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Newton es complejo, sobre todo sus notas manuscritas, que contienen tantas trampas. Cuando algo parece importante, inmediatamente lo oculta sirviéndose de claves. Sigo pensando en Even y en lo que me enseñó con toda aquella tontería de códigos y claves con la que nos entretuvimos durante los primeros años que estuvimos juntos. Ahora me viene como anillo al dedo.

Uff. No me atrevo a pensar en lo que me dirá Even cuando oiga hablar del libro. Al fin y al cabo, teniendo en cuenta sus grandes conocimientos de Newton lo más normal hubiera sido involucrarle en el proyecto. Sin embargo, no me apetece, porque sin duda él se hubiera hecho rápidamente con los mandos. Los límites nunca han sido su fuerte. Cuanto más trabajo en el tema y más me implico, más deseo que el libro aparezca como «mi obra» y sólo mía. Es la primera vez que me pasa algo así. Di, si quieres, que es infantil y una muestra de vanidad profesional, porque eso es. Tal vez haya llegado el momento de la separación definitiva de mi ex.

Se volvió a oír aquella risa espantosa, y Mai-Brit se giró bruscamente; estaba a punto de soltar un comentario agrio. La chica estaba sentada de espaldas a ella y no la vio. Afortunadamente. Avergonzada por su propia reacción, Mai-Brit levantó el diario con una extraña irritación que le corroía el pecho. Empezó a leer de nuevo, aunque con los pensamientos en otro lugar. ¿Había sido…?

Con mucho cuidado, como si sólo pretendiera agarrar la botella de agua, Mai-Brit torció el torso ligeramente y miró por encima del hombro, entre los árboles. Las sombras ondearon cuando el viento sacudió el follaje, un par de estudiantes montados en bicicletas y una señora mayor paseando tranquilamente un perro desaparecieron por uno de los senderos. Nada más.

Bebió del agua y se concentró en una página nueva del diario.

11 de agosto, Cambridge University Library.

¡Soy la número 100! Conseguí pasar por el ojo de la aguja y me han permitido consultar un manuscrito, una libreta de notas, justo delante de la ventana que da al despacho de Mr. Perkins. Ha sido una gran experiencia, casi sacra, sentarse con los papeles que el mismísimo Newton tocó. Ver las manchas de tinta que hizo; una de ellas mostraba parte de una huella dactilar; ver la cadencia de la escritura, la cadencia de los tiempos anteriores al bolígrafo. Por un instante, sentí su presencia a mi lado, una mano fría, invisible, pero muy presente.

Mr. Perkins sonríe a través de la ventana de mi entusiasmo; ve que olisqueo el papel, que, absorta, lo rozo con las puntas de los dedos; palpo la estructura del papel grueso. Creo que el bueno de Perkins ha tenido que hacer encaje de bolillos para conseguir colarme en la exclusiva lista de personas que se han sentado con los papeles del gran genio entre las manos. Tengo que acordarme de darle las gracias en el libro.

Y ahora, del entusiasmo desmedido al misterio: encontré una nota suelta entre las últimas páginas, dejada, probablemente, por la persona que tuvo acceso a la obra antes que yo. Había anotadas algunas palabras, con tinta roja. El texto de la nota era extraño: «Parece que Manuel P. puede estar en lo cierto, porque esto también puede considerarse una indicación de que…»

Se detenía aquí. No ponía nada más.

Pregunté al bibliotecario quién había consultado el manuscrito antes que yo, pero se mostró poco dispuesto a ayudarme. Un tipo francés que está sentado detrás de mí (sudando como un cerdo y, por lo tanto, oliendo como tal) le entregó el pedido de un libro que, por lo que entendí, se encontraba en un archivo del sótano. Mientras el bibliotecario estuvo fuera y el francés en el lavabo, o donde fuera, me colé en la base de datos de la biblioteca (el mostrador está colocado de tal manera que no puede verse desde el despacho de Mr. Perkins) y encontré la lista de visitantes.

Mai-Brit sonrió al recordar su osadía. Había sido casi como intervenir en una de las novelas del inspector Morse, salvo porque éstas siempre tenían lugar en Oxford.

Se ajustó las gafas y siguió leyendo.

Los nombres Frank Lampard y Vivian Collar aparecían el 26 de febrero, es decir, hacía medio año. Nadie había tenido acceso al manuscrito desde entonces. Y antes que ellos, seis años hasta el anterior… miré fijamente… ¡Manuel Pazcar! ¿El que aparecía en el papelito? Seguramente.

Tenía, pues, necesariamente que ser Lampard o Collar quien había escrito la nota, tal vez el uno para el otro. Consulté una enciclopedia y descubrí que Manuel Pazcar es un experto en Newton que sólo escribe en español y cuyos textos no están traducidos. Tengo que averiguar si ha sido citado por algo en especial. ¿A lo mejor debería ponerme en contacto con Pazcar?

Mai-Brit pasó a la siguiente página, sabía lo que vendría y, sin embargo, sintió cierta tensión en el cuerpo, parecida a la que se experimenta al leer una novela de misterio. De pronto, levantó la cabeza y miró por encima del hombro. Su mirada, que asomaba por encima de las gafas de lectura, se quedó fija en un punto entre los árboles. ¿No había algo que se había quedado quieto cuando ella se volvió? Siguió mirando hasta que los ojos empezaron a escocerle y parpadeó una vez. De repente, una sombra salió de detrás del tronco de un árbol y un hombre dio un paso atrás. Estaba de lado, sacudiéndose algo con cuidado a la altura de la entrepierna. Entonces meneó el trasero un poco y se incorporó. Mai-Brit sofocó la risa que la había asaltado y bajó la mirada. ¡Dios mío, hombre tenía que ser! Como todo el mundo sabe, tienen la costumbre de ir marcando los árboles del bosque. Nada por lo que valiera la pena preocuparse. Un vestigio de cuando andábamos sobre cuatro patas, se dijo para sus adentros.

El hombre cruzó el césped, bajó hasta el río y se enjuagó las manos antes de seguir su camino. Pronto desapareció detrás de un arbusto.

13 de agosto, Arundel House Hotel, Cambridge

Manuel Pazcar murió… en 1999.

1999. Mai-Brit se rió. Aquel año le hizo pensar en Even y el tatuaje que llevaba en el brazo. Al principio, ella había creído que ponía 999. Bueno, la verdad es que no había costado demasiado convencerle para que se lo quitara en cuanto ella descubrió que lo había leído al revés.

Su mirada buscó el agua turbia. En realidad, era extraño… A veces había pensado que era como si Even, durante el primer tiempo que estuvieron juntos, sólo esperara de ella que le prohibiera esto, aquello y lo de más allá. Lo aceptaba inmediatamente y pasaba por todos los sufrimientos y pesadillas imaginables, sólo para satisfacer sus exigencias: basta de drogas, cigarrillos y satanismo, aunque lo último era una máscara tras la que se escondía algo que llevaba en la sangre. Mai-Brit se había sentido como una salvadora, se había sentido buena y justa. Más tarde, él se había vuelto menos dócil y complaciente, con sus experimentos, su postura algo vaga hacia ciertas cuestiones, sus secretos y… Y entonces ella se había ido.

¿Le había fallado cuando él dejó de adorarla como a una santa? Mai-Brit levantó el diario y fijó la mirada en las letras para no tener que responder. No era el momento para pensar en cosas así. Bueno, pues lo dicho, Manuel Pazcar había muerto en 1999:

He encontrado valoraciones de su trabajo en varios libros ingleses. Es uno de los muchos expertos en Newton, aunque no se le conoce por haber hecho ningún descubrimiento que haya marcado una época. Aun así, aparece citado en dos obras inglesas, con una misma cita: «Hay entre las notas de Newton varias insinuaciones de que ha hecho un descubrimiento, o ha llegado a una verdad que nunca ha sido publicada. Es, por tanto, natural concluir que este descubrimiento está relacionado con sus trabajos alquímicos, y que el alcance de este descubrimiento era de tal magnitud que Newton decidió destruir la fórmula, lo cual resulta muy probable, aunque también puede estar tan oculta que nadie pueda encontrarla».