Hermes Trismegistos provenía del antiguo Egipto y tenía su origen en el dios Thot. Thot era llamado el dios de la luna y era, aparte de muchas otras cosas, el dios de la sabiduría, de la escritura, la medicina y demás artes mágicas. Además de la muerte. Más tarde, cuando los griegos consiguieron cierta influencia en Egipto, Thot y el dios griego Hermes se fundieron en uno. Hermes también se asociaba a la muerte, la medicina y, sobre todo, a lo místico y a lo desconocido. Por eso era natural que los dos dioses se convirtieran en uno y adoptaran el nombre de Hermes Trismegistos, que significa Hermes, el tres veces grande. A medida que fue pasando el tiempo y los griegos perdieron de vista su origen egipcio, Hermes Trismegistos adquirió un aire más humano y se le adjudicó la responsabilidad de un gran número de escritos que circulaban en la Antigüedad tardía. Estos escritos versaban, entre otros temas, sobre cuestiones astrológicas, alquímicas y médicas. Posteriormente, algunos de los escritos, unidos bajo el denominador común de Hermenéutica, fueron considerados como una especie de Biblia para aquellos que se interesaban por la alquimia y los significados ocultos.
– ¡Válgame Dios! -murmuró Even, y a punto estaba de abandonar la página que había consultado cuando de pronto le llamó la atención una frase. «La hermenéutica se ocupa de la naturaleza dual del ser humano, de lo bueno y lo malo. Ofrece una explicación a por qué el mal en ciertas personas se apodera del bien; y cómo estas personas pueden encontrar la salvación»-. ¡Maldita sea! -Even golpeó la mano contra el ratón para salir de la página-. ¡Salvación! ¡Ya les daré salvación!
Cambió la búsqueda por «hermes tris bookshop»; aparecieron seis resultados, pero ninguno de ellos tenía que ver con una librería que se llamara Hermes Tris. Después de una búsqueda avanzada por bases de datos en inglés, el resultado fue casi tan pobre como la anterior: había una librería que incluía Hermes en su nombre, la Hermes Academic Bookshop A/S, una librería que encima se encontraba en Noruega, ¡de hecho en la zona de Oslo! Irritado, Even miró fijamente la página principal del librero mientras los dedos tamborileaban en el borde del plato siguiendo el ritmo de Somebody Got Murdered. Era casi seguro que se trataba de la librería equivocada.
¿Por qué demonios Mai no habría anotado también la dirección y el número de teléfono en el post-it? Podía, por supuesto, sólo para asegurarse, llamar mañana a la librería Her-mes Academic para preguntar si conocían a alguien de nombre Mai-Brit Fossen. Pero dudaba que fuera a dar resultado.
Había algo en todo aquel plan que le irritaba… Los ojos se desplazaron por la pantalla donde aparecía una lista de publicaciones, con los nombres de sus autores en letras pequeñas debajo de los títulos. De pronto, uno de los nombres le resultó familiar. Even se inclinó hacia delante y silbó divertido. Yes, ése era el hombre a quien se lo debía preguntar, si es que no seguía enfadado con él. Se metió en la página de la universidad y encontró un número de teléfono que se correspondía con el nombre.
– Hola, ¿está Bjarne Engelsrud, del Instituto de Teología?
– Sí, soy yo -gruñó una voz en tono curioso al otro lado del teléfono.
Even se presentó:
– Tal vez te acuerdes de mí, del Instituto de Matemáticas. Mantuvimos un debate hará ahora un par de años… acerca de los milagros.
Se hizo el silencio, pero al rato la voz volvió a gruñir:
– Te recuerdo. Eres el de los números.
«El de los números -Even echó la mirada al cielo-. Y tú eres el de los dioses.»
– Sí -dijo Even-. Recuerdo que durante el debate contaste que también estabas interesado en los aspectos más ocultos, es decir, en el interés del ser humano por lo metafísico, y he pensado que a lo mejor me podrías ayudar en un asunto.
– ¡Que yo conté…! -De pronto la voz ladró, alterada-. Tú fuiste quien lo contó. Lo convertiste en algo sombrío y sospechoso. La verdad es que te comportaste como un… -El teólogo respiró hondo y se calló.
– Me comporté como un mierda, sí. Entonces tú dijiste que…
Even no estaba seguro de cómo debía seguir. Se habían enfrentado en un debate organizado por la asociación de estudiantes hacía unos ocho o diez años, los habían invitado para que discutieran la afirmación «los milagros tienen lugar cada día». Bjarne Engelsrud había hablado sobre un estudio que había realizado en el que gente corriente había sido entrevistada acerca de los milagros que habían experimentado. Por ejemplo, los había que se habían encontrado con la mano sobre el auricular, dispuestos a llamar a un amigo, cuando de pronto el teléfono había sonado y ese mismo amigo estaba en el otro extremo de la línea. O alguien que había pensado en la enfermedad de una persona en concreto y, al momento siguiente, le habían comunicado que aquella persona había muerto, o que de pronto se había recuperado. O alguien que había soñado con una persona a la que llevaba años sin ver, y de pronto se había encontrado con ella en la calle al día siguiente. Eran muchos los ejemplos de telepatía, clarividencia, curaciones repentinas y demás fenómenos espiritistas o seudorreligiosos. Cerca de mil personas habían participado en el estudio, y casi tres cuartas partes de ellas habían dado ejemplos de grandes y pequeños milagros o sucesos increíbles que conocían o habían experimentado personalmente. La exposición había sido detallada, y el estudio había resultado convincente, hasta que Even lo desmontó todo ayudándose de los números.
– Conoces a diez personas en las que piensas al menos una vez al año -había dicho-. En aras de la comprensión dividiremos un año en 105.120 intervalos de cinco minutos cada uno. Es posible que en uno de estos intervalos pienses en una de las diez personas a la vez que ésta te llama a ti, se recupera, se muere o cualquier otra cosa que pueda parecer milagrosa. Expuesto así, hay una probabilidad de entre 10.512 de que ocurra; a fin de cuentas, y dicho en otras palabras, no es tan irremediablemente probable. Pero pongamos que piensas en ellas diez veces al año, es decir, apenas una vez al mes; creo que es probable que sea el caso de muchos de nosotros.
En tal caso, el número será de 1.051, lo que nos da muchas y mejores probabilidades. Digamos que lo mismo es aplicable a los 4,6 millones de habitantes del país, que cada uno de ellos piensa en diez personas en concreto diez veces al año. Es una división muy sencilla, y con ella llegamos a que 4.757 personas tienen la posibilidad de experimentar esta coincidencia cada año. Si dividimos las 4.757 personas entre los 365 días del año, nos dará que hay trece personas -Even había dispuesto la operación de manera que el resultado fuera 13; le gustaba este número- repartidas por todo el país que, de hecho, tienen este tipo de experiencias cada día. Naturalmente, los hay que se olvidan del episodio inmediatamente, no perciben lo excepcional de la vivencia, o tal vez ni siquiera recuerdan el sueño que debería ser el punto de partida del milagro. Otros convierten los episodios en algo extraordinario y los recuerdan cuando alguien les comenta una experiencia similar. Porque cuando trece personas en Noruega experimentan «un milagro» cada día, es normal que se puedan encontrar con otras personas que también hayan experimentado algo parecido. El hecho de experimentar una coincidencia «sospechosa», algo que a simple vista resulta enigmático o improbable, es, en realidad, tan habitual -explicó Even- que todo el mundo lo experimenta un par de veces al año. Lo que realmente es un milagro es que haya gente lo suficientemente estúpida para convertirlo en un milagro y, en el peor de los casos, en una experiencia religiosa, y, si son completamente dementes, convertirlo en una religión -había dicho Even para terminar.