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Newton levantó la cabeza como si buscase el aplauso de su ayudante. Wickins asintió con un gesto que daba a entender que lo comprendía todo. Sin embargo, su mirada vacilante, dirigida al libro, lo delató.

– No escribe a qué medicina se llega, pero si la medicina no es el objetivo en sí, es posible que me lleve más cerca de él. He decidido cambiar de rumbo -Newton se golpeó los muslos enérgicamente y se puso en pie- y explorar el antimonio desde el fondo. Por eso tendré que comprar antimonio, y más nitrato de potasio en la farmacia de Mr. Potter y… -De pronto se dio cuenta de que Wickins tenía una carta en la mano-. ¿Ha llegado hoy?

– Sí, Mr. Newton. Es de Mr. Boyle.

Newton la agarró, rompió el sello de cera, desdobló el solitario folio y leyó el breve texto.

– Mr. Boyle me invita a una reunión en el Colegio invisible de Ragley House, en Warwickshire, dentro de una semana -dijo, hablando para sí mismo-. Ha realizado unos experimentos con sales volátiles que cree que pueden interesarme. Además, Mr. E ofrecerá una conferencia sobre «la importancia secundaria del metal para la filosofía de la noble ciencia de la alquimia».

– ¿Qué es el Colegio invisible y quién es Mr. E? -preguntó Wickins.

Newton dobló la carta y se la metió en el bolsillo.

– ¿Podría usted ir a por antimonio y nitrato de potasio a la farmacia, Mr. Wickins?

– Naturalmente, Mr. Newton.

– Entonces yo iré a entregar las notas de la clase magistral de hoy al bibliotecario de la universidad.

Newton se puso en pie y abandonó la estancia con las notas en la mano. Wickins se quedó delante de la ventana viéndolo cruzar el patio y desaparecer detrás de un grupo de jóvenes estudiantes. «Ya me lo contará algún día», pensó y decidió ir a la farmacia inmediatamente, pues el cielo prometía lluvia para aquella tarde.

Cambridge, Inglaterra

13 de febrero de 1676

…aprecio, por supuesto, enormemente sus exposiciones, Mr. Newton, y me alegra ver que estas ideas que tengo desde hace tanto, pero que no he tenido tiempo de desarrollar, puedan ser promovidas y mejoradas por usted. Ha sido muy habilidoso corrigiendo, mejorando y llevando a buen término mucho de lo que yo empecé en mis años jóvenes, y no dudo que mis logros habrían sido muy inferiores a los suyos.

Respetuosamente, su gran amigo para siempre Robert Hooke.

– ¡Él ha tenido estas ideas! -Newton bufó enfurecido y arrojó la carta sobre la mesa-. ¡Mejorado lo que él inició! ¡Ese hombre está loco, es un perturbado! No ha tenido jamás, en toda su vida, una idea propia en su penosa y desagradable cabeza, todo lo roba de los demás, tal como pretende hacer con mis experimentos. -Se puso en pie y empezó a pasear arriba y abajo por el pequeño salón-. Nunca debería haber enviado mi Teoría de la luz y los colores a la Royal Society. Ese enano, ese retrasado mental, responsable de experimentos sin talento hará todo lo que esté en sus manos para ridiculizar mis observaciones y experimentos. ¿O qué dice usted, Wickins, acaso no tengo razón?

Wickins observaba a Newton, su mirada tranquila examinó un momento al compañero, hasta que se levantó y cogió una hoja de papel y una pluma y las dejó sobre la mesa. Desenroscó el tapón del tintero con un gesto suave, como para obligar al amigo a tranquilizarse y adoptar su misma cadencia, y lo colocó al lado de la pluma, de manera que el borde estuviera a ras con el papel.

– Tiene que escribir una carta de respuesta en la que desmonte de forma amable aunque rotunda todas sus afirmaciones inaceptables, tal como usted es capaz de hacerlo, estimado Isaac.

Newton se detuvo en medio del salón, miró el papel y luego dio un par de vueltas más por la estancia, aunque a un ritmo considerablemente más pausado. Inclinó la cabeza un par de veces, se acercó pensativo a la puerta, volvió sobre sus pasos y de pronto se dejó caer en la silla.

– Tiene razón, como de costumbre, Wickins -dijo, y sumergió la pluma de ave en el tintero-. Le contestaré de tal forma que nunca se olvide de mí. Ese estúpido enano.

La pluma empezó a correr por el papel y Wickins oyó a Newton murmurar en voz baja:

– Mi muy estimado Mr. Hooke. Gracias por sus interesantes comentarios. Tengo que darle toda la razón: lo que se hace en presencia de testigos, a menudo se hace con otros objetivos que el de sencillamente encontrar la verdad. Aquello que se intercambia con amigos en la privacidad merece ser calificado más como consulta que como disputa. Espero que así sea entre nosotros…

Wickins sonrió para sus adentros. No había nada que Newton hiciera mejor que ser infame de una manera educada; o, mejor dicho, que pareciera considerado. Newton había enmudecido y Wickins se levantó para leer por encima de su hombro: «Lo que hizo Descartes significó un paso importante. Usted, Mr. Hooke, ha contribuido con muchas cosas diferentes de muchas maneras distintas, sobre todo trayendo a colación y observando los colores sobre finas placas. Si yo luego he visto más allá es porque he podido subirme a los hombros de un gigante…»

Wickins gruñó para no reírse abierta y sonoramente. Fue a por el balón y se sirvió una copa de vino. Los hombros de un gigante. Eso al profesor Hooke, que apenas levantaba cinco pies del suelo sin zapatos, no le gustaría.

Royal Society, Londres, Inglaterra

27 de abril de 1676

… es por lo que para mí es un placer y una gran alegría poder trasladarle la respuesta de Mr. Robert Hooke.» El presidente de la Royal Society, lord Brouncker, hizo un gesto dirigido a su vecino, un caballero encorvado y pálido que a simple vista parecía cualquier cosa menos un científico: el profesor Hooke, que es el excelente responsable de experimentos de la sociedad científica, ha llegado a la conclusión, después de muchos y concienzudos exámenes, de los cuales hemos visto varios hoy, de acuerdo con la dirección de la sociedad, que las hipótesis de Mr. Isaac Newton sobre la luz y los colores concuerdan con los experimentum crucis presentados. Desde este momento, la hipótesis se considerará una teoría demostrable.

Lord Brouncker sonrió al auditorio formado por nobles caballeros y advirtió que el secretario de la sociedad, Mr. Barrow, había empezado a aplaudir. Mr. Oldenburg, Mr. Wren y Mr. Boyle lo siguieron y luego se añadieron algunos más; aunque ni mucho menos fueron todos. El responsable de experimentos, el profesor Hooke, se levantó con un gesto grave y abandonó la sala de reuniones sin más, lo que no sorprendió a nadie: todo el mundo sabía que él y Mr. Newton mantenían grandes discrepancias. Otros tres hombres se pusieron en pie y siguieron a Mr. Hooke.

Trinity College, Cambridge, Inglaterra

21 de abril de 1616

Exactamente a la misma hora en que tenía lugar la reunión de la Royal Society, el profesor Newton se inclinaba sobre el hornillo de hierro y contemplaba con ojos atentos el desarrollo en el crisol. Tras la última combustión había quedado una sustancia blanca que parecía polvo. Cuando la sustancia se hubo enfriado, extrajo con mucho cuidado el crisol del hornillo con las manos, lo ladeó y raspó la sustancia blanca dejándola caer en un tarro de cristal. Pesó una cantidad parecida a la que cabía en la uña de un dedo meñique en la balanza, y con una cuchara de cristal diluyó la sustancia en una mezcla turbia y ligeramente líquida que había preparado previamente y que había dejado lista en un matraz sobre la mesa de trabajo. A continuación, Newton colocó el matraz en un soporte y encendió un hornillo, controló la intensidad de la llama y la situó debajo del matraz.

Newton miró su reloj de bolsillo y anotó algo en una libreta.