Выбрать главу

Kitty lo miró fijamente como si Even hubiera pronunciado su sentencia de muerte. De pronto giró sobre sus talones dispuesta a salir huyendo de allí. Even saltó por delante de la mesa para interponerse entre ella y las escaleras. Kitty se detuvo asustada, vaciló.

– ¿Qué pretendes? ¿Quieres matarme?

Even se sentía abatido, sacudió la cabeza lentamente.

– No, es verdad, tú no pegas a las mujeres.

Kitty parecía aliviada, como si Even le hubiera dicho que podía irse. Levantó la barbilla y lo miró fijamente, como en un último adiós.

– Eso no quiere decir que te puedas ir.

Even le cerró el paso. Ella lo miró, extrañada.

– ¿Quieres llamar a la policía, tú, precisamente?

– No. No podrán probar nada. La verdad sobre Mai… no se puede demostrar. La policía sabe que se pegó un tiro delante de veinte personas. Nunca sabrán el resto. -Even se metió la mano en el bolsillo, manoseó algo grande que no conseguía sacar-. Por eso deberás ser juzgada por el único que vio cómo ocurrió todo, el único capaz de juzgarte justamente.

– ¿El único capaz de…?

Kitty se había quedado asombrada con una sonrisa cohibida en los labios, como si Even le acabara de contar un chiste que ella no estaba segura de haber entendido. Una sombra negra de desesperación cubrió el verde de sus ojos y de pronto llegó el ataque, rápido y duro. Kitty saltó hacia delante, apartó la mano libre de Even de un golpe, mientras su rodilla derecha se precipitaba hacia la entrepierna de Even con gran fuerza.

Las pupilas de Kitty se dilataron cuando su cerebro registró el dolor y envió impulsos a todo el cuerpo. Su boca se abrió y soltó un alarido inarticulado que taladró los oídos de Even. Dio un empujón a Kitty para hacerla retroceder y liberarse de los clavos y Kitty se miró horrorizada la rodilla de la que corría la sangre de un sinfín de heridas.

Finalmente, Even consiguió sacarse el rollo de esparadrapo deportivo del bolsillo.

– El punto débil del hombre… -Even se llevó la mano a la entrepierna donde los clavos despuntaban a través de los pantalones del chándal-. Me contaste que siempre lo atacas, así que decidí protegerme con suspensorios y clavos.

Kitty intentó alejarse cojeando, pero su pierna cedió. Rápidamente, Even le torció los brazos por detrás de la espalda y le ató las muñecas con esparadrapo. Ella gimoteó y cayó sobre la mesa.

– ¿Qué quieres? ¿Qué… es lo que vamos a hacer? -Los ojos se le habían llenado de lágrimas. Even volvió a ponerla en pie. Kitty susurró-: Ayúdame, Even. No fue teatro… los días a tu lado me encantaron. Mucho más de lo que deberían haberme gustado.-Su mirada vaciló, como si se avergonzara de lo que decía-. No tenía derecho, no debí involucrarte, pero… me enamoré de ti. Quería…-Sus ojos estaban velados de dolor. Reprimió un sollozo y se echó sobre él-. Tal vez tu amor pueda rescatarme de la ruina en la que he acabado -dijo entre susurros contra el pecho de Even.

Even le dio la vuelta y la empujó hacia las escaleras.

– ¿Mi amor…? Tú lo has matado, dos veces.

Kitty soltó un alarido y levantó la pierna herida en un giro dirigido contra la cabeza de Even. Even trastabilló y ella se lanzó hacia el francés retorciéndose para alcanzar la pistola. Even llegó antes y envió el arma a un rincón de una patada.

– Corta el rollo. Estás acabada. -Even la levantó bruscamente-. Ni Simon LaTour ni el resto de la hermandad pueden ayudarte. Ahora estás sola, igual que yo.

– Simon LaTour… -Kitty lo miró, incrédula-. No has entendido absolutamente nada, ¿verdad, profesor?

Capítulo 87

París

– De acuerdo, nos vemos. Pásalo bien. -Simon LaTour dejó el teléfono móvil al lado de la taza de café y le hizo señas al camarero indicándole que quería pagar-. Ahora no puede venir, pero me ha propuesto que cogiéramos un taxi hasta villa La Roche y él se unirá a nosotros allí. Es en algún lugar de Auteuil.

Mai-Brit titubeó.

– Creo que me quedaré aquí; volveré al hotel. LaTour se encogió de hombros.

– Está bien. Pero me dijo que sentía curiosidad por conocerte; tiene algo que contarte, eso dijo.

– Vaya, ¿y qué es lo que quiere contarme?

– No lo sé. Algo sobre alguien que quiere que le entregues unos documentos. Que están dispuestos a pagarte. Era una cantidad importante, o eso me parece. El dinero, sobre todo cuando hay mucho, suele ensombrecer a la moral. Incluso en una hermandad cristiana. Creo que está harto. Quiere salir de allí, ¿sabes? Porque la organización ha cambiado; en los últimos años su acoso al poder se ha intensificado.

– Pero entonces ¿por qué no rompe sencillamente con la organización y desaparece?

– Tienen una norma que lo vuelve imposible. Si alguien abandona la hermandad invisible, se le considera un fuera de la ley. En la práctica, un condenado a muerte. Es una vieja norma; podría decirse que refleja una mentalidad medieval, pero siguen aplicándola, o eso dice mi contacto. Por eso su propósito es desenmascarar la orden. Piensa descubrir a toda la cúpula con nombres y apellidos para que el resto de la organización quede desmantelada, sin líderes, y así se desmorone. Ése es su plan. Al fin y al cabo, nadie sabe quiénes son sus hermanos, en quién puede confiar. Es el punto fuerte, pero también el débil de la hermandad. Si lo consigue, cree que tendrá posibilidades de sobrevivir.

– Pero ¿cómo es posible que conozca los nombres de la cúpula, si son secretos?

– El mismo está muy cerca de la cúpula, y ha trabajado tenazmente en el último par de años para descubrir la identidad de los principales miembros de la organización.

El camarero se acercó con la nota y Simon insistió en pagarlo todo.

Fueron al guardarropía y se pusieron la capa y el abrigo. Mai-Brit pensó en el paquete que había preparado esa misma tarde. Había incluido el último diario junto con las notas y los dos últimos secretos. Había puesto la dirección del apartado de correos de Oslo. Era como si hubiera hecho tabula rasa, como si se hubiera preparado para acabar algo. No entendía por qué, no se entendía a sí misma. ¿Debería quedarse en el hotel, resguardarse, ponerse a salvo? Por otro lado, también quería saber a quién se estaba enfrentando, no limitarse a ser la pieza a la que todo el tiempo movían de un lado al otro y espiaban.

Un taxi se acercó a la acera cuando salían del restaurante y Mai-Brit tomó una decisión.

– De acuerdo, iré contigo.

El taxista era un joven con chaqueta de cuero, que asintió cuando Simon le dio la dirección. Habló por el móvil mientras ponía el intermitente para unirse al tráfico y pronto giraron a la derecha para coger el boulevard de Clichy. Se habían hecho las diez y media y había pocos coches en las calles para ser un jueves por la noche.

Mai-Brit se quedó pensativa, con la mirada puesta en las luces vacilantes de la calle. Las cosas habían acabado así. Alguien la llamaba por teléfono y le decía algo, ella se iba a un sitio; otro le llamaba al móvil y ella se iba a otro sitio. Era como si los demás se hubieran apoderado de su vida, como si se hubiera convertido en un objeto, un robot capaz de escuchar y obedecer, pero no de decidir. Esperaba que este viaje pudiera detener todo esto. Era algo que siempre había admirado en Even; él actuaba, seguía su propio camino, no se limitaba a obedecer. Se había dado cuenta a los pocos días de conocerlo, cuando se enteró de que visitaba a la agente de policía en el hospital. La agente seguía en coma tras la fractura de cráneo, y él se colaba en su habitación y dejaba un ramo de flores sobre su mesa, a sabiendas de que las posibilidades de que le descubrieran eran grandes. A él le daba igual; aprovechaba la ocasión cuando su moral incomprensible, o lo que fuera, se lo dictaba. Así era Even, en lo bueno y en lo malo. Porque también había sido aquella postura suya la que había acabado por decidirla a dejarle. Lo inesperado, el que no tuviera en consideración… el que no la tuviera en consideración a ella. No siempre. Ni tampoco a los demás. Sin embargo, cuando a la agente de policía le dieron el alta y salió del hospital, él la siguió, en la distancia. Se había enterado de que tenía novio, se enteró de cuando se casó con un bombero. Cuando se trasladó a Skien. Y cuando tuvo un hijo. Hasta que llegó ese momento, Even no la dejó. Mai-Brit nunca había acabado de entender a Even. ¿Fue por eso que se había rendido?