Odin Hjelm asintió divertido con la cabeza y dio por finalizada la reunión mientras el director financiero anotaba algo en un bloc de apuntes negro.
– Acuérdate de la manzana -dijo el editor de literatura extranjera y se levantó.
– ¿Disculpa? -dijo Mai-Brit y lo miró.
– Acuérdate de la historia de la manzana que cayó del árbol y le llevó a descubrir la ley de la gravedad.
– Ah, ésa. -Mai-Brit recogió sus papeles-. No es más que una patraña. Una buena historia, pero, al fin y al cabo, una invención. Newton no era el tipo de hombre capaz de sentarse debajo de un árbol y esperar que le llegara la inspiración gracias a una manzana.
La editora de literatura infantil se detuvo delante de Mai-Brit y preguntó:
– ¿Qué es la presión parcial?
«La única que cuando hay algo que no sabe es capaz de reconocerlo -pensó Mai-Brit al entrar en su propio despacho un poco más tarde-. Está acostumbrada a tener que dar explicaciones y a simplificar, acostumbrada a tratar con niños haciendo preguntas.»
Los adultos no preguntan. Eres un tonto si preguntas, porque entonces demuestras que hay algo que no comprendes. Por lo tanto, no preguntas y sigues siendo el ignorante que eras. Sigues siendo un tonto.
Capítulo 28
«Hay primavera en el aire», pensó Even y respiró hondo antes de sentarse en el coche. Caían gotas desde el tejado del granero y desde los árboles, y una brisa casi cálida soplaba a través del patio de la granja a pesar de que era temprano por la mañana. Un pajarito trinaba a todo volumen desde lo alto de un árbol, como si en ello le fuera la vida. Como si con ello pudiera espantar la nieve y el invierno.
Unos minutos antes, Even se había escabullido del dormitorio sin despertar a Kitty, había escrito una nota en el dorso de un recibo arrugado y se había ido. Había pensado que era mejor así.
En el camino sinuoso que atravesaba Nesodden y, más tarde, en la autovía E6 en dirección a Oslo, se sorprendió varias veces a sí mismo sonriendo, así, sin más. Había pasado un tiempo desde la última vez. Y tarareó Here Comes the Sun, probablemente por primera vez en su vida. Notó que el tiempo, su tiempo, había empezado a correr de nuevo. Débilmente, pero lo sentía.
Había poco tránsito, tanto en la E 6 como en el Cinturón 3 aquel domingo por la mañana, y no había prácticamente ni un alma cuando tomó Nordbergveien y luego Kongleveien en dirección a Kringsjá. A pesar de que pronto tocaba misa, murmuró en un tono de voz afectadamente escandalizado para sus adentros. Cuando, minutos antes, circulaba por el 3er cinturón había oído el tañido de las campanas de la iglesia del barrio de Grefsen. «¡Maldita sea, hoy en día no hay nadie que desee ser salvado!»
Aparcó el coche en el acceso de coches y entró sin llamar antes. La puerta principal estaba entornada, por lo que tenía que haber alguien en casa. En el pasillo oyó voces que provenían del salón y siguió adelante; estuvo a punto de decir algo cuando de pronto se detuvo. Había dos personas sentadas en el sofá, muy juntas; o al menos relativamente juntas. En el televisor, un pastor en el altar dando el sermón.
«Para avanzar hay que rellenar el tiempo con acciones», se repitió para sí. Era una idea que de pronto le había venido a la cabeza en el coche, y ahora se había quedado indeciso por un momento antes de decidirse por salir de puntillas, como si nunca hubiera estado allí. Sin embargo, uno de sus zapatos rozó contra el marco de la puerta y Finn-Erik se dio la vuelta y lo vio.
– ¡Even! -gritó a través de la cocina. Alcanzó a Even en las escaleras y lo agarró, ya sin aliento, por el hombro-. ¡Detente! No es como tú crees.
Even lo miró incrédulo.
– No es como tú crees -le imitó Even-. Es curioso, yo también he visto esa película. Y es cuando yo digo: «¿Qué es lo que no es como yo creo?», y luego tú dices: «No es más que una amiga, nada más». Y entonces es cuando aparece la amiga detrás de ti y dice: «Yo ya me iba, nos vemos luego», y te mira con esa mirada cómplice antes de desaparecer del cuadro.
La mujer del sofá salió al pasillo. Llevaba el pelo cortado en un peinado asimétrico, más largo por el lado izquierdo que por el derecho. Rozó el codo de Finn-Erik y dijo:
– Yo ya me iba; nos vemos mañana.
Los dos hombres se quedaron un rato sin decir nada, viendo cómo la mujer se metía en el coche. Finn-Erik alzó la mano cuando ella le saludó.
– Una semana -dijo Even-. Sólo lleva una semana muerta, joder. Diez días.
Finn-Erik entró en la cocina.
– No me he acostado con ella si es eso lo que crees. No somos más que amigos. Es una buena compañera de trabajo; se divorció hace medio año. El hombre se largó, y yo empecé a hablar bastante con ella, creo que incluso la ayudé a superar los peores momentos. Sólo pretendía devolverme el favor, vino interesándose por… ¡Dios mío! No creo que tenga que rendirte cuentas a ti, francamente. -Finn-Erik lo repasó con la mirada, desde la cabeza a los pies y otra vez la cabeza, lo olisqueó, como examinándolo-. Pero tú, esa mirada, y el aroma que traes contigo. Tú sí que has hecho más que hablar.
– Llevo cinco años de duelo -bufó Even y se sentó. Cogió una llavecita con un letrero de plástico que había sobre la mesa y serró el salero con ella, sólo por hacer algo. Toqueteó el letrero y lo leyó-. ¿Esto qué es?
– A ti eso no te importa -dijo Finn-Erik irritado y le quitó la llave de la mano-. Eres un invitado en esta casa, Even Vik, y encima, un invitado no demasiado bienvenido.
– ¿No quieres saber lo que encontré en casa de Kitty?
Finn-Erik se quedó parado un momento antes de contestar:
– No, la verdad es que no. Hablé con Bodil Munthe acerca de tus ideas, y ella opina lo mismo que yo: que sacas conclusiones algo precipitadas.
– Saco conclusiones precipitadas -dijo Even, indignado-. Joder, parece que te hayas licenciado en derecho en mi ausencia. ¿O sea, que de pronto crees que puedes hacer partícipe a esa Bodil Munthe de lo que yo te cuento? Entonces sólo quiero dejarte una cosa clara…
– ¡Yo hablo con quien me da la gana! -le interrumpió Finn-Erik-. No tienes ningún derecho a ponerme ningún bozal para que me calle. Yo no te he pedido que te metieras en la muerte de mi esposa, y creo que deberíamos dar por terminado este juego de detectives en el que estás tan enfrascado.
– ¡Maldito cerdo! -gritó Even; lo agarró por las solapas y lo aplastó contra el banco de la cocina-. ¡Gilipollas de mierda! Sabes perfectamente que Mai fue obligada a pegarse un tiro, pero no tienes agallas suficientes para hacer nada. Sabes que tenía restos de droga en la nariz, pero no quieres saber cómo esa mierda llegó hasta allí. -Even se detuvo un instante y respiró hondo, y bajando la voz prosiguió-: De acuerdo, está bien, si así lo deseas, puedes hacer ver que no ha pasado nunca, pero al menos deja que yo continúe -soltó a Finn-Erik y luego pasó la mano por su jersey, como queriendo alisarlo o limpiarlo-. Escúchame, haz el favor. Escúchame aunque sólo sea por dos minutos, ¿de acuerdo?
Rodeó la mesa de la cocina y se sentó, evitando levantar la mirada. Los ojos de Finn-Erik estaban aterrados y a Even no le habría sorprendido si ese imbécil se hubiera meado encima. Miró el puño cerrado que descansaba sobre la mesa y lo abrió Joder, lo odiaba cuando le pasaba, odiaba aquel puño, se odiaba a sí mismo.
Finn-Erik carraspeó, pero no dijo nada; sacó una silla lentamente y se sentó de manera que la mesa les separara. A cierta distancia de la mesa, como si se estuviera preparando para huir en cualquier momento.