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– ¿Hay más?

– Sí, sí. Aquí hay algunas notas más…

Se las dio a Even, que empezó a leer los pinitos literarios de Mai como si nunca los hubiera visto antes. Pidió un purito, lo encendió y volvió a hojear las páginas. Nada nuevo.

– ¿Cuándo has dicho que Mai empezó a trabajar en el proyecto?

Hjelm parpadeó y luego miró por la ventana.

– Has puesto el dedo en la llaga -dijo y movió la carpeta innecesariamente-. Empezó en el mes de marzo del año pasado. Al principio tenía varios proyectos que debía terminar a la vez, pero a partir de agosto la liberamos de un ochenta por ciento para que pudiera dedicarse plenamente al proyecto de Newton.

Even sostuvo los dieciocho folios en el aire.

– ¿Y esto es todo lo que hay después de diez meses de trabajo?

– Sí. -Hjelm apartó la carpeta como si se tratara de un niño pesado-. Sé que Mai-Brit había escrito borradores, tanto de lo que ella llamaba el segundo secreto de Newton como del tercero, porque me lo mencionó hace un mes. Y sé que había reunido bastante documentación nueva en sus últimos viajes, pero… -Hjelm se pasó la mano por la corbata, miró a Even y luego desvió la mirada hacia la ventana. Sus movimientos parecían algo nerviosos-. No he encontrado nada entre los papeles que nos dejó.

– ¿Ni en ningún disquete, ni en el disco duro del PC, ni en el portátil?

– No, tampoco en casa. He hablado con su marido. Todo lo que tenía que ver con el proyecto de Newton, excepto esto, ha desaparecido. Absolutamente todo.

Capítulo 33

Oslo

El hombre apareció en la puerta tan de repente que Mai-Brit dio un respingo.

– Te encontré -dijo en inglés y sonrió mostrando unos dientes amarillos.

– Sí -dijo el hombre en la silla. Llevaba una manta en el regazo, a pesar de que se encontraban en los estados del sur y la noche era tan calurosa como en una jungla.

– Tiene una pistola debajo de la manta. -Mai-Brit bostezó y apoyó la cabeza sobre su hombro-. ¿Nos vamos a la cama? -Era la última noche que tendrían juntos durante un tiempo.

– Mmm… -dijo Finn-Erik sin apartar la mirada del televisor-, sólo quiero ver cómo termina la historia.

– El de la manta le dispara -dijo Mai-Brit y se levantó.

En ese mismo momento se oyeron disparos y el hombre de los dientes amarillos fue lanzado tres metros hacia atrás y salió volando por la puerta. Mai-Brit rió sonoramente, a pesar de que volvió a dar un respingo a causa del estruendo.

Finn-Erik la miró, irritado.

– ¿Por qué siempre tienes que contarme la película cuando ya la has visto antes?

– Pero si yo no había visto esa mierda antes. -Notó que se estaba sulfurando por la acusación-. Si es muy fácil adivinar la trama. Tiene los dientes amarillos y es malo, el otro tiene los dientes blancos y, por lo tanto, es bueno. Es una película americana, por Dios. -Mai-Brit bajó la voz y se tranquilizó, mientras contemplaba cómo Finn-Erik apagaba las luces del salón. Juntos se fueron al baño-. Deberían instaurar nuevas normas en el sector de las aseguradoras: los dientes amarillos significan primas altas y pagos bajos, siempre mueren en un plazo de dos horas. Dientes blancos, todo lo contrario.

Finn-Erik se rió con espuma del dentífrico en las comisuras de los labios y la mojó con el agua que quedaba en su cepillo de dientes.

– No estás bien de la cabeza. -Finn-Erik la abrazó y le dio un apretón cariñoso-. Pero también eres dulce y, sobre todo, eres mi mujer.

Cuando ya estaban acostados en la cama, él le preguntó:

– ¿Por qué te reíste con la película si la escena del tiroteo era grotesca?

– Ah, eso. Me reí porque es del todo inverosímil. Tú mismo viste cómo el tío desagradable voló varios metros por los aires cuando fue alcanzado por una bala, mientras que el hombre de la pistola se quedó sentado tranquilamente en la mecedora sin que se balanceara una sola vez. -Mai-Brit sonrió en la oscuridad-. La tercera ley de Newton, o ley de acción y reacción, así como la ley de conservación del movimiento, nos dice que eso no es posible. Leí algo acerca de ello recientemente: «Después del disparo de un arma, la cantidad de movimiento de la bala debe ser igual a la cantidad de movimiento del arma, aunque en dirección opuesta». Eso quiere decir que si el hombre de los dientes amarillos voló tres metros hacia atrás, el hombre de la pistola también debería haber volado tres metros hacia atrás. O, mejor dicho: ambos deberían permanecer inmóviles. Eso es lo que dicen las leyes de la física.

Finn-Erik encendió la luz y la miró sorprendido.

– Dios mío, cuánto sabes.

Ella sonrió complacida y le besó la mejilla.

– En realidad, fue Even quien me lo enseñó. Estábamos en el cine, y de pronto él irrumpió en una risa ruidosa que hizo volverse a todos los presentes en la sala para mirarle. Imagínate, en medio de una película de Harry el Sucio en la que Clint Eastwood, con un aspecto sombrío y peligroso aparece con un Colt humeante, que el tipo que te acompaña empieza a reírse como un loco y se pone a hablar de Newton. Estuve a punto de esconderme debajo del asiento.

Finn-Erik apagó la luz y Mai-Brit oyó que se colocaba de lado, de espaldas a ella. Mai-Brit suspiró silenciosamente y se apretujó contra el cuerpo de él.

– Yo soy tu mujer, ¿lo recuerdas? Eres tú con quien tengo dos maravillosos niños. No me hagas más difícil el viaje de mañana.

Mai-Brit lo besó y le susurró algo al oído. Él se volvió lentamente en la oscuridad y posó sus dos manos alrededor de la cara de ella.

– Y yo te amo -susurró él.

Capítulo 34

Even le ofreció la tarjeta de embarque a la azafata, que la introdujo en la máquina registradora. Mientras avanzaba por el túnel metálico que conducía al avión miró la tarjeta para ver qué asiento le había tocado. El 19. Se rió para sus adentros, un número primo. Uno de «sus» números. ¿Casualidad? No lo creía. Le ocurría una y otra vez y no era, en ningún caso, resultado del destino, ni siquiera una especie de milagro. Y un concepto como el de «casualidades repetidas» no se acomodaba fácilmente en el cerebro de un matemático.

«Las matemáticas no son una de las ciencias exactas; es la única ciencia exacta.»

La afirmación era de un conferenciante americano invitado cuando Even aún estudiaba. El argumento era que las matemáticas nunca aceptaban una semisolución. La biología podía observar, luego suponer que así debía de ser y seguir trabajando a partir de la observación; la física podía realizar diez experimentos que daban el mismo resultado y sacar una conclusión partiendo de estos experimentos, sin que realmente se supiera con seguridad si el experimento número once mostraría algo completamente diferente. Sin embargo, las matemáticas no aceptaban tal vacilación en la demostración de una tesis. Ninguna prueba se considera válida, aunque sea segura en un 99,99 %. El último 0,01 % tenía que estar verificado antes de poder admitir una tesis, permitir que se convirtiera en una ley con validez universal y arriesgarse a que el sistema de ideas matemático se desarrollara a partir de ésta.

El conferenciante les había dado un ejemplo.

Ya en el siglo XVII, algunos matemáticos habían descubierto que, al parecer, existía cierta regularidad en algunos grupos de números primos. Resultó que no sólo el 31, sino también el 331, el 3331, el 33.331 y el 333.331 eran números primos. Cuando, años más tarde, después de un esfuerzo que para aquellos tiempos era colosal, se logró comprobar que también el 3.333.331 y el 33.333.331 eran números primos, resultó muy tentador suponer que todos los números que seguían este modelo serían números primos y así convertir el fenómeno en una ley. Sin embargo, no se llegó a hacer porque no se disponía de pruebas definitivas que lo corroborasen. Y mejor así, pues varios siglos más tarde, cuando se consiguió determinar el siguiente número del modelo, el 333.333.331, se descubrió, para gran sorpresa de todos, que no se trataba de un número primo. El caso es que resultó que 17 multiplicado por 19.607.843 era igual a 333.333.331.