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Even se paseó entre las estanterías de libros con la extraña sensación de faltar a su vocación, de ser un traidor, un sacerdote que de improviso se ha unido a una ceremonia en honor a Satanás. «Numerología», ponía en un estante; y debajo de éste, «Babylonii». Encima ponía «Maleficium Nomero». Números nocivos, o maléficos, si es que se quería llegar tan lejos. Vaya tontería tan grande. «Morfeus», «Excorsismus», «Thot». Even se detuvo confuso y miró hacia atrás. Había creído que los letreros estaban ordenados alfabéticamente, pero de pronto se dio cuenta de que más bien estaban clasificados por temas, una clasificación cuya lógica no conseguía descubrir por culpa de su falta de conocimiento de lo oculto y mágico, o lo que fuera que tenía delante.

«Nostradamus.» Era el de las profecías. Even miró un par de títulos que podían leerse en los lomos: Pierre Marteau, Entretiens de Rabelais et de Nostradamus. Joëlle de Gravelaine, Prédictions et Prophéties. Para él era un misterio lo que podía motivar a alguien a comprar este tipo de libros. Podía entender el acto de buscar en el pasado para entender el presente, tal como había hecho Mai. Explorar las matemáticas para descubrir relaciones y contextos del mundo, ver el mundo tal como era detrás de la fachada, eso era para él la lógica, algo que le resultaba tan natural como morder una manzana para descubrir su sabor, o abrir el capó de un coche para estudiar el motor. Pero inventarse algo destinado a predecir el futuro, no el día siguiente, ni siquiera el mes, sino a varios siglos vista, era irrecusablemente ingenuo, o un timo de tomo y lomo. Era imposible.

Sobresalía un papel de uno de los libros. Even sacó el libro para ver si alguien había dejado algo interesante, algo que pudiera decirle algo respecto al tipo de gente que frecuentaba aquel lugar. Das Jüngste Gericht se llamaba el libro y había sido escrito por un tío apellidado Aust. Sobre el papelito alguien había garabateado lo siguiente con un rotulador fino: «Contiene el séptimo verso desaparecido de la undécima centuria (páginas 86 y 142/43)».

Even devolvió el libro a su sitio y siguió avanzando entre las estanterías. El aire polvoriento le hacía sentir como si tuviera un pergamino en la garganta y de pronto le asaltó un ataque de claustrofobia pánica que nunca antes había experimentado. Irritado, hizo como si nada y sacó por puro despecho un libro cualquiera de la estantería. Lo abrió al azar y empezó a leer:

«Soy el que vive en la oscuridad. Me mantengo en la sombra, justo en el límite del círculo de luz. Tú no me ves, pero me intuyes. Sabes que existo, porque me has soñado en tus peores pesadillas, me has visto en tu más profunda oscuridad, has reconocido mi mano pérfida en tus actos, has oído mi maliciosa voz en la tuya.

»Te veo de pie ante la puerta con la luz a tus espaldas, con la mirada turbada fija en la noche. El miedo te encorva y titubeas antes de darme la espalda. No osas encontrarte conmigo, no osas abandonarme. Te hallas en el dilema de todas las vidas; en la elección entre mi hermano y yo. Me escondo donde menos lo esperas, en tu linaje, en tu amor, en tu futuro. Estoy en tu incertidumbre, en tu miedo, estoy fuera del alcance de tu comprensión, soy aquello que es demasiado abominable, despreciable y mezquino para que puedas encontrar las palabras que me describen. Soy el mal. Soy Satanás. Soy tú.»

– ¡Maldita sea!

Even cerró el libro de golpe como si éste insistiera en estar vivo entre sus dedos, y casi lo lanzó contra el estante. Encorvado, se tambaleó hasta alcanzar un taburete, se sentó con la cabeza contra las rodillas, en un intento de controlar el pánico que se había instalado en su cuerpo y en su respiración. Poco a poco fue incorporándose, respiró hondo un par de veces y notó que volvía a recuperar el control. Su mirada buscó el estante y lo maldijo pensando en el texto que le había llevado a reaccionar de una manera tan violenta, preguntándose de qué diabólico libro podría tratarse. Se levantó con fastidio y volvió a sacar el libro del estante, lo abrió por la página que llevaba el título. El paraíso del mal, de Truk de West. Ni el título ni su autor le decían nada.

Even decidió acabar la visita cuanto antes. Se acercaba al viejo que se hallaba al otro lado del mostrador a paso ligero cuando descubrió un letrero que le hizo detenerse en seco: «Newton, Isaac». Repasó la estantería de arriba abajo con la mirada. En un estante ponía «Alcymia», y debajo de éste, «Arianer». Más arriba ponía «Deorum Nemen», «Apocalypse» y «Ancient Kingdoms». También ponía algo en el estante superior, pero la estancia estaba demasiado oscura para permitirle leer el letrero. Even miró sorprendido todos aquellos libros, había varios centenares. Toda una estantería destinada íntegramente a libros sobre Newton, o a temas que habían interesado al genio. ¿Podía haber un libro en aquella estantería que Mai quiso que él encontrara? Even empezó a repasar los títulos lentamente. Le sorprendió que también hubiera tantas obras no ocultistas, libros científicos sobre matemáticas, astronomía y física, todos viejos, pero también tesis bastante recientes sobre el trabajo de Newton. Varios le eran conocidos, se trataba de libros que había leído cuando estaba metido en su tesis doctoral. De pronto, se sorprendió y sacó un libro relativamente gordo, no demasiado alto y con un lomo marrón muy gastado. Había algo en el lomo, en el nombre del autor, casi ilegible, que había atrapado su mirada. Abrió el libro por la página del título.

– ¡Vaya! -exclamó en voz alta, y el viejo detrás del mostrador levantó la cabeza un breve instante dejando a la vista una barba blanca y rala.

«Even Vik, Calculus and fluxions. Isaac Newton's differential and integral calculus methods seen in perspective of modern science.» Hojeó boquiabierto lo que de hecho era su propia tesis doctoral. ¿Quién demonios se habría molestado en maquetarla y publicarla en una edición tan antigua? Nunca nadie le había comunicado que una editorial extranjera estuviera interesada en hacerlo y en realidad también era completamente innecesario, puesto que la tesis había sido escrita originalmente en inglés y todavía se podía encargar en la Editorial de la Universidad de Oslo. Even pasó algunas páginas hacia delante y hacia atrás; el trabajo de la desconocida editorial extranjera dejaba bastante que desear, era de aficionado y habían invertido muy poco dinero, tan sólo la encuadernación tenía cierto estilo. Even había abierto el libro al azar precisamente por una página que mostraba un extracto de una carta de Isaac Newton al filósofo y matemático alemán Leibniz, una carta en la que Newton empieza presentando sus descubrimientos, pero donde de pronto se echa atrás.

«Ahora no puedo continuar la explicación de las fluxiones, por lo que he optado por ocultarla de la siguiente forma: 6accdael3eff7i319n404qrr4s8tl2vx.»

Era típico de alguien ligeramente paranoico, desconfiado y a su vez arrogante como Newton señalar que tenía más que ofrecer, y a la vez ocultar su descubrimiento detrás de una clave. Gottfried Wilhelm Leibniz era un competidor y, por lo tanto, a los ojos de Newton, un ladrón y un plagiador en potencia. Durante el trabajo con aquella parte de la tesis, Even había centrado su interés y curiosidad por las claves y su desciframiento. Había dedicado mucho tiempo a ponerse al tanto de la técnica de codificación y asegurarse de que había descifrado la clave correctamente. El resultado había sido distinto al que se había llegado hasta entonces y había despertado cierto interés en los círculos dedicados a este tipo de temas.