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Even habló en un tono de voz sosegado y bajo, como para no provocarle innecesariamente. Le contó brevemente lo del sobre, los papeles sobre Newton y que todo tenía que ver con Newton.

– Y luego encima encuentro aquí esa llave.

– ¿Sí? -Finn-Erik abrió una mano sudada y miró fijamente la llave-. No es nada. La encontré ayer en el escritorio, en el cajón de Mai-Brit, y todavía no he conseguido descubrir para qué es.

– ¿Tú qué crees?

La llave era pequeña, de apenas un par o tres centímetros. Estaba unida a un pequeño llavero de plástico con el número 1642 escrito con tinta. Finn-Erik giró varias veces tanto la llave como el rotulito antes de dejarlos sobre la mesa.

– A lo mejor la llave es de la caja del dinero para el café de la oficina -dijo, intentando hablar en un tono ligero y despreocupado-. O de un apartado de correos que Mai-Brit olvidó mencionarme.

«Un apartado de correos que Mai-Brit olvidó mencionarme.» Even tuvo que hacer un gran esfuerzo por contenerse y no soltarle al idiota la frase en un tono de desprecio. Maldita sea, Mai no se olvidaba de estas cosas, no si realmente quería acordarse. ¿Es que ese hombre no conocía a su propia mujer, o acaso se negaba rotundamente a reconocer los hechos?

– Por cierto -la voz de Finn-Erik se había reconcentrado-, el número, es decir, el 1642, de pronto me ha hecho pensar en algo…

– ¿Si? -Even le brindó toda su atención.

– Bueno, tal vez sea un poco rebuscado y tonto, pero durante las vacaciones de invierno estuve leyendo un libro de ese autor americano, ya sabes, Stephen King, La mitad oscura, creo que era el título. En esa novela hay un hombre que quiere guardar algo en un apartado de correos y ese apartado de correos tenía precisamente el número 1642, así que pensé que tal vez… la llave sea para… eh, no, claro, sólo ha sido… -Finn-Erik se calló y empezó a limpiarse las uñas mientras sus mejillas se iban tiñendo poco a poco de rojo.

Even suspiró de manera inaudible.

– Supongo que no es importante… -murmuró Finn-Erik.

– Es importante. -Even cogió la llave y le dio un golpe-cito al llavero con un dedo-. El 1642 no es un número casual, hasta aquí estás en lo cierto. Hace dos días podía haberlo creído, pero ya no. -Even arrojó la llave y ésta se deslizó por la mesa hasta detenerse al lado del azucarero-. Sabes, Isaac Newton nació aquel año, en 1642.

– Ah -dijo Finn-Erik-. Pero de todos modos puede ser pura coincidencia.

– ¡Maldita sea! Mai estaba trabajando en un libro sobre Newton. Mi Newton. Se suicida y escribe una carta de despedida con palabras dirigidas a mí. Esconde datos e información relacionados con el libro sobre Newton en casa de una amiga, que luego me los entrega siguiendo las instrucciones de Mai, porque sabe que yo siempre he estado interesado en ese tío. Y ahora aparece una llave con un número que apunta directamente a Newton. ¿Cómo demonios… cómo te atreves a rechazarlo todo con la excusa de que se trata de meras coincidencias?

Maldita sea, qué ganas tenía de romperle la cara a ese idiota. A Finn-Erik se le había quedado una expresión vacía en la cara.

– ¿Será para una caja fuerte, o tal vez para un guardamuebles o una taquilla? -dijo, como si no hubiera oído lo que acababa de decir Even.

Even se encogió de hombros y dijo:

– O tal vez para un candado.

– Pero nosotros no tenemos ni un solo candado en toda la casa. -Finn-Erik empujó la llave con un dedo-. Ningún nombre, nada. Si es para un apartado de correos o una caja fuerte en un banco, podría ser… en cualquier lugar.

– Incluso en el extranjero -dijo Even abatido y se llevó de pronto la mano al bolsillo-. ¡Espera! ¿A lo mejor tiene algo que ver con…?

Even sacó los papeles de Mai del sobre, los hojeó, hasta que finalmente encontró el pequeño post-it amarillo.

– ¿Qué es? -preguntó Finn-Erik.

Even le mostró el nombre «Hermes Tris Bookshop» que había apuntado en el papelito.

– ¿Qué números son los que aparecen debajo? -No lo sé -mintió Even.

– ¿Cuándo, dijiste, que Mai le dio el sobre a Kitty?

– No telo he dicho, pero fue en otoño, o eso creo que dijo…

– ¡En otoño! ¿Se los dio a Kitty en otoño?

– Sí, en el mes de noviembre, me parece.

Parecía como si alguien le hubiera dado una bofetada a Finn-Erik. Even lo comprendió en cuanto lo pudo pensar mejor. Era duro tener que descubrir que tu mujer no te ha pedido ayuda a ti, a su propio marido, a pesar de que era obvio que hacía meses que tenía problemas. Posiblemente fuera el resultado de la falta de interés mostrada por Finn-Erik hacia lo que ella hacía. Seguramente, Mai no había creído que él fuera capaz de ayudarla tampoco. ¿O… a lo mejor la razón era que ella sencillamente no…?

Even notó que se quedaba helado en la postura que había adoptado, con los codos clavados en la mesa de la cocina. Le entraron unas ganas irreprimibles de juntar los papeles a toda prisa y largarse. ¿No sería que Mai simple y llanamente no se había fiado de Finn-Erik?

– ¿Qué pone en todos esos papeles? -preguntó Finn-Erik.

– No mucho que sea comprensible así, a simple vista. -Even agarró el montón de papeles y empezó a hojearlo con una actitud indiferente-. Ha escrito sobre Newton, creando unos textos literarios de ficción y tomando como punto de partida algunos hechos reales. Y luego hay bastantes notas. Me lo llevaré a casa para estudiarlo con más detalle. Todo parece bastante inocente; no acabo de comprender por qué habrá dejado esto para mí.

Finn-Erik se levantó de golpe, se acercó a la ventana y miró al exterior. Hacía sol. Even miró su espalda encorvada y se golpeó pensativo la barbilla con los papeles. Mai se había pegado un tiro en el extranjero, en París. El o los que la obligaron a hacerlo tuvieron por fuerza que tener cierta organización: hubo que conseguir un arma, introducirse en la habitación del hotel, tener la posibilidad y el poder de amenazar a Mai de manera que la amenaza resultara creíble y, además, requería un cierto cinismo para llevar a cabo algo tan infame. Y todo ello desembocaba en la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué lo habían hecho? Y, por lo tanto, también en la pregunta: ¿Por qué iba a estar Finn-Erik, un agente de seguros y padre de familia con dos niños magníficos, y con una mujer que ni siquiera se merecía, involucrado en algo así?

Por mucho que se esforzara, Even no conseguía encontrar una respuesta que resultara plausible. Al contrario; cuanto más lo pensaba, más absurda le parecía la idea. No, la solución tenía que estar en el extranjero. Mai se había visto envuelta en algo cuyas consecuencias no conoció hasta que fue demasiado tarde; y al final no había tenido más remedio que seguir las órdenes y quitarse la vida. Era ella o los niños. Finn-Erik se sentó pesadamente.

– Déjame ver lo que te envió -dijo, como si le supusiera un esfuerzo sobrehumano.

Even le pasó el fajo de papeles a regañadientes y Finn-Erik empezó a leer la primera página, la de Newton en el auditorio.

Even se puso en pie y ocupó el sitio de la ventana. Al otro lado de la calle, el vecino se metía en el coche, salía del garaje, se detenía y dejaba que la mujer se metiera en el asiento del copiloto, hasta que finalmente salieron a la calle y los perdió de vista. Los perdió de vista y ellos se confundieron con los seis mil millones de personas que no ves pero que, aun así, tienes que imaginarte en algún lugar del globo. Fuera del campo de visión, pero no de la mente, al menos no todos. A lo mejor no volvía a ver nunca más a los dos vecinos. Bien porque él no volvería nunca más a aquel lugar, o bien porque ellos no volvieran. Tal vez los frenos del coche fallaban en la siguiente curva y se estampaban contra un árbol, o tal vez el marido se llevaba a la mujer al lago de Myrdammen y la enterraba en un agujero. En los casos de asesinato de mujeres, a menudo resultaba que el asesino era el marido, la pareja, el novio. Desde un punto de vista estadístico, en aproximadamente el setenta por ciento de los casos. O el ex marido o ex novio o ex pareja… Even dejó que esta última consideración pasara de largo sin ahondar en ella; tenía ganas de fumarse un cigarrillo, pero el paquete estaba vacío y se había resistido a comprar otro de camino al centro. En realidad, no debería fumar, sentía que se lo debía a Mai. A pesar de que ella lo había abandonado. Y a Kitty no le había gustado el humo en casa, desde luego. En la casa del vecino de la derecha había una ventana por la que podía mirar. Vio a una adolescente de pie, desnuda de espaldas a la ventana y un cigarrillo en la mano. Even apartó la mirada. Estadísticamente, el bote sólo estaba entero cuando se alcanzaba el cien por cien, por lo tanto, alguien debía rellenar el restante treinta por ciento, alguien tenía que ser el no marido, la no pareja, el no novio. La estadística no podía juzgar a Finn-Erik.