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Kitty lo miró incrédula.

– ¿A qué te refieres? ¿Cocaína?

Kitty se volvió hacia Pierre y le dijo algo en francés en voz baja. Pierre contestó sin quitarle a Even los ojos de encima.

– Pregúntale también sobre la cocaína que estaba escondida en mi equipaje.

Kitty volvió una cara pálida hacia Even.

– Ella no la consumió… Pierre dice que no la consumió, que sólo le metieron un poco en la nariz.-La mano de Kitty se levantó como queriéndole mostrar algo a Even, pero entonces cambió de opinión y la volvió a dejar caer pesadamente sobre la mesa-. La policía maneja miles de suicidios en los que están presentes las drogas, o sea que… y así, tú, a su vez… -Kitty se interrumpió abruptamente, como si por fin la voz de Even hubiera llegado a ella y su cerebro la hubiera asimilado-. ¡Qué has dicho! ¡¿En tu equipaje?!

– Sí. Encontré una bolsa con farlopa escondida en un calcetín cuando estuve en París.

Los ojos de Kitty se dilataron y por un momento pareció una niña pequeña. Miró a Pierre, que gruñó una breve respuesta entre dientes.

– No era cocaína, pero…-Le murmuró algo a Pierre antes de volver a mirar a Even-. Era harina de patata.

– ¡Harina de patata!

– Sí. -La insinuación de una sonrisa se dibujó en sus labios para desaparecer rápidamente entre las sombras-. Pierre quería asegurarse de que te sintieras lo suficientemente molesto como para poner en marcha una investigación.

El hombre de la barba volvió a decir algo, irritado.

– Qu'il se decide -dijo señalando a Even con la pistola.

– Desviaste el teléfono -dijo Even rápidamente-, para que cualquier llamada que entrara fuera reconducida por satélite a tu móvil. Y por eso sonó como si estuvieras en Sudáfrica.

Even giró la cabeza, desviando toda la atención hacia el teléfono. Detrás de su espalda, la mano encontró el cuchillo que estaba clavado en el banco.

Kitty dirigió una breve mirada al teléfono antes de volver a concentrarla en Even.

– Lo siento mucho, Even, pero Pierre dice que tienes que decidirte. -Mientras Kitty hablaba, Even desclavó con mucho cuidado el cuchillo del banco y se lo colocó a lo largo del antebrazo-. Ayúdame a salir del lío en el que me he metido. Ayúdame a descifrar la clave de Mai-Brit. Nos engañó y escondió unas páginas de la fórmula de Newton antes de pegarse un tiro. Debemos encontrar las páginas que faltan, si no los dos, tú y yo, moriremos.

Lo dijo en un tono de voz desapasionado, como si se tratara de un discurso fúnebre. Even lanzó una mirada rápida a la escalera.

El cálculo de la trayectoria de una bala. La rotación de un cuchillo. El efecto de un movimiento que dura una centésima de segundo. Even lanzó una mirada furtiva hacia la escalera, breve, pero lo bastante evidente como para que Pierre la advirtiera. El francés se dejó engañar, se giró para no acabar atrapado en una emboscada, y eso fue suficiente. El brazo salió disparado, el cuchillo giró como había supuesto, una vuelta y media sobre su propio punto de equilibrio, y alcanzó al hombre en el cuello con tanta fuerza que la hoja se hundió hasta el mango. El hombre de la barba retrocedió tambaleándose mientras el dedo tiraba del gatillo salvajemente. El ordenador explotó en una cascada de cristales y Even se tiró al suelo en el mismo momento en que una bala estallaba contra la pared trasera. Las bajas agujerearon un estante, que cayó al suelo. Kitty se metió debajo de la mesa a toda prisa para resguardarse. El hombre cayó de espaldas y una última bala se incrustó en el techo haciendo que una lámpara centelleara y acto seguido se apagara.

Pierre yacía boca arriba con la mirada, desorbitada, pegada al techo, una de sus piernas se movió convulsivamente durante un breve segundo hasta que cayó a un lado. El hombre emitió un sonido parecido al de una vieja locomotora que soltaba vapor. Su mirada se heló. Se hizo el silencio.

Kitty se movió con cautela. Miró a Even.

– ¡Oh, Dios mío! Gracias.

Se acercó arrastrándose a él y lo cogió del brazo. Even se puso en pie y ella bajó la cabeza para evitar el borde de la mesa mientras se incorporaba.

– Me has salvado la vida.

– He salvado mi vida -dijo Even. Estaba agarrado al borde de la mesa como si temiera caerse. Su mirada no quería abandonar al muerto que yacía en el suelo.

Kitty asintió, sorprendida.

– Sí, sí, claro. Tu vida… A lo mejor yo misma salvé… Even respiró pesadamente.

– Tú no has salvado a nadie. A mí no, a Susann Stanley tampoco, a Stig tampoco. A Mai tampoco.

– ¿A qué… te refieres?

Even apartó la mirada con gran esfuerzo y la miró fijamente.

– Quiero decir que eres culpable. A pesar de que comprendiste que la hermandad te había engañado, que no te habían contado el horrendo plan en su totalidad, no te bajaste del tren, sino que seguiste montado en él. Tú…

– Era imposible -le interrumpió ella, irritada-. Tú no tienes ni idea de cómo es. Te matan si abandonas la hermandad yo no podía… tú no lo entiendes, mi padre…, le prometí que continuaría su labor, quería que estuviera orgulloso de mí. No podía traicionarle, se moriría si supiera que yo…

Even alzó el puño y rugió:

– Es decir, ¡¿que había que ocultar y olvidar todo esto, y los hermanos debían poder seguir adelante como si nada?! ¿Es que no tienes moral, Kitty? Tú o Pierre asesinasteis a Susann, matasteis a una mujer totalmente inocente, porque temíais que acaparase mi atención y la desviase de ti. Creo que ésa fue la única razón. Dime si tienes alguna excusa mejor. ¿La tienes, Kitty, la tienes?

Kitty no conseguía pronunciar palabra. Even se calmó y bajó la voz.

– Era importante que pudieras seguir manteniendo un contacto estrecho conmigo, importante para que pudierais saber cuanto más mejor sobre mí, y saber dónde me teníais. Se dicen tantas cosas en la cama, se desvelan tantos secretos…

– ¡No! No fue así. Me he encariñado contigo, Even. Juro sobre la Biblia…

Even señaló debajo de la mesa.

– Estuviste recogiendo colillas en casa de Odin Hjelm para que le echaran a él la culpa del asesinato de Susann. Seguramente también compraste las botas con el número adecuado.

– Pero yo no sabía que las iban a utilizar para esto. No lo sabía, lo juro. Fue Pierre quien…

– Tú le contaste a Pierre que tengo un hijo…

Ella lo miró con los ojos muy abiertos, sus labios se movían, pero no salía nada de su boca.

– Cuando se lo dijiste, ya sabías que podía significar la muerte de Stig o la mía. La muerte de un niño, Kitty.

Kitty dio un paso tambaleante hacia atrás, como si Even la hubiera golpeado con sus palabras; su mirada vaciló y respiró pesadamente. Even cerró los puños y se colocó con las piernas abiertas y una pose amenazadora delante de ella.

– No te responsabilizaste, Kitty. Mai se quitó la vida para salvar a Line y a Stig. Ella sí se responsabilizó. Cuando te conté cómo había sido, comprendiste que tú eras la culpable. Y sabías que el peso de la culpa podría aumentar, que otros corrían el riesgo de perder la vida. A pesar de ello, no te atreviste a asumir las consecuencias, no te atreviste a desenmascarar a los que habían asesinado a tu amiga de la infancia. No te atreviste a decir basta, a decir que estaba mal, que iba en contra de las leyes y las normas de la humanidad, en contra de la Biblia en la que tú misma y tus hermanos pretendéis creer. No fuiste lo suficientemente valiente para hacer lo mismo que Mai, para arriesgar tu propia vida por salvar la de los demás. Elegiste consentir que tu padre y una hermandad invisible crearan sus propias reglas de juego, una especie de nueva moral que sólo vale para vosotros. -Even sacudió la cabeza-. Pero no pueden. -De pronto aspiró tanto aire que su pecho se hinchó, hasta que lo soltó lentamente entre sus estrechos labios-. Y yo que creía que era yo el que estaba falto de moral.