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– ¡Mamá, mamá! ¿Podemos tomar un helado? -La voz de Stig subía de tono a medida que se acercaba-. Mamá, ¿podemos tomar un helado?

– Mamá, helado. -La pequeña Line tiró de su brazo y Mai-Brit notó cómo un hilo de arena caía sobre su muslo.

– Hola, tesoros míos. -Mai-Brit recogió el sombrero de paja antes de abrir los ojos y miró cariñosamente a sus dos hijos-. Si queréis helado, tendréis que hablar con papá, él es quien guarda el dinero. Por cierto, ¿dónde está?

Stig señaló con el dedo hacia un punto lejano de la playa. Mai-Brit vio a Finn-Erik en la entrada del aparcamiento hablando con un joven que llevaba traje y gafas de sol. Dios mío, un traje con este calor. Parecía que el hombre estuviera mirándola. «Un tipo asqueroso», pensó, y sentó a Line en su regazo.

– Antes de que ese sol acabe con vosotros, hay que poner más crema solar en esos cuerpecillos. Luego podréis ir a por papá y pedirle un helado, ¿de acuerdo?

Cuando, poco después, los niños salieron corriendo por la playa levantando a su paso la arena que se pegaba en sus espaldas, Mai-Brit retomó el libro. Era una lectura pesada, pero se había prometido a sí misma que lo acabaría, aunque entendiera bien poco. Al fin y al cabo, no podía escribir un libro sobre Newton sin haber leído el texto que le había convertido en una celebridad mundial. Al menos debía intentarlo. Sólo tenía que descansar la vista un rato, pensó, y soltó el libro. El rumor de voces y risas infantiles, Louis Armstrong saliendo de los altavoces del quiosco y el sonido calmante de las olas que lamían la arena de la playa se confundieron y acabaron por dejarla adormilada. Qué bonita era la vida, qué bien se sentía. What a wonderful world, cantaba Armstrong.

– ¿Qué estás leyendo? -Finn-Erik recogió el libro de entre la arena y Mai-Brit entreabrió los ojos soñolientos-. Principia -leyó en voz alta-, by Isaac Newton. Curiosa lectura veraniega.

– ¿Qué hubieras dicho si llego a leerlo en el idioma original? -se rió Mai-Brit.

– Oh. -Finn-Erik miró el texto en inglés-. ¿Acaso Newton no era inglés?

– Sí, lo era, pero de hecho lo escribió en latín. ¿Los niños ya tienen su helado?

Finn-Erik señaló a Line, que estaba en la orilla del mar con un helado que goteaba con mayor rapidez de lo que la lengua rosa de la niña era capaz de lamer. Unas rayas rosas se deslizaban por su barbilla y corrían hasta llegar a su barriguita regordeta. Stig se había sentado de espaldas al sol para que el helado se mantuviera en la sombra y comía rápido para aprovecharlo todo. Aquel día era, sin lugar a dudas, el más caluroso del verano.

– ¿Quién era el tipo con el que hablabas en el aparcamiento?

Finn-Erik se sentó en la tumbona.

– Un cliente de la compañía. Le han robado el coche y quería saber si le comunicaríamos pronto lo que le vamos a pagar.

– ¿A qué se dedica?

– No lo sé -dijo Finn-Erik y cerró los ojos-. No es asunto mío, por así decirlo. Es Bodil Munthe quien lleva el caso.

Mai-Brit se quedó mirando el mar y al rato cogió su diario de la bolsa de la playa y escribió:

24 de julio, en la playa, Oslo.

Cada vez me gusta más la idea de mezclar ficción y realidad. Creo que novelando los pensamientos de Newton y los movimientos en el espacio y el tiempo que se encuentra más allá de lo que sabemos con seguridad, podré crear una imagen convincente, tanto de él como del tiempo en el que vivió. Más que limitándome a tratar los hechos desnudos. Es obvio que un buen cronista de hechos también puede resultar convincente, pero hay algo tentador en liberarse de los hechos, dejar que la imaginación se cuele y rellene los agujeros que inevitablemente existen alrededor del ser humano Newton.

Tendré que hablar de ello con Odin cuando volvamos de las vacaciones.

Capítulo 21

– ¿Conoces a una tal Kitty? -preguntó Even con voz ronca. Tenía la mirada puesta en el nombre que aparecía en el dorso del naipe como si fuera a desvanecerse si lo apartaba-. ¿Aparte de la amiga de Mai, la que cantó en la iglesia, en el funeral?

– No -dijo Finn-Erik, siguiendo la larga línea vertical de la K con un dedo y luego la línea sesgada, igualmente larga, de la Y -. Mai-Brit debió de escribirlo con la uña, lo rayó -murmuró-. El que la estuvo vigilando en el hotel, seguramente le permitió hacer un solitario mientras esperaban… lo que fuera que esperaran. -Finn-Erik miró vacilante a Even. También parecía estar un poco orgulloso-. ¿No crees?

Even asintió con la cabeza y dijo:

– Es posible.

– Sólo conozco a una Kitty, y es la amiga. -Finn-Erik se rascó el cuero cabelludo-. Pero, en el fondo, tampoco puede decirse que la conozca. Llamó un par de días antes del funeral y me preguntó si le permitiría cantar… Se llama Katharina, o Kathrine, o algo así…, me dijo que nunca la llamaban por otro nombre que no fuera Kitty. Recuerdo que Mai-Brit la mencionó una vez que la vimos en una entrevista en la tele, dijo que eran amigas de infancia. Me parece que trabaja en la Escuela Superior de Deportes.

– ¿Sigue viviendo donde siempre ha vivido?

– No lo sé. Piensa que nunca la había visto antes. Mai-Brit no solía hablar nunca de ella, no que yo recuerde… En el mismo lugar, dices. ¿Acaso sabes dónde vive?

Even volvió al salón y se dejó caer en el sofá; miró por la ventana buscando a los niños, que seguían construyendo un pequeño muñeco de nieve.

– Mai y Kitty vivían juntas en una comuna cuando conocí a Mai. Ellas dos y una tercera chica habían comprado una antigua granja en Nesodden. Me parece que fue el padre de Kitty quien pagó la mayor parte, o eso creo. Al menos a Mai le compraron su parte por unos cuantos miles de coronas cuando nos fuimos a vivir juntos. Poco después, la otra chica se fue a estudiar a Estados Unidos, pero Kitty se quedó viviendo allí. Al menos entonces vivía allí. Tampoco es seguro que aguantara allí, al fin y al cabo, la granja era vieja y ruinosa. Aunque tenía unas vistas maravillosas sobre el fiordo de Oslo. -Sus ojos se estrecharon-. Kitty…

– ¿Por qué habrá escrito Mai su nombre aquí? -dijo Finn-Erik, dándole vueltas al naipe, como si pudiera contener todavía más secretos.

– Es lo que pienso preguntarle -dijo Even. Oculto por la mesa se palpó la pierna para comprobar si el cuchillo seguía pegado a su tobillo. Tenía ganas de aplastar a alguien como si fuera un manojo de uvas, ganas de patear a alguien, de darle un cabezazo. Se puso en pie y miró a Finn-Erik-. Voy a ir a hablar con ella ahora mismo.

– ¿No crees que es mejor que llames antes? Está muy lejos para que te arriesgues a ir y luego no esté en casa.

– ¿Tienes su número de teléfono?

– Creo que me lo dio antes del funeral, por si había algo que… espera. -Finn-Erik se fue al estudio y volvió al rato con un pequeño bloc de notas de plástico-. Aquí está: 66 91 50 50.

– 50 50 -repitió Even y salió al pasillo donde estaba el teléfono. Triangular. Si sumas todos los números del uno al cien dan 5050. Marcó el número.