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Una mano apareció en su campo de visión y depositó una taza de café sobre la mesa. Kitty se rió al ver su reacción.

– Supuse que el té de romero no te apetecería nada, y le pedí prestado un poco de café a la vecina cuando salí a correr. Ya ves, el footing puede tener sus ventajas.

Kitty se volvió a ir sin esperar su respuesta.

Even alejó la taza un poco para no arriesgarse a ensuciar las copias y cogió la siguiente anotada por Mai. Estaba llena de nombres y de biografías cortas, desde Robert Boyle, que fue el colega alquimista de Newton, hasta Robert Hooke de la Royal Society, enemigo declarado de Newton durante largos años. Varios de los nombres eran desconocidos para Even. Era posible que se tratara de personas relacionadas con la alquimia; en tal caso, no era de extrañar que no las reconociera, porque ese aspecto sólo le había interesado superficialmente cuando estuvo dedicado a estudiar a Newton. Se consideraba un experto en el científico y, poco a poco, fue entendiendo por qué Mai no se había puesto en contacto con él para que la ayudara con el libro.

Even sopló un poco sobre el café y tomó un sorbo.

De pronto reparó en algo. Dejó la taza sobre la mesa, sostuvo el papel a contraluz y se humedeció un dedo, que luego pasó por encima de un fragmento del texto. Las notas de Mai eran fotocopias, como también lo eran las de Newton. Se sorprendió. Era extraño que hubiera hecho copias de sus documentos para él. O, pensándolo bien, ¿a lo mejor no…? Era posible que no hubiera podido prescindir de sus notas cuando decidió confiarle el sobre con su contenido. Even no era capaz de dilucidar, así a bote pronto, si quería decir algo; en general, no era capaz de adivinar por qué Mai le había dejado todo aquello a él, y siguió leyendo. A lo mejor, si continuaba, llegaría a la solución del enigma.

Escribía en clave.

Sí, eso es lo que hacía Newton. Even estaba en Babia, con la mirada vacía fija en la estufa en la que Kitty había echado un par de leños más. Ella se había sentado en una butaca con los pies sobre la mesilla del sofá y un libro grueso en el regazo. La música acuática de Händel sonaba suave por los altavoces.

Claves. Le parecía recordar que fue cuando empezó a leer sobre Newton que también él empezó a interesarse por las claves. No, un momento, fue antes, siendo un niño. En casa, para poder tener sus cosas en paz sin que su padre se enterara. Sin embargo, con Newton su interés había vuelto a despertar, y cuando conoció a Mai casi se convirtió en una obsesión. Logró despertar el interés de Mai hasta tal punto, que acabaron escribiendo en clave la lista de la compra y las notas que se dejaban y llamándose mutuamente por sus nombres en clave. Infantil, tal vez, pero por aquel entonces Even había arramblado con todo lo que pudo encontrar sobre claves y encriptaciones, y tras haber leído un artículo sobre cifras asimétricas, había estado a punto de dirigir la carrera por aquellos derroteros. Que luego se demostrara que su investigación acerca de los números primos irregulares, los números primos gemelos y la infinitud también tenía su utilidad en el campo de la encriptación resultó ser una sorpresa agradable, como comer un buen helado y descubrir que la parte de dentro es tu chocolate preferido. Un tío de los servicios de inteligencia se había puesto en contacto con él, y con medio año de sueldo a modo de compensación, Even se había tragado un par de píldoras amargas y había ayudado a los uniformados a echar a andar un nuevo sistema de encriptación. Al fin y al cabo, no se trataba del servicio de inteligencia de la policía.

Even agarró la taza de café y bebió un poco. Newton no solía escribirlo todo en clave, sino sólo algunas partes determinadas de un texto. Por ejemplo, escribía las palabras al revés, o alguna palabra o frase en concreto con signos crípticos. Lo hacía de tal manera que cualquiera que le mirara por encima de los hombros o echara un vistazo furtivo a sus blocs de notas no entendiera nada, o al menos no a simple vista. Sin embargo, si disponías de tiempo, no solía ser difícil descodificar el texto. De todos modos, a medida que sus sistemas de cálculo matemático se fueron sofisticando y sus experimentos físicos entraron, por así decirlo, en otra dimensión, las claves se tornaron hasta cierto punto innecesarias, pues en los tiempos de Newton realmente no había nadie, aparte de Newton mismo, que entendiera gran cosa de lo que Newton escribía.

La mayoría de las claves eran infantiles, aunque algunos de sus textos a veces se ocultaban, no obstante, tras unos sistemas astutos. Sobre todo las fórmulas alquímicas que podían estar escritas con alfabetos propios, con palabras y conceptos pensados exclusivamente para los iniciados, y con símbolos especiales para denominar los diferentes metales, ingredientes y procesos.

Even se había quedado mirando la frase. ¡Escribía en clave! ¿Era así como Mai había introducido un mensaje oculto en los textos? ¿Era ése todo su propósito?

Even dejó la taza sobre la mesa, hojeó los folios hasta llegar a la última página y arrancó el post-it amarillo. Hermes Tris. Miró el número, 1009, le dio la vuelta al pedazo de papel y descubrió un número en la parte inferior del dorso. 6419. ¡Maldita sea! Con un gemido echó la cabeza hacia atrás y fijó la mirada en el techo. Ahora se daba cuenta de por qué el 1009 le había resultado familiar. Era su número. Precisamente porque también lo era el 6419. Sólo había que darles la vuelta, por pares. Era tan sencillo que ni siquiera se había dado cuenta.

09.10.1964.

¡Era su fecha de nacimiento!

Capítulo 25

Los niños ya se habían acostado y la casa estaba en silencio. Un «silencio mortal», pensó Finn-Erik y miró rápidamente hacia la oscuridad del jardín.

Finn-Erik corrió las cortinas, se dejó caer en el borde de la silla y miró a su alrededor, en el pequeño estudio. Estaba acostumbrado a estar solo en casa con los niños; al fin y al cabo, Mai-Brit había viajado mucho para la editorial. Sin embargo, ahora el silencio era distinto; se había vuelto inquebrantable, algo a lo que debería acostumbrarse. O al menos aceptar.

Pensó en poner algo de música, pero no tuvo fuerzas para hacerlo. En realidad, nunca había sido un hombre de música, y aún menos estando con Mai-Brit. Nunca había entendido su amor por la música clásica o, mejor dicho, no comprendía la música. La había escuchado cuando ella la ponía, sin protestar. A veces le había parecido que estaba bien, o que era rítmica, o sombría, aunque nunca le había dicho nada en especial. Le faltaba la voz, una letra que le explicara de qué iba.

Se puso en pie y contempló las fotografías del tablón. Mai-Brit y Stig en la playa; él rodeando la barriga abultada de Mai-Brit con los brazos; la foto de su boda; la familia feliz delante de la cabaña de Rendalen. Las cambió un poco de sitio, de modo que todas estuvieran visibles al máximo. De haber entrado en aquel momento y habérselo encontrado así, Even se habría extrañado. ¿Por qué se habría colado Even en el estudio, por qué habría mirado las fotografías? ¿Acaso sospechaba algo?

Una gaviota chilló lastimera en algún lugar de la noche, con aquel profundo y frenético ga ga ga. Finn-Erik se estremeció, era uno de los pocos pájaros que no le gustaban. Grande, bello, glotón y poco de fiar. Un vampiro.