Выбрать главу

Un ruido le hizo darse la vuelta. Finn-Erik estaba sentado con los papeles en el regazo, una lágrima se deslizaba por su mejilla y aterrizaba sobre el primer folio visible del montón.

– Yo… -Se secó la cara con la manga y los papeles cayeron al suelo-. No puedo… -Miró desesperado a Even, que se inclinó y los recogió-. La echo tanto de menos que…

– De acuerdo -dijo Even-. Muy bien. Lo comprendo. -Le dio una palmadita torpe en el hombro y volvió a sentarse a la mesa.

Finn-Erik miraba la mesa con la vista perdida hasta que de pronto murmuró algo, se puso en pie y se fue hacia la máquina de café. El embudo de plástico se cayó al suelo cuando intentó meter en él el filtro de papel y el café se desparramó por la mesa antes de que pudiera poner en marcha la máquina. «Dios mío -pensó Even y se metió los papeles de Mai en el bolsillo-. ¿Yo también soy tan patético?»

Cuando la máquina empezó a borbotear, Finn-Erik se dio la vuelta y su mirada se movió inquieta hacia Even.

– Eso, Kitty, ¿estaba… bien?

– Sí, eso me pareció, vaya.

– Sí, claro, entiendo. Si no…

– Si no, no me la hubiera follado, no -dijo Even, terminando la frase, y vio cómo Finn-Erik se ruborizaba. -¿Y estás seguro de que…?

– No estaba seguro -dijo Even, un poco titubeante antes de proseguir-. Me pareció extraño… no parecía interesada en lo que Mai le había dejado en custodia para que me lo diera. No me hizo ninguna pregunta. Por lo que sospeché que tal vez había abierto el sobre y había leído el contenido a hurtadillas para después volver a meter los papeles en un sobre nuevo. Al fin y al cabo, se trata de un sobre de esos marrones, estándar, que puedes comprar en cualquier sitio, y además, no llevaba ningún nombre ni nada escrito. De hecho, cualquiera hubiera podido meter los papeles en él. Pero… -Even sacó un bolígrafo del bolsillo interior- entonces descubrí, en mitad de la noche, cuando no podía dormir, que había un número escrito en el interior del sobre, en la parte de dentro, vaya. -Even escribió el número 01156619 en el margen de un periódico y se lo pasó a Finn-Erik-. ¿Te das cuenta de lo que es?

– Eh… pues no. ¿Un número de teléfono?

– No. Pero fíjate. -Even cambió el orden de los dos primeros pares de números y luego de los dos últimos-. 1501 1966.

– La fecha de nacimiento de Mai-Brit -exclamó Finn-Erik-. Pero ¡qué astuto! -De nuevo su voz denotaba orgullo y, sobre todo, sorpresa.

Even pensó en lo poco que Finn-Erik parecía conocer a su mujer difunta, a pesar de haber convivido con ella durante cinco años. Decir que había sido una mujer astuta era decir muy poco. Era inteligente. Lista.

– Sí -dijo-. Y es poco probable que alguien que hubiera aprovechado el momento para romper el sobre a toda prisa hubiera descubierto los números y luego los hubiera anotado en un nuevo sobre.

– Entonces no era el nombre de Kitty el que aparecía en el cinco de corazones -dijo Finn-Erik lentamente-, porque esa Kitty tenía algo que ver con la… de Mai-Brit -se tragó las palabras de en medio-, sino que se refería a que Kitty tenía algo para nosotros, para ti, quiero decir. -La máquina de café había acabado de borbotear, y Finn-Erik fue a por tazas. A Even le vinieron a la mente imágenes asociadas de un perro que acaba de recibir una reprimenda.

– Tengo que reconocer que sentía cierto recelo hacia Kitty -dijo Even-. Y, por lo tanto, revisé los documentos antes de irme de su casa. Sin embargo, no se levantó de la cama para echarles un vistazo, a pesar de que dormí como un tronco toda la noche.

Finn-Erik se sentó y empujó una taza de café llena a rebosar hacia Even. Sopló sobre la suya y dio un par de sorbos.

– Revisaste, dices… ¿A qué te refieres?

Even maldijo para sus adentros su enorme boca.

– Es… ¿cómo te diría?, una vieja y estúpida costumbre que tengo. Coloco mis papeles de una manera que luego me permita detectar si alguien los ha tocado.

Finn-Erik lo miró incrédulo a través del vapor; era obvio que esperaba una explicación. Even saboreó el café, estaba aguado.

– ¿Y no los había tocado?

– ¿Quién? ¿Kitty? No.

– Pero ¿por qué… -Finn-Erik frunció el ceño-, por qué crees que tienes que poner este tipo de trampas? No sabía que entre los profesores de matemáticas de la universidad hubiera tanta desconfianza.

– ¿Mis colegas? -La risa de Even era cordial, o eso pretendía que fuera-. No, ellos son legales. Nunca he descubierto a nadie hurgando en mis cosas. Una vez, la señora de la limpieza tuvo mala suerte y empujó las notas de una conferencia al suelo y luego al juntarlas, las desordenó. Pero, por lo demás, no… -Even volvió a reírse cordialmente, mientras manoseaba el sobre-. No es más que una vieja costumbre de casa.

Finn-Erik no apartaba la mirada de él. Even se encogió de hombros.

– No me dejaban cerrar mi habitación con llave. O sea, que se convirtió en un estúpido truco para descubrir si mis padres habían estado revolviendo mis cosas. Sí, me temo que se ha convertido en una mala costumbre.

– ¿No es algo que aprendiste en el servicio de inteligencia?

Even lo miró incrédulo.

– ¿Qué… dices?

– Mai-Brit me contó en una ocasión que trabajaste para el servicio de inteligencia.

– ¿Qué más te contó?

– No, no creas, nada más. Sólo eso.

Finn-Erik se arrepentía de haber sacado el tema a colación. Even parecía estar luchando contra un demonio interior que deseaba pegar a alguien en mitad de la cara.

– Eh, me imagino que no era más que algo que ella creía; no he vuelto a pensar en ello desde entonces; no se lo he dicho a nadie, ni a un alma.

– No, eso espero, joder, porque es una mentira como una casa.

Finn-Erik asintió repetidamente para mostrar su buena disposición a creérselo.

Even se puso en pie, sacó un vaso del armario con movimientos febriles y lo llenó de agua fría. Bebió un poco y se quedó parado, con la mirada vacía.

– He pensado una cosa. Dijiste que Mai llamó a casa el día que murió. Desde su propio móvil, supongo. ¿Me lo dejas ver?

– ¿El móvil? -Finn-Erik tragó saliva mientras un débil brillo rosado se extendía rápidamente por sus mejillas. Entonces murmuró que no había encontrado ningún móvil entre el equipaje que llegó de París.

Even se dejó caer en la silla y lo miró atónito.

– ¿Y… no se te había ocurrido eso hasta ahora?

– Ha habido tantas otras cosas en qué pensar. Los niños, el funeral… el shock.

De pronto, Finn-Erik se puso en pie y se colocó al lado de la ventana.

– ¿Estás seguro de que no lo tiene la policía? -No me dijeron nada al respecto.

Finn-Erik había cogido unos prismáticos verdes de campo y observaba el sendero del jardín.