– Llamó aquel mismo día, quiero decir, la tarde en que, bueno…
Even asintió enérgicamente para que Finn-Erik no tuviera que pronunciar las palabras.
– ¿A qué hora del día?
– Serían las tres y pico, más bien las tres y media. Yo acababa de llegar a casa de recoger a Line en la guardería. Stig llegó por el sendero del jardín, mientras yo hablaba con ella por teléfono. Lo cuida una señora del barrio, y vuelve a casa cuando llamo para avisar de que ya he negado.
– ¿Vuelve a casa solo?
– Bueno, sí. Al fin y al cabo, la señora vive allí, en la esquina, a unos cuarenta o cincuenta metros de aquí, no tiene que cruzar ninguna calle. Él es quien insiste en volver solo, no quiere que le acompañe nadie. Empezó hace un par de meses. Al principio, Mai-Brit y yo no quisimos permitírselo, pero se negó a ir con nosotros, se retrasaba y nos seguía a distancia… puede llegar a ser muy tozudo, ¿sabes? Pero… -Finn-Erik se llevó la mano al ojo donde un nervio daba saltos descontroladamente-. Empezará el colé dentro de un año y medio y, por lo tanto, es un buen entrenamiento… -Su voz se fue apagando.
– ¿De qué hablasteis, comentasteis algo en especial?
– ¿Mai y yo? No, no creo. Lo de siempre, supongo que hablamos de lo de siempre, de si los niños estaban bien, de cuándo iba a volver ella, de que la echábamos de menos, esas cosas… -Finn-Erik agarró la cafetera y sirvió café a los dos.
Even miró hacia la puerta.
– Pero el teléfono está en el pasillo.
– ¿Sí? -Finn-Erik despegó inseguro la mirada de la taza.
– Desde allí, tú no puedes ver a Stig en el jardín, no puedes ver si está o no llegando a casa.
– Es un teléfono inalámbrico -dijo Finn-Erik-. Mai me preguntó si veía a Stig, si lo estaba vigilando, si el niño estaba bien, y entonces me acerqué a la ventana para mirar. -Finn-Erik sonrió en dirección a la ventana-. De hecho, me preguntó si llevaba puestos la chaqueta roja y el gorro azul. Y así era, y yo me reí y le dije que «premio», que había acertado, y era difícil, porque el niño llevaba desde el otoño sin ponerse aquella chaqueta. Aquellos días, ¿sabes?, empezó a hacer más calor. Mai no tuvo nada que objetar, aunque sí me dijo que cuidara bien de Stig y de Line, y yo le respondí que por supuesto, y luego colgamos. Fue una conversación totalmente normal.
– No -dijo Even-. No lo fue, ¿no te das cuenta? Ella sabía lo que llevaba puesto el niño.
Finn-Erik lo miró sin comprender.
– Pero, por todos los diablos, ¿no te das cuenta? Utilizaron a Stig como rehén… es decir, amenazaron con hacerle algo si ella no…
– ¡Tranquilízate ya, Even! -Finn-Erik le lanzó una mirada resignada y cansada-. Sin duda, Mai-Brit adivinó la ropa que llevaba el niño puesta. Stig no tiene tantas chaquetas. A lo mejor, Mai-Brit vio las noticias y sabía qué tiempo estaba haciendo en Noruega…
– ¿¡Por qué demonios insistes en no querer ver las cosas, maldita sea!? -le gritó Even, saltando de la silla como un ogro-. Te rompes la cabeza por encontrar buenas razones para su suicidio, pero sin conseguirlo. Pero cuando yo te presento versiones más que contrastadas de lo que pudo…
– ¡Versiones contrastadas! Pero qué diablos… Tal vez deberías preguntarte qué pintas tú en todo esto. -Finn-Erik le lanzó una mirada severa en unos ojos rojos-. Mai-Brit desapareció de tu vida hace muchos años. Había terminado contigo. Quería librarse de ti, de tu presencia, tenerte cuanto más lejos de ella, mejor, tú eras el demonio de su vida, lo peor que le había pasado nunca…
– ¡El demonio de su vida!-rugió Even-.Eso no te lo dijo jamás, ¡maldita sea! Es algo que te inventas tú porque eres un maldito cobarde que sabe que ella todavía…
Even se detuvo en seco y se dejó caer en la silla. Se quedó un buen rato con la mirada fija en la mesa. Murmuró un «perdón» entre dientes.
Mientras tanto, Finn-Erik se había quedado paralizado hasta que, finalmente, se hundió en la silla al otro lado de la mesa.
– Era la hermana -murmuró Finn-Erik-. Era ella quien… te llamaba así.
– Sí, ya puede ser, te creo. -Even se obligó a sonreír-. Ella siempre me ha considerado una obra del diablo.
– Tienes que… -Finn-Erik volvió a ponerse en pie, con la mirada perdida-, tienes que irte ya.
La oscuridad en la calle era un poco menos compacta, y en el reloj de pared de la cocina la aguja se acercaba a las cuatro. Even sintió que su cerebro se expandía, sabía que iba a dormir muy poco, si es que lograba conciliar el sueño. Estudió a Finn-Erik con la mirada. El hombre parecía alguien a punto de entrar en coma, las mejillas hundidas y lívidas a la luz de la lámpara, los ojos dilatados en sus cuencas. Even titubeó antes de decir:
– Mañana, es decir, hoy… estaba pensando que a lo mejor deberías ir a la policía.
Finn-Erik le devolvió la mirada sin comprender.
– Ya he hablado con ellos. Fueron ellos quienes me llamaron para decirme que Mai-Brit…
– Aunque no me creas, aunque no creas en la idea de que posiblemente fue obligada a hacer lo que hizo, deberían estar al corriente de esta hipótesis y de la información que podría suscitar la puesta en marcha de una investigación. No entiendo por qué te empeñas en omitir…
– No es que no quiera -le interrumpió Finn-Erik con manchas febriles en las mejillas-, pero lo que yo quiero es… lo que ahora mismo quiero es un poco de tranquilidad, recuperar algo parecido a una vida cotidiana, conseguir que los niños se sientan seguros, que reine un ambiente acogedor, dormir por la noche, hacer que…
– Lo comprendo -dijo Even al ver que Finn-Erik no continuaba-. Lo comprendo, Finn-Erik, o eso creo. Pero lo que también comprendo es que…-Se quedó pensativo un rato antes de proseguir-: Creo que hubo alguien en la zona, cerca de aquí, aquella tarde, que vio al niño, a Stig, me refiero. Que lo vio ir de casa de la señora que le cuida hasta aquí, vio qué ropa llevaba puesta. Alguien que puede haber llamado a Mai… no, debe de haber llamado a alguien que estaba con Mai, tenía un móvil y debió de llamar al que coaccionaba a Mai. ¿Te fijaste en si había un coche aparcado en la calle que no perteneciera a algún vecino?
Finn-Erik tuvo que hacer un esfuerzo para recordar.
– No creo… a lo mejor allí en la esquina, no lo sé. Desde aquí no se ve. Pero ¿tú crees que…?
– ¡Sí, demonios, sí! Creo que Mai te llamó y que tú le confirmaste que los niños estaban bajo vigilancia. Comprendió que, de hecho, alguien podría haberlo… quiero decir, secuestrarlo, al niño, matarlo, cualquier cosa, qué sé yo, en el camino de vuelta a casa. ¿Por qué, si no, iba a preguntarte aquello de la chaqueta y el gorro? Me imagino que no acostumbrabais a escenificar un concurso de preguntas y respuestas sobre la ropa de los niños cada vez que hablabais por teléfono, ¿o qué? ¿Qué?
Even se dio cuenta de que había levantado la voz innecesariamente y abrió los brazos disculpándose. Joder, qué cansado estaba.
Finn-Erik tragó saliva con tal fuerza que su nuez dio un respingo.
– Es decir, que le confirmaron que eran o los niños o ella…
– Sí, eso creo.
Finn-Erik se puso en pie de un salto y se acercó a la mesa de la cocina. Even dio un respingo cuando el otro tiró la taza en el fregadero haciendo que el café salpicara.
– ¡Maldita escoria! -Finn-Erik se apoyaba en la mesa de la cocina, todo encorvado, como si estuviera a punto de vomitar.
Even se puso en pie, se acercó a él y le puso una mano en el hombro con delicadeza.
– Si quieres que la policía atrape a esos cerdos, tendrán que disponer de toda la información que se les pueda dar.
Finn-Erik se sacudió la mano de Even y se acercó a la puerta.
– Sí -murmuró, inexpresivo-. Sí, lo haré.
Su mirada se negaba a encontrarse con la de Even. Todo lo que no fuera dormir cien años le parecía un reto inalcanzable.