Ambos libros comentan la cita afirmando que sobre estas «insinuaciones» que Pazcar cree haber encontrado en los textos de Newton, ha habido grandes discrepancias a través de los casi trescientos años de investigación. Las insinuaciones siempre aparecen, escriben, en relación con reflexiones alquímicas y a menudo están escritas en clave. Por eso, la comprensión idiomática y los matices dependen a menudo del que haya descifrado la clave y la fuerza de las insinuaciones también depende del traductor de la clave.
En ambos libros se acepta de buen grado que hay material muy interesante en las anotaciones alquímicas, pero como también escribe uno de los autores: «Creer que Isaac Newton hizo un descubrimiento o llegó a una verdad importante sin publicarla, o al menos sin hacer partícipe de ella a uno de sus amigos alquimistas, como por ejemplo Robert Boyle o John Locke, es subestimar su integridad científica y su celo por llevar la ciencia a mayores alturas. Isaac Newton fue sin duda quien mejor sabía en el mundo de la ciencia pretérita que cualquier descubrimiento científico sólo es un paso en el camino hacia el siguiente. No hay verdad concluyente, no existe meta final.»
La nota de Lampard y Collar parece indicar que ellos dos encontraron una insinuación más al descubrimiento desconocido de Newton, ¡y que sin lugar a dudas la han encontrado en uno de los manuscritos científicos de Newton! No en uno alquímico. Esto es nuevo e indica que la distancia entre el pensamiento alquímico de Newton y el científico no era tan grande como tendemos a creer. A lo mejor, para él, eran dos lados de una misma moneda.
Suspiro profundo. Es decir, que encontraron algo en el manuscrito que yo ya he devuelto a Mr. Perkins (el acuerdo era que me cedería el manuscrito durante un día).Y entregarle una nueva solicitud con la esperanza de recibir una respuesta positiva es lo mismo que creer en Papá Noel, ¡como creer que encima te dejará un paquete debajo del árbol de Navidad con una vida eterna sólo para ti! No me apetece intentarlo. No hay que tensar la cuerda de la suerte innecesariamente.
Mai-Brit giró las páginas hasta que encontró una en blanco y torció el cuerpo de manera que el sol brillara sobre el libro desde la izquierda antes de empezar a escribir lo que ella denominaba «la liturgia del día».
16 de agosto, almuerzo a orillas del río Cam, Cambridge.
He estado preguntando un poco por ahí, pero nadie parece conocer a Lampard y Collar (aparte de un joven estudiante que dijo que Frank Lampard juega en el centro del campo del Chelsea; a fútbol, se entiende). Puesto que esos dos tuvieron acceso a un manuscrito «inaccesible», no pueden ser un don nadie (por otro lado, ¡yo lo soy! Nadie reconocería mi nombre si lo vieran escrito en una lista). Tengo ganas de preguntárselo a Mr. Perkins, pero está de viaje en Estados Unidos y no volverá hasta dentro de una semana.
Mañana visitaré la biblioteca del King's College, donde se encuentran los manuscritos alquímicos y solicitaré el acceso. He llamado al profesor Thompson, y dice que intentará ayudarme para que pueda tener acceso. Pero también dice que en la King's College Library son poco pródigos a la hora de conceder permisos. Entregaré la solicitud esta tarde y supongo que tendré una respuesta antes de volver a casa.
Tengo ganas de volver a ver a Stig y a Line.
Mai-Brit miró la última frase que había escrito, suspiró y dejó caer el libro y la pluma en el regazo. Cuánto amaba a esos niños. Eran, sin duda, lo mejor que le había pasado en la vida. Tenían una escala de valores propia. Una vez se sorprendió a sí misma pensando en que si algún día la elección llegaba a estar entre ellos y Dios, se convertiría en una infiel.
Finn-Erik era de la opinión de que bastaba con tener dos hijos. En el fondo, ella estaba de acuerdo, aunque la idea de un nuevo embarazo, un nuevo hijo, un nuevo parto, no era algo que la echara atrás. Todavía era capaz de evocar el sentimiento doloroso y sin embargo solemne cuando, después de horas de contracciones y sufrimientos, notó cómo el niño se escurría más rápido y salía volando de sus entrañas. Había sido como pelar una almendra hervida. Así era como se lo imaginaba. Fue un alivio para el cuerpo, pero también fue como si hubiera participado en un acto sagrado; se había sentido más cerca de Dios de lo que había estado nunca.
Mai-Brit echó un vistazo al reloj y metió el libro y la pluma en la bolsa; ya era hora de volver a la biblioteca de la universidad. Se quedó sentada un rato más, mirando entre los árboles y a su alrededor. Miró hacia el río y en dirección a la biblioteca de Wren, que se erguía en el aire, robusta e indomable. Protegiendo con flema la sabiduría incalculable que contenían sus muros. Entonces volvió a sacar el diario, pasó las páginas hasta llegar al final del último texto, trasladó la punta de la pluma un par de líneas más abajo y escribió lentamente:
No estoy segura…pero de vez en cuando pienso que alguien me está siguiendo.
Capítulo 40
El viejo estaba inclinado sobre la misma quiniela cuando Even volvió a entrar en la tienda. Había rellenado una hilera más, pero todavía le faltaban cinco. El trabajo de todo un día, pensó Even ácidamente, a la vez que consideraba la manera en que debería actuar ante aquel hombre.
– Ejem -carraspeó, y consiguió llamar la atención del hombre, que lo miró por encima de las gafas sucias-. Me preguntaba si alguien ha dejado un mensaje o algo para mí. -La mirada del viejo se había posado expectante en él-. De… ehh, Mai-Brit Fossen.
El viejo cogió un papel en blanco y lo plantó delante de Even. Luego le dio un bolígrafo y le pidió que escribiera el nombre en él. Y el suyo también. Después, el viejo se fue a un rincón de la estancia donde se amontonaban unas cajas de cartón con un contenido que Even no pudo determinar en mitad de la penumbra. El hombre refunfuñó y estuvo revolviendo entre las cajas antes de volver negando con la cabeza. Even tenía ganas de proponerle al viejo que se comprase una linterna para que pudiera ver algo, pero se abstuvo de hacer ningún comentario. Seguramente, el anciano estaba acostumbrado a la oscuridad y poseía visión nocturna. Tenía un cierto aire de búho. De búho real.
Desconcertado, Even se fue hacia la puerta, se detuvo y pareció quedarse en Babia contemplando un póster con jeroglíficos egipcios que alguien había colgado al final de una de las estanterías. Anunciaba una exposición de vestigios egipcios en el British Museum. Del año 1934. Even siguió los antiguos signos con la mirada, unos signos que habían ocultado su significado durante miles de años hasta que finalmente alguien consiguió descifrarlos. Hasta ahora, Mai también había codificado sus mensajes; bueno, no directamente codificado, pero sí los había hecho lo bastante crípticos como para que sólo Even pudiera interpretarlos. La carta del suicidio, el naipe, el post-it amarillo en el sobre, todos tenían un giro personal, invisible o incomprensible para los demás. Entonces, ¿lo más probable no era, si es que había un mensaje o algo para él, que Mai hubiera vuelto a hacer lo mismo, para asegurarse de que nadie pudiera suplantar su personalidad…?
A esta pregunta no podía más que responder que sí. Y, entonces, ¿cómo lo había hecho?
Cuando Mai y Even acababan de enamorarse, se habían divertido escribiéndose mensajes que eran ilegibles para los demás. Era la afición de Even a este tipo de secretos la que había puesto el juego en marcha, pero pronto Mai se enganchó también y habían creado sus nombres en clave, por ejemplo, utilizando la palabra contraria al significado de sus nombres. Mai se convirtió en Novembery Fossen en… ¿En qué lo habían convertido? ¿Lagune? No, eso no… Y Even se convertía, leído de atrás hacia delante, en Neve, que, traducido al inglés, era Fist, puño. Y su apellido había sido lo contrario de Vik… Sí, maldita sea, ¡habían convertido su apellido, que quería decir bahía, en lo mismo que lo contrario de Fossen! ¡Ja! Así era. No pudo más que sonreír al recordar aquel sistema infantil, pero ya no tenía ninguna duda…