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– ¿No podrías llamarles y preguntárselo?

– ¿Qué? Un momento. -Finn-Erik siguió mirando concentrado unos segundos más hasta que finalmente bajó los prismáticos-. Vaya, vaya -murmuró-, novio nuevo otra vez.

– ¿Qué?

– No es más que la hija de los vecinos; cambia de novio como otros cambian de…-se calló, dejó los prismáticos en el alféizar y volvió a la mesa-. ¿Llamar a la policía? ¿No crees que sería molestarlos innecesariamente?

Even notó que la sangre le latía violentamente en la sien; se obligó a sentarse tranquilamente para evitar que luego hubiera que llamar una ambulancia. Entonces arrojó las llaves del coche sobre la mesa y se levantó; necesitaba respirar aire fresco.

– Llámales, haz el favor; ¿de acuerdo? Lanzó un billete de cien coronas sobre la mesa por la gasolina, cogió la llave misteriosa con el número 1642 y se fue.

Capítulo 29

Oslo

– ¿Fantástica?

– Sí, ¡es tan fantástica que casi da asco!

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Alguna vez has visto a Mai-Brit borracha? ¿O la has oído decir algo totalmente absurdo? Siempre está tan condenadamente bien preparada. Tan perfecta. Tan moral. Es tan… maldita sea, es tan correcta, es imposible atacarla por ningún lado. Incluso en la cena de Navidad sabe comportarse.

El dedo de Mai-Brit se había quedado pegado al botón verde de la fotocopiadora y su mirada fija en la tapa gris mate. El editor de literatura extranjera gruñó irritado desde su despacho y dijo algo más que no llegó hasta el pasillo. La voz de una de las secretarias contestó quitándole hierro al asunto y el dedo de Mai-Brit volvió a despertarse, se movió y la máquina se puso de nuevo en marcha y a parpadear. La puerta del despacho del editor se cerró de golpe, sin que nadie asomara por la puerta.

La copia salió y Mai-Brit cogió el papel tibio, volvió a su despacho, cerró la puerta y se quedó mirando la pared fijamente.

¡Fantástica!

Era una palabra rara. Un adjetivo que en su origen era positivo. Como en «un espectáculo fantástico» o «un paisaje fantástico». Sí, incluso las personas podían serlo sin problemas… «un tipo fantástico». Sin embargo, las palabras que le habían dedicado no eran precisamente positivas.

Ella estaba demasiado bien preparada, era demasiado moral, demasiado sobria. Demasiado fantástica.

No era la primera vez que lo escuchaba, aunque hacía casi veinte años que no lo oía.

– No seas tan fantástica, Mai-Brit; ¡tenemos que divertirnos! Tus padres no están aquí.

Kitty la había mirado, harta de ella, cuando Mai-Brit se negó a beber más de una cerveza el primer día que compartieron en la comuna de Nesodden. Kitty era de la opinión que había que celebrarlo como Dios manda. No fue la última vez que anduvo detrás de Mai-Brit por razones parecidas. Sin embargo, Mai-Brit había conseguido cerrarle la boca a Kitty el día que apareció con Even en casa. De pronto, Mai-Brit se había ido al otro extremo y Kitty llegó a preguntarse si no sería demasiado fuerte para sus padres presentarles a un colgado drogadicto como ése. Durante las siguientes semanas, Mai-Brit se había preguntado miles de veces si estaba con Even por librarse de aquel sello de «fantástica», aunque con el tiempo volvería a olvidarse de todo aquello. Hasta ahora.

¿Realmente se consideraba como algo negativo no emborracharse como un cerdo, no acostarse con cualquiera durante un seminario o una cena de Navidad, ni hablar mal de los demás a sus espaldas?

Cogió la carta y la firmó con un gesto airado. Bueno, pues si era así, no le quedaba más remedio que seguir siendo fantástica. De pronto recordó que el único que con cierta razón podía llamarla «fantástica» era Even. Cuando se conocieron, fueron literalmente la virtud y el vicio que se fueron a vivir juntos. Pero a pesar de ello, Even no había siquiera insinuado nada parecido a «fantástica» al referirse a ella. Y de pronto recordó que se había dejado el original en la fotocopiadora. Se levantó de la silla con tal ímpetu que la silla se estrelló con la pared, salió al pasillo y al volver con la carta en la mano echó una mirada furibunda a la puerta del despacho de su colega. Le entraron ganas de abrir la puerta y simplemente decirle «saco de mierda» al capullo ese. Pero ¡seguramente era demasiado fantástica para hacer algo así!

Se detuvo en mitad del pasillo, vaciló un segundo antes de girar sobre sus talones y se acercó a la puerta, la abrió y le dijo «saco de mierda» a un editor de literatura extranjera que se quedó sorprendido. Luego cerró la puerta de golpe y volvió sonriente a su despacho.

Capítulo 30

Even se estaba secando el pelo en la cabina de ducha cuando sonó el teléfono. Se enrolló la toalla alrededor de la cintura y entró en el salón.

– Sólo quería saber cómo va todo -dijo Kitty-. Desapareciste sin decir nada.

– Va bien -dijo Even. Y así era.

– ¿Tienes algún plan para esta noche?

– Esa preg… -dijo Even con cierta vaguedad.

– ¿Te apetece cenar en mi casa?

La toalla insistía en deslizarse al suelo y a punto estuvo de caérsele el auricular al suelo a Even cuando quiso recogerla.

– Hum. Suena muy bien. ¿Quieres que me lleve el cepillo de dientes?

Kitty se rió.

– Siento no ser de las que tienen cepillos de dientes de usar y tirar en casa, listos para mis conquistas, pero es que ya ha pasado algún tiempo que tuve a un hombre en mi casa por última vez. Pero, sí, creo que deberías traerte el cepillo de dientes, sí.

Even notó cómo su careto se rompía en una sonrisa satisfecha cuando volvió al baño, donde sacó ropa limpia de la secadora, llenó la lavadora una vez más y se vistió. Cuando de pronto se vio con el pie sobre la taza del váter y el cuchillo de lanzador en la mano, se sintió ridículo, una mala imitación de una película americana de serie B.

– El héroe que debe salvar al mundo con un cuchillo -refunfuñó cabreado y se fue al trastero, dejó el cuchillo en la funda junto con sus compañeros y dejó la cinta para el pelo encima.

La leche se había agriado. Even la vació en el lavadero y se puso a hacer café. Tostó un par de rebanadas de pan seco, encendió el ordenador e inquieto dio una vuelta por el salón mientras esperaba a que estuviera listo. Desde que Mai se fue, el salón había cambiado lentamente de carácter. De ser un salón amueblado a la manera tradicional, con un rincón para el sofá y las butacas y una mesa de comedor con sus sillas, no muy distinto al de Finn-Erik, ahora la mesa del comedor había sido arrinconada contra la pared y estaba cubierta de pilas de CD, papeles, revistas especializadas y libros. El sofá y las butacas también rebosaban de papeles, salvo dos de las sillas de la mesa del comedor, que soportaban el peso de los enormes altavoces. Un tablón de anuncios abarrotado colgaba de la pared donde antes había dos reproducciones de Chagall, y en un ángulo de noventa grados desde la mesa del comedor, había un escritorio con un ordenador y un teléfono. Sobre dos cajas verdes de cervezas de madera había un reproductor de CD aplastado por pilas enormes y tambaleantes de CD. Las cajas de cerveza eran los únicos «muebles» con los que Even había contribuido cuando Mai y él se fueron a vivir juntos.

Even se sentó en la silla del escritorio, encendió el reproductor de CD y puso a The Clash, Sandinista, a un volumen bajo. Luego entró en internet mientras se comía las tostadas, utilizó Google como buscador y escribió «hermes tris». Consiguió más de dos mil resultados, y tras algunas pruebas al azar, Even concluyó que prácticamente todos los resultados parecían estar relacionados con Hermes Trismegistos, un alquimista que vivió en la Alta Edad Media. Sin embargo, tras una lectura más concienzuda de un par de las páginas web más serias, descubrió que no era tan sencillo como eso.