nuestro? ¿A que era fantástico?

– No, no lo recuerdo.

Él le lanzó una sonrisa.

– Me echas de menos, lo sé.

¿No acababa de comportarse como una mujer adulta hacía dos minutos? ¿No había hecho lo correcto? ¿Y aquélla era su recompensa? ¿Acaso era justo?

– Está bien -dijo, sonriéndole-. Tengo que ocuparme de un par de cosas -señaló el cuarto de baño-. Tú espera aquí.

– Podría ir desnudándome.

Ella refrenó un chillido y procuró poner cara de seductora.

– Eso déjamelo a mí, Alex.

Él se dejó caer en la cama.

– Está bien, eso haré.

Katie se metió en el cuarto de baño y sacó su teléfono móvil del bolso. Marcó el número de Jackson, que le había dado su madre, y esperó:

– ¿Katie?

– Alex está aquí. Está borracho y cree que quiere acostarse conmigo.

– No es el único.

– Muy gracioso. Necesito ayuda.

– Enseguida voy.

Cumplió su palabra y llegó cuando ella acababa de salir del baño. Miró a Alex y sacudió la cabeza.

– Tuviste tu oportunidad y la desperdiciaste -dije-. Ahora es mía.

Alex lo miró desconcertado.

– ¿Eres el nuevo novio de Katie?

– Ése soy yo.

– Maldita sea.

Alex se levantó, se inclinó un poco a la derecha y luego se enderezó. Logró llegar a la puerta abierta y se detuvo.

– Perdona, hombre.

– Que no vuelva a pasar -dijo Jackson. Alex se despidió con la mano y cerró cuidadosamente la puerta tras él.

– Impresionante -le dijo Katie a Jackson-. Gracias por salvarme. Si hubiera intentado algo, habría sido un desastre.

– Un escándalo, como mínimo.

Jackson la deseaba. Katie lo notaba en su mirada, lo veía en su postura. Pero, siendo como era, respetaría su decisión y ni siquiera volvería a intentarlo por segunda vez. Qué bueno era, pensó Katie de nuevo.

Lo más sensato habría sido dejarlo marchar. Apenas se conocían. El ambiente estaba demasiado cargado de emociones y ella no pensaba con claridad. Ceder al sexo con un extraño era un gran error. Un error enorme. Se odiaría por la mañana.

Todos argumentos muy razonables, pensó mientras se acercaba a Jackson y tocaba sus gafas.

– ¿Qué tal ves sin ellas? -preguntó.

– De cerca, estupendamente.

– Bien.

En algún momento entre su despedida y su regreso a la habitación de Katie, él se había quitado la chaqueta y la corbata. Katie prácticamente lo tenía todo hecho. Sería una pena desperdiciar tanto esfuerzo.

– ¿Quieres quitarte las gafas? -preguntó.

– ¿Qué me das si lo hago?

Ella se rió.

– Lo que quieras.

Capítulo 6

Jackson dejó las gafas en la mesa que había junto a la puerta y se volvió hacia ella. Katie miró sus ojos verdes oscuros, sus densas pestañas, las facciones de su cara perfecta.

– Eres realmente muy…

No pudo acabar. En vez de dejarla hablar, Jackson la atrajo hacia sí, la rodeó con sus brazos y la besó apasionadamente, como si pensara poseerla y nada pudiera impedírselo.

La energía de su boca, su ardor, hicieron desfallecer a Katie. Sintió una opresión en el pecho al tiempo que abría los labios y se entrelazaban sus lenguas. Como si no pudiera respirar.

Las manos de Jackson estaban por todas partes: en su espalda, en sus caderas, en su trasero. Katie se arqueó contra él para tocar con el vientre su erección. Estaba muy excitado, pensó, ansiosa, y sintió que un calor líquido recorría su cuerpo.

Se aferró a él, para sostenerse en pie y para sentir su fuerza. El deseo se convirtió en desesperación. El ansia ardía como fuego, atravesando su cuerpo y haciéndola gemir. Él encontró la cremallera de la espalda de su vestido y la bajó con impresionante facilidad. Él dejó de besarla el tiempo justo para bajarle las mangas del vestido; luego volvió a adueñarse de su boca. Deslizó las manos hasta su cintura y más arriba, hasta el sujetador negro que cubría sus pechos.

– Dios, qué ganas tenía -jadeó al tocarlos.

Rozó con los dedos sus pezones duros. El placer recorrió a Katie, aposentándose entre sus piernas. Él le quito rápidamente el vestido, lo arrojó a un lado y luego inclinó la cabeza hacia sus pechos. Se metió primero un pezón y luego el otro en la boca. No se limitó a chupar y lamer: devoró su piel, saboreándola, incitante. Ella tembló. Sus entrañas se derretían, y aquel lugar entre sus muslos se hinchaba hasta causarle dolor. Él usó la lengua, los labios, los dientes, hasta que Katie perdió la razón. Cuando comenzó a llevarla hacia la cama, ella se dejó llevar a toda prisa.

Llegaron al colchón. Mientras ella se quitaba las sandalias, él se quitó los zapatos. El vestido de ella cayó al suelo, lo mismo que la camisa y los calcetines de él. Ella se quedó en braguitas, consciente de que pesaba cinco… bueno, diez kilos más de lo debido. Pero en lugar de sentir vergüenza, se sentía exuberante. Deseable.

Jackson no le ocultó nada. Ni el ansia que ardía en sus ojos, ni el latido de su erección. Dejó caer sus pantalones, se bajó los calzoncillos, le tendió la mano y la atrajo hacia sí.

– Me estás volviendo loco -susurró antes de besarla.

Ella tocó su miembro terso, sintió su punta aterciopelada y se estremeció de nuevo. Pero él le apartó la mano y sonrió.

– Digamos que ahora mismo no tengo mucho control.

¿Por ella? Era la razón más plausible, y Katie estaba dispuesta a creerla. Pero no tuvo mucho tiempo para regodearse en ello. Jackson tiró de sus bragas y se las bajó.

Ella se las quitó. Jackson la tumbó en la cama y se tendió a su lado. Se abrazaron entre un torbellino de besos. Él deslizó una mano entre sus piernas y dejó escapar un gruñido al hundir los dedos en su carne hinchada y húmeda. Hundió un dedo dentro de ella y utilizó el pulgar para acariciar su clítoris en círculos. Aquella combinación, ejecutada con el ritmo perfecto, hizo que Katie empezara a jadear en menos de dos segundos. Había algo especial en su modo de tocarla. Como si supiera exactamente cómo le gustaba. El dedo que la penetraba se hundió más adentro y se curvó hacia su vientre. Katie abrió las piernas de par en par y pidió más.

Jackson la tumbó de espaldas. Con los ojos cerrados, Katie se dejó llevar por las sensaciones que la embargaban. Había tantas, pensó, ansiosa. No podía correrse tan pronto. Pero ella tampoco podía controlarse. El pulgar de Jackson seguía describiendo círculos, rozando apenas el centro hinchado y ansioso de su sexo. El otro dedo ejecutaba el mismo movimiento, pero desde dentro. Katie tenía ganas de gritar. Sentía la piel caliente y le temblaban las piernas. Sus músculos se tensaron. El tren del deseo se había desbocado, y lo único que podía hacer era agarrarse con fuerza.