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– Cuatro folios -dijo después de abrirlo.

«No es una pregunta, sino una constatación -pensó ella-. No exige ninguna respuesta.»

El hombre se metió el sobre en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó un teléfono móvil. Cuando devolvió el teléfono al bolsillo, el hombre sacó una pistola, se la dio a Mai-Brit y le contó lo que pasaría a partir de ese momento. Le contó sin rodeos que sabía demasiado, que no podían arriesgarse a dejarla ir.

Ella negó con la cabeza y le apuntó con las manos temblorosas, apuntó a su pecho, a la asquerosa barba, entre los ojos. El alargó la mano y quitó el seguro.

– Ahora puedes disparar -dijo, y añadió que su hijo mayor moriría si él no contestaba una llamada de Noruega que recibiría dentro de diez minutos. Le explicó que, ahora mismo, era ella o el niño. Le dijo que cogiera el teléfono y que entonces lo entendería.

Stig y Line corrían a su encuentro y la rodeaban con sus brazos impidiéndole respirar. Finn-Erik sonreía y decía que la quería. Mai-Britt parpadeó. Una tristeza infinita se apoderó de ella, hundiéndola en la cama. La pistola se le escurrió de las manos, ahora completamente laxas y cayó al suelo. Estuvo mucho tiempo sin moverse, experimentando cómo el shock le seguía quitando el aliento. Entonces levantó la cabeza y miró al hombre directamente a los ojos. Pensó que debía morir sin miedo, que debía dedicar sus últimas horas a hacerse amiga de la muerte. No quería resignarse, no quería concederle la satisfacción de verla hundirse. Con todas sus fuerzas dejaría que el amor a su marido, a sus hijos y a la vida inundaran cada célula, cada cromosoma de su cuerpo hasta el final. Y llevaría a cabo su plan. Mientras pensaba en la palabra «sustraendo» sonrió brevemente al hombre, algo que sin duda lo confundió, se puso en pie y señaló hacia el escritorio.

– ¿Puedo escribir una carta de despedida?

Capítulo 88

Even empujó el bote al agua. El viento era débil y un suave oleaje rompía contra la playa. Las nubes se partían para dejar que la media luna y las estrellas asomaran. Era una espléndida noche de abril, pero el aire era frío. El agua estaba fría.

– ¿Piensas ahogarme?

La voz de Kitty era tensa; empezó a llorar. De pronto se giró y empezó a correr febrilmente arrastrando la pierna por la arena.

Even dejó un papel sobre una piedra grande y colocó el móvil encima para que la clave no volara.

– El testamento de Mai, ahora mío -murmuró y salió tras Kitty.

«Pronto la pierna lastimada cederá», pensó, y notó el peso del plomo en el corazón. Kitty tropezó, rodó por la arena y empezó a llorar histéricamente.

– No quiero ahogarte -dijo Even; la ayudó a incorporarse y le sacudió la arena de los pantalones como queriendo tranquilizarla. La apoyó durante el camino de vuelta al bote.

– ¡Todavía puedo gritar y pedir ayuda! -dijo Kitty en un último destello de su espíritu guerrero, cuando Even la obligó a sentarse en el banco de popa.

– Sí -dijo Even-. Y yo te puedo tapar la boca con el esparadrapo. Pero no creo que haya salido nadie esta noche, y la verdad es que vives muy aislada. Además… -Even empujó el bote al agua y agarró los remos-, no creo que te interese mezclar a otros en este asunto, si no es estrictamente necesario.

– ¿Es necesario?

La voz era endeble, frágil, como si pudiera romperse según la respuesta y desaparecer para siempre.

Even movió los remos con todas sus fuerzas.

– Sólo tú lo sabes -dijo-. Tú eres la única que sabe lo que tu dios acepta. No es el mío y, por lo tanto, no lo puedo saber…

– ¡Mi dios! ¿Qué quieres decir con eso? -gritó Kitty a la vez que intentaba darle una patada.

Even abandonó los remos, cogió el esparadrapo e inmovilizó las piernas de Kitty. Cuando volvió a sentarse, dudó de la dirección que debía tomar; la corriente había desplazado el bote girándolo ligeramente. Le pareció ver una luz en algún punto detrás del bote, hizo una elección y metió los remos en el agua.

– ¡Dios mío, no me digas que pretendes cruzar el fiordo a remo! ¡Si hay varios kilómetros hasta el otro lado!

Kitty gritaba histéricamente, pero enmudeció al ver que Even no reaccionaba. Cincuenta metros, pensó, eso sería suficiente. Kitty había inclinado la cabeza y su cuerpo se mecía de un lado a otro. Entonces empezó a susurrar frenéticamente dirigiéndose a sus propios pies.

– No quiero morir, Even, no dejes que muera. -Kitty le lanzó una mirada extraviada-.Yo no quería que pasara, ¿me oyes?, no quería que las cosas fueran así. El plan que urdí era perfecto, era seguro y debía garantizarme… ¿Acaso tú no quieres vivir? ¡¿Vivir bien, Even?! ¡Escúchame! Dos millones… de euros… podemos compartirlos, no, tú te lo quedarás todo… todo… y a lo mejor consigues la vida eterna, es lo que obtendrás si la fórmula funciona, y seguro que funcionará, nunca se sabe, porque Newton era un brujo, un ser superior, eso lo sabes tú mejor que nadie, Even. Si había alguien capaz de encontrar la fórmula de la vida eterna, ése era él, ¿verdad, Even?, ¿verdad, amor mío? -Kitty desvariaba como una loca-. Eso es lo que puedo ofrecerte, Even. Puedo librarte de la muerte, hacerte rico, millonario… podrás ver a tus hijos crecer y tener hijos, ver crecer al hijo de tu nieto… piensa en Stig, puedes dárselo todo, dinero, vida eterna. -El tono de su voz se elevó-. Even, escúchame. ¡Even! Se trata del elixir de la vida, ¿no lo entiendes? ¡A lo mejor funciona!

El grito le había quitado las últimas fuerzas y se desplomó. Siguió murmurando algo casi inaudible hasta que finalmente enmudeció.

Sin mirarla, Even se puso en pie, miró a su alrededor antes de retirar uno de los remos y lanzarlo al agua lo más lejos que pudo. Se oyó un chapoteo en algún lugar de la noche. Kitty lo miró estupefacta.

– Pero Even, ¡¿qué pretendes?!

Sin hacerle caso, Even agarró el otro remo y lo lanzó también hacia la oscuridad. Separó las piernas y luego desplazó el punto de gravedad ligeramente para poder mantener el equilibrio mientras se palpaba el cinturón en busca del hacha.

– Pero tú dijiste… -sollozó Kitty al ver que Even sostenía el hacha entre las dos manos y la alzaba preparándose para dar un hachazo.

Kitty volvió a gritar cuando cayó el golpe. Se abrió un pequeño boquete en la madera. Even volvió a dejar caer el hacha. Y una vez más. Y otra. Entonces el agua empezó a entrar a borbotones.

– ¡Estás loco! ¿Quieres ahogarnos?

Kitty intentó ponerse en pie. Even volvió a levantar el hacha y luego la sentó en el banco de un empujón.

– Siéntate.-Even se sentó en el banco central, justo delante de ella y atrapó su mirada-. No puedo juzgarte, Kitty, ya lo sabes. ¿Cómo alguien que acaba de quitarle la vida a un hombre iba a poder juzgar a alguien por hacer lo mismo? -Even la miró desesperado-. ¿Cómo alguien que tiene la maldad incrustada, alguien que ha pegado a una mujer hasta dejarla a un milímetro de la muerte, cómo podría alguien así erigirse en juez de nadie?

– Pero ella no murió, Even -susurró Kitty-. ¿Verdad que no?

– Podía… podía haberlo hecho…-Había dolor en sus ojos cuando la miró-. Tú y yo, Kitty, hemos violado la ley, la secular y la religiosa. No podemos seguir huyendo… -Even agitó el brazo hacia la oscuridad-. Ha llegado la hora de que nos evalúen y nos juzguen. Que nos purifiquemos. -Even miró hacia el agua que ya les llegaba a los tobillos-. ¿El castigo…? -su mirada era serena cuando miró a Kitty a los ojos-. Voy a dejar que tú elijas el castigo, que decidas si debes vivir o morir. Él es el único que puede juzgarte justamente. Conoce tus pensamientos y tus secretos. Sabe cómo está la balanza, el bien contra el mal. Eso dijiste tú misma. Él te juzgará. Y si sobrevives, estarás libre de culpa. -Kitty lo miró sin decir nada; Even miró hacia la oscuridad-. Tómatelo como una catarsis.