– Me parece que no te resulto tan interesante como eso de ahí. Dejaré que sigas leyendo.
Even se encogió de hombros disculpándose y dio las gracias por la maravillosa cena.
Encendió una lámpara de pie que había detrás del sofá. Ojeó lentamente todos los papeles. Aparte del relato de ocho páginas con el título de Primer secreto, había tres páginas con copias de las anotaciones manuscritas que había hecho Newton, una página con un antiguo texto en inglés, escrito con una letra totalmente desconocida para Even, y cuatro páginas a mano con las anotaciones de Mai. Al final había una página con un listado de títulos de libros, todos relacionados con Newton o con el siglo XVIII. En esta página había un post-it amarillo enganchado con el texto: Hermes This Bookshop y el número: 1009.
El número le parecía conocido, además era un número primo. Sin embargo, Even no consiguió adivinar por qué.
Empezó a leer las copias de las anotaciones de Newton. En la primera página había una lista detallada de palabras y símbolos que se utilizaban en las recetas alquímicas. Primero aparecía un mineraclass="underline" Gold, Silver, Copper, etcétera, y detrás de cada uno de ellos, uno o varios símbolos que lo representaban. Un aro con un punto (oro), una medialuna (plata) o el signo biológico del género femenino (cobre). El signo del hierro era el mismo que el signo biológico del género masculino. Even se preguntó si se escondía un simbolismo más profundo en la elección de signos; el cobre era brillante y con él hacían pendientes y cuencos de frutas, mientras que el hierro era basto y duro, y con él se hacían espadas y cañones. Miró de reojo a Kitty, que se paseaba por la cocina canturreando. Mejor no hacerla partícipe de su idea; pertenecía a unos tiempos más antiguos, a cuando las mujeres todavía no habían empezado a fundar sus propias comunas. Estudió la caligrafía, que era diminuta y nudosa, y dedujo que pertenecería a los años jóvenes de Newton, cuando todavía era un estudiante. Un sello en la esquina mostraba de dónde había sacado Mai la copia: King's Coll. Libr. Camb. La biblioteca del King's College de Cambridge.
La siguiente página era una copia extraída de un bloc de notas. La caligrafía era un poquito mayor y las letras ligeramente más rectas; todo parecía indicar que se trataba de un Newton mayor, aunque todavía joven. El texto empezaba con las palabras Opus. 1. The first step. Extraction and rectification of the spirit. Las últimas palabras estaban subrayadas tres veces. Después de una frase ininteligible para Even, el texto se dividía en párrafos numerados: 5, 6, 7 y 8. Por qué los primeros cuatro párrafos no estaban incluidos era, a primera vista, incomprensible. ¿A lo mejor estaban contenidos en las primeras frases? Un redactado del punto 6 llamó su atención: Conjunction of the red man with the white woman, & decoction to the completion, decía. Even se llevó la mano al pelo, que se le había puesto algo canoso, miró de reojo la cabellera roja de Kitty a través de la puerta de la cocina y pensó para sus adentros si no podía tratarse de un error de trascripción; que debía haber dicho conjunction of the red woman with the white man. Hubiera estado bien.
De todos modos, se trataba de una de esas clásicas letanías alquímicas que él no entendía demasiado. Se preguntó si Mai lo habría entendido.
El tercer folio resultó ser una carta a un tal Mr. F, eso era todo lo que ponía acerca del destinatario. La carta versaba sobre los experimentos que Newton había realizado en los últimos tiempos y terminaba con algunos comentarios a la última carta de Mr. F. y las opiniones que en ella debió de expresar. En la carta no aparecía ninguna indicación de la fecha, pero por la caligrafía, Even dedujo que debía de tratarse de mediados de la década de 1670.
La carta con la letra desconocida era, sin lugar a dudas, la descripción de una conversación que el escritor había mantenido con Newton. Resultaba difícil descifrar la letra, aunque Mai, para ayudar al lector (¿Even?), había marcado frases con un fosforescente amarillo. Cerca de la parte superior de la carta ponía: «… 83 years. He was better after it and his head clearer and memory stronger…».
Un poco más abajo, había marcado algo que Newton había dicho al oyente: «… that required the power of a creator. He, said he, took all the planets, with the sun and moon and other planets, to be composed of the same matter with this earth -with earth, water, stones &- but variously conected».
Era típico en Newton, pensó Even. La típica filosofía alquímica que fundamentaba la tesis: todo -piedras, agua, tierra, incluso el sol, en su principio- es un producto compuesto de los mismos materiales, sólo que varía la manera de «prepararlo». Si Newton tenía 83 años cuando tuvo lugar la conversación, tal como parecía indicar la parte marcada, debió de ser trasladada al papel por John Conduitt, el hombre que se casó con la sobrina de Newton y que más tarde tomaría posesión del puesto de Newton como maestro de la Real Casa de la Moneda.
Even lo volvió a leer todo una vez más, sin entender la intención de Mai, y se guardó el folio.
Las notas de Mai eran más fáciles de leer, escritas con letras legibles, claras y abiertas. Además, se trataba de una caligrafía con la que Even había convivido durante trece años. En todas las páginas había palabras clave y frases anotadas de cualquier manera, citas que había que recordar o ideas que Mai había tenido de pronto. La fecha 27 de abril de 1676 aparecía subrayada varias veces, seguida de argumentos para recordarla. Even estaba de acuerdo. Al igual que tantos otros científicos, consideraba muy importante esta fecha, un punto de inflexión para la historia mundial, el principio de la ciencia moderna. El día en que se aceptó y reconoció que los concienzudos experimentos de Newton concordaban con la hipótesis y que, por lo tanto, ésta se convirtió en una teoría demostrable. Pero eso de que Mai dejara a Newton en casa en el momento de su reconocimiento público, entregado a la alquimia… Even no sabía si Newton había estado o no presente aquel día en la Royal Society cuando sus experimentos fueron aceptados como prueba; no había fuentes, que él supiera, que lo corroboraran. Sin embargo, insinuar, no, no sólo insinuar, sino afirmar que consiguió un hito en el campo de la investigación alquímica, justo en aquel momento, era una treta fresca y osada. Mostraba al lector lo importante que realmente había sido la alquimia para el gran científico, y seguramente eso era lo que había pretendido Mai. Y como truco literario era, desde luego, impecable, sobre todo si la ficción se sostenía mediante una buena documentación basada en hechos.
«Newton era minuciosamente preciso, y más testarudo y observador que otros alquimistas que le precedieron», aparecía anotado en un lugar. En eso Mai podía estar en lo cierto, pensó Even. Newton era paciente y metódico en sus investigaciones, era muy capaz de poner en marcha experimentos que sabía que no darían indicaciones positivas hasta transcurridos unos cinco o seis meses. Si no conseguía estas indicaciones, era capaz de volver al principio, modificar ligeramente un factor de inseguridad y dedicar cinco meses más a los experimentos. Eso era lo que le hacía genial, que nunca se rendía, y que él, tal como escribió Mai, era minucioso y exacto. El hombre sabía hasta la décima parte más pequeña de un gramo lo que había contenido una retorta, conocía la temperatura y el tiempo exacto a la que había sido tratada.
¡Hay que mantener la alquimia en secreto a cualquier precio!
«Sí, maldita sea», pensó Even. La alquimia no era legal. Era jugar a ser brujo, en muchos círculos no estaba bien vista, era simple y llanamente blasfemia. Sin embargo, Newton consiguió mantenerlo en secreto. Hasta tal punto lo consiguió que hoy día sigue siendo un aspecto de su vida relativamente desconocido. Es gracias a Maynard Keynes, el reconocido gurú económico, que los actuales estudiosos de Newton lo saben. En la década de 1930 compró las libretas con anotaciones que dejó Newton y las estudió con mayor detenimiento que nadie hasta entonces. Y allí estaba, negro sobre blanco, sin lugar a dudas: Newton sacrificó la mitad de su vida a la alquimia. De hecho, durante un tiempo estuvo más ocupado en sus proyectos alquímicos que en los descubrimientos científicos que le harían famoso mundialmente.