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El reloj que había en la pared encima de la barra señalaba las tres y veinte, y Even sacó el teléfono móvil y marcó un número. Nadie contestó. Seguramente Finn-Erik había salido a dar una vuelta con los niños. Al fin y al cabo, Seguros Solvent le había concedido el resto de la semana libre.

Sacó la carta de Mai, le dio la vuelta, sacó una pluma del bolsillo de la chaqueta y escribió:

La policía

Hotel / Raffaela

Vaciló un instante antes de escribir «Finn-Erik».

Eran, en definitiva, quienes podían conocer su visita a París y que estaban al corriente de que se alojaba precisamente en aquel hotel. Además de aquellos a los que Finn-Erik pudiera habérselo contado. Más tarde, tendría que preguntárselo a Finn-Erik. Una parte de la conversación que había mantenido con el inspector Bonjove le vino a la mente, y escribió un signo de interrogación en el papel. Pensativo, miró fijamente el papel antes de marcar un número de teléfono que había introducido en el móvil aquella misma mañana.

– Inspector Bonjove, hola -contestó una voz al instante.

Even se presentó:

– Justo antes de separarnos esta mañana, me preguntó si conocía a una persona en concreto. Entonces yo estaba demasiado nervioso para enterarme del nombre, por eso vuelvo a llamar. ¿A quién mencionó, y por qué?

– Le pregunté si conocía a un tal Simon LaTour -contestó Bonjove complaciente-. LaTour en una palabra. Es un escritor francés, de Toulouse, creo. No sé gran cosa de él, me parece que ha escrito un par de novelas de suspense y algunos libros de intriga mediocres.

– ¿Y por qué me preguntó si yo le conocía?

– Seguramente no sea más que pura coincidencia, pero pensé que…-Bonjove dijo «un momento» y Even le oyó dar un recado a alguien antes de volver al teléfono-. Bueno, a lo que íbamos. Ese tal Simon LaTour ha desaparecido. Dicen por ahí que no hay que alarmarse, que a menudo desaparece por un tiempo cuando recopila información para un libro nuevo. Sin embargo, el caso es que su editorial tenía un acuerdo con él que no cumplió. Eso no había ocurrido nunca antes. Su esposa tampoco sabe dónde está.

– ¿Y eso qué tiene que ver con Mai-Brit Fossen?

El inspector Bonjove titubeó un instante antes de contestar:

– Estaba hospedado en el mismo hotel que Mai-Brit Fossen, de hecho, en la habitación de al lado y, además, al mismo tiempo. Sin embargo, lo extraño es que abandonó el hotel sin liquidar la cuenta, lo abandonó la noche antes o tal vez el mismo día en que su ex esposa se quitó la vida. Claro que es posible que no sea más que una coincidencia, una ironía del destino, si quiere, pero pensé que se lo tenía que preguntar cuando le tuve enfrente. -Se rió secamente, sin el más mínimo atisbo de humor-. Ya sabe, en la policía tenemos siempre tantos casos criminales por resolver que, en cuanto podemos, juntamos dos en uno. Es buenísimo para la estadística. Llámeme si descubre algo de interés, hágame ese favor.

Even terminó la conversación sin prometer nada, sorprendido por el tono conciliador que el inspector había utilizado al teléfono. Volvió a leer la carta de Mai antes de devolverla al bolsillo y luego se marchó.

El propietario del bistró lo reconoció antes de que a Even le hubiera dado tiempo a tomar asiento y salió a toda prisa. Su rostro oscilaba entre el entusiasmo jovial y la compasión ligeramente afectada. Su bigote de morsa temblaba cuando insistió en invitar a Even a un calvados.

– Oui, vi que le gustó. Es bueno para el estómago y para el corazón, para todo. Nada como mi calvados para curar el dolor y la pena.

Cuando volvió a la mesa, traía dos copas y una botella, se sentó en una silla y sirvió. Brindaron y Even notó el ardor cuando la bebida aterrizó en el estómago, y pensó que a lo mejor había comido demasiado poco aquel día. El dueño volvió a llenar las copas y miró atentamente al invitado. Even echó un vistazo a la plaza.

– Aquel día…-El dueño asintió, como dándole ánimos para que siguiera-. ¿Ocurrió alguna otra cosa, algo especial, algo que no suele ocurrir normalmente? -Even se encogió de hombros-. Cualquier cosa.

La Morsa abrió lo brazos y torció la boca.

– Non, fue un día de lo más normal. Tiempo seco. Muchos turistas. Un buen día, bueno, sí, hasta que… alors. -Volvió a abrir los brazos y miró con conmiseración a Even.

– ¿Algún cliente habitual la vio llegar, alguno vio lo que ocurrió?

– Oui, desde luego que sí. El viejo coronel Lefebre… me parece, y madame Naim también estaba, pero… -¿Dónde estaban sentados?

– Lefebre estaba sentado justo al lado de su esposa, en la mesa contigua, supongo que fue quien mejor lo pudo ver todo. Es un idólatra incorregible de todo lo que lleva faldas. Estaba muy conmocionado por lo ocurrido. Se ha ido a pasar un mes a Alger para recuperarse. Es un viejo legionario, le hirieron y le quedó la pierna destrozada. Ha visto cosas espeluznantes, pero una mujer bella que se pega un tiro, me temo que es lo peor que… – La Morsa sacudió triste la cabeza, como si la declaración también fuera por él-. Terrible.

«Ella no llevaba falda -pensó Even-.Y no era mi mujer. Ya no.»

– ¿Las demás mesas estaban ocupadas por turistas?

– Sí, me parece que sí. O si no, clientes que no conozco tan bien. Ya era tarde, y a esa hora, la mayoría de parisinos están en casa, descansando o cambiándose antes de salir a cenar o a encontrarse con los amigos.

– Madame Naim, dijo. ¿Dónde podría encontrarla?

– Oh, ella no vio nada. Suele sentarse allí en el rincón, con su perrito, y está sorda como una tapia, por lo que no creo que ni siquiera haya oído el disparo de la pistola.

Agitó una mano hacia el centro del café. Even se puso en pie, se dirigió hacia la puerta y miró al interior del local. En el rincón más alejado, de espaldas a la calle, había una señora mayor con un pequeño perro de lanas blanco en el regazo. Daba sorbitos a una copa de jerez mientras le rascaba detrás de la oreja y cotorreaba. No vio a Even.

Se volvió a sentar. El dueño levantó la copa y los dos apuraron la copa de calvados.

– Siento que no pueda ayudarle más -dijo-. ¿Qué es exactamente lo que está buscando?

– No lo sé -dijo Even-. ¿Conoce a un hombre que se llama Simon LaTour?

El otro se rascó el bigote y sacudió la cabeza.

– Non, no es alguien que frecuente este lugar, o eso creo. ¿Qué aspecto tiene?

– No lo sé.

El dueño lanzó una mirada meditabunda a Even antes de levantarse para agarrar la botella y las copas. Even dijo que le gustaría pagar por las copas.

– Ni hablar.-La enorme cara se resquebrajó en una sonrisa mientras agitaba la botella-. Estoy convencido de que ya se siente mejor.

Even asintió. Le dio las gracias y estaba a punto de irse cuando el dueño de pronto gruñó:

– Ahora que lo pregunta… sí que hubo algo raro aquel día. -El bigote de morsa se volvió hacia una de las mesas que bordeaban la calle-. Había un hombre… llegó poco después de su mujer, recuerdo, y se sentó a esa mesa. Pidió un whisky…

– ¿Y? -preguntó Even al ver que no llegaba nada más.

– Bueno, entonces se oyó el disparo y todo fue un caos. El hombre desapareció sin siquiera esperar a que le trajeran el whisky. De hecho fue el único que no se quedó para hablar con la policía.

Capítulo 16

– Cuando un buen día te encuentres delante de la puerta de san Pedro y descubras que a su lado hay un tobogán al infierno, y veas que algunos se cuelan por la puerta mientras que otros son despachados ruda y directamente al horno, entonces será cuando empieces a hacer tus cálculos estadísticos para averiguar si te van a enviar a un lado o a otro.