Tras dos tonos de llamada descolgaron el teléfono y una voz de mujer dijo: «¿Hola?». Even escuchó atentamente cuando volvió a decir «Hola» y luego colgó.
– Está en casa. ¿Vienes?
En cuanto lo dijo, Even se dio cuenta de lo estúpida que era la pregunta. Mai había sido amenazada porque tenía una debilidad: su amor por los niños. Finn-Erik tenía el mismo punto débil. Sin embargo, Even sólo se tenía a sí mismo. No tenía ninguna atadura sentimental, ningún flanco débil.
Además, no quería llevarse a ese idiota a ninguna parte.
Finn-Erik lanzó una mirada a los niños y por suerte sacudió la cabeza.
– De acuerdo. ¿Puedes prestarme el coche?
– ¿Crees que tiene algo que ver con la muerte de Mai-Brit?
– Se lo preguntaré -dijo Even hoscamente.
Kitty. La amiga de infancia de Mai. Habían ido juntas a la escuela. Lo habían hecho todo juntas. Habían cantado en el coro de Ten Sing. Todo, juntas. Cuando empezaron a estudiar en la universidad, habían encontrado la granja de Nesodden y habían creado una comuna. Even se mantuvo en el carril derecho por la E 6 en sentido sur. Recordaba a Kitty como una chica activa y un poco mandona. De las tres, ella fue quien se lanzó de cabeza a las tareas de restauración más tremendas de la granja. Construyó estanterías, cambió el tubo del desagüe del váter, tiró abajo una pared que Even le había explicado, con mucha cautela, que era portante, de manera que tuvo que ayudarla a apuntalar el techo con un par de vigas. Encontró un viejo tractor en el granero donde guardaban las herramientas, consiguió que un vecino la ayudara a ponerlo a punto y cavó alrededor de la alquería, abriendo nuevas zanjas de drenaje. Cuando el sótano se secó, empezó a aislar y a revocarlo para instalar allí unos talleres y un gimnasio. «Era una adicta al entrenamiento», se dijo Even para sus adentros y puso el intermitente de la derecha, hacia la salida de Nesodden. Pronto aparecieron las curvas en la carretera cubierta de hielo y Even disminuyó la marcha. No hacía más que salir a correr, levantaba pesas y comía tan sano que pronto Even empezó a negarse a comer en la granja cuando Kitty estaba en casa. «Sabía a demonios, y siempre me quedaba con hambre», murmuró al girar a la izquierda, en dirección a Myklerud y Spro. Un caballo que pacía en un campo siguió el coche un trecho, relinchó y agitó las crines cuando tuvo que detenerse al llegar a la valla electrificada. Even repitió la pregunta de Finn-Erik para sus adentros. «¿Crees que tiene algo que ver con la muerte de Mai?» Entrecerró los ojos ante la poderosa luz que emitía un sol medio oculto tras unas delicadas nubes escarchadas. ¿Por qué, si no, aparecía su nombre en el naipe? «Aquí.» Puso el intermitente y giró por un estrecho camino de grava. Miró en el retrovisor para cerciorarse de que nadie le seguía, tal como llevaba haciéndolo desde que salió de Oslo. Un pequeño y mísero letrero envuelto en plástico anunciaba la «Granja de Kitty».
Cuando entró en el patio de la granja vio los centelleos del mar más allá del jardín. Habían retirado la nieve del patio y la grava crujía bajo las ruedas del coche. El edificio principal de la granja estaba pintado de rojo (Even lo recordaba blanco); la puerta principal y las ventanas de verde. A la derecha, el establo y el granero estaban remodelados. Lo que alcanzaba a ver del tejado debajo de la nieve parecía nuevo, y las ventanas y las puertas habían sido cambiadas o al menos les habían dado una buena mano de masilla y pintura.
Salió del coche, respiró hondo y subió las escaleras a paso lento. El cuchillo le roía el tobillo y le entraron ganas de sacarlo.
No había ningún timbre, pero sí una aldaba en forma de pez con una cruz a modo de cola. Antes de que le diera tiempo a llamar, la puerta se abrió.
– Hola. Qué bien que hayas venido -dijo Kitty-. Te estaba esperando.
Capítulo 22
– Mai-Brit vino a visitarme hace unos meses, en octubre o noviembre -dijo Kitty-. Me dijo que tenía algo que yo debía guardar por ella. Esconderlo en algún lugar donde… no sé, simplemente guardarlo. Hasta nuevo aviso, dijo Mai-Brit.
Even olfateó el té verde y bebió con cautela. Sabía a agua y hierbas. Kitty sonrió y dijo:
– Es romero. Parecías necesitar algo que te animara, algo estimulante. -Kitty plantó los pies cubiertos por unos calcetines bastos de lana gris zurcidos en los talones con lana de color rojo sobre la mesa-. Mai-Brit me dio un paquete. Me dijo que te lo diera a ti cuando…
– ¿¡Qué!? -Even estuvo a punto de soltar la taza-. ¿¡A mí!?
– Sí. Me dijo que tú pasarías a recogerlo si a ella le pasaba algo.
– Si le…-Even depositó la taza con cuidado sobre la mesa. Notó que su cuerpo estaba teniendo una reacción rara, se entumecía, como si el pequeño movimiento que el tiempo había guardado en unas pocas células, en el estómago, se hubiera detenido por completo. Le zumbaban los oídos-. ¿Dijo eso, lo dijo tal cuaclass="underline" si le pasaba algo? -Even miró fijamente a la mujer del chándal recostada en un montón de cojines en el sofá-. ¿Lo dijo de esa manera, lo dijo este otoño?
– Sí. -Kitty agarró una aguja de hacer punto de la mesa, se recogió el pelo teñido de henna en un ovillo y lo atravesó con la aguja a modo de pasador. Se rascó la nuca desnuda-. Sí. De hecho quise comentártelo cuando te vi en el funeral, pero al final no lo hice. Mai-Brit me dijo que tú te pondrías en contacto conmigo. Me lo repitió varias veces, como si fuera muy importante.
– Pero ¿cómo sabía que yo… quiero decir, te dijo cómo me contaría que…? ¡Demonios, si no he sabido ni una mierda de…! ¡Disculpa! -Even se puso en pie y empezó a pasear arriba y abajo por el pequeño salón. El suelo lacado de madera de pino era resbaladizo, y se detuvo delante de una ventana. ¿Mai había rascado el nombre de Kitty en el naipe ya entonces, cuatro meses atrás, para asegurarse de que lo encontrara? Era el único juego de naipes que tenían, había dicho Finn-Erik. ¿Sabía ya entonces que pasaría algo?
Kitty se había incorporado en el sofá y mantenía las manos juntas entre los muslos, como si tuviera los dedos fríos. Miró preocupada a Even.
Even volvió a sentarse; también le entraron ganas de apretarse las manos entre los muslos, sintió como si toda la sangre hubiera abandonado su cuerpo. Reunió todas sus fuerzas para decir lo que debía decir:
– ¿Qué es lo que… tienes para mí?
Kitty se acercó a un escritorio lacado de color castaño con tres cajones en la parte inferior y varios cajones más pequeños sobre la encimera. El chándal era de la talla más grande y le hizo bolsas en el trasero cuando sacó uno de los cajones. Sacó algo que Even no pudo ver qué era y volvió a cerrar el cajón. Se quedó un instante de espaldas a él, con los brazos apretados contra el pecho.
– Gracias -murmuró Even cuando ella le dio un sobre de color marrón. Lo giró varias veces, examinándolo en detalle. No ponía ningún nombre. No ponía nada, nada de nada. Era de tamaño C5 y grueso, tan lleno que la lengüeta apenas cubría toda la superficie autoadhesiva del sobre. Introdujo un dedo por debajo de la lengüeta y la despegó, con mucho cuidado y trocito a trocito. Sacó un montón de folios de tamaño A4 doblados. Algunos estaban cogidos con clips, otros estaban sueltos.
Los depositó todos en su regazo y dobló el montón hacia atrás para enderezar los folios y así evitar que se doblaran.
Los tres secretos de Newton, ponía como título en el primer folio. El texto había sido escrito en un ordenador e impreso con tinta negra. «Sinopsis. Libro en tres partes sobre los tres secretos de Isaac Newton que nunca reveló en vida. El libro pretende ser una recopilación de los hechos recogidos en textos póstumos de y sobre Newton, que se convertirá en un texto de prosa para introducir al lector directamente en la vida de Newton, tal como era hace trescientos años.»