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Sólo quería decirte que hoy recibimos la visita de un policía. Nunca llegó a decir claramente a qué había venido, salvo que era a ti a quien buscaba. Preguntó por qué tenías permiso para ausentarte, cómo eras como colega, si te ausentabas a menudo. Si eras capaz de dejar a las estudiantes jóvenes en paz. La verdad es que no fue demasiado agradable. Molvik, creo que dijo que se llamaba. Inspector jefe. Yo no le dije apenas nada, tampoco creo que lo hicieran los demás. Pero así al menos ya lo sabes. Espero que todo vaya bien.

Un saludo,

Johan

Even soltó un rugido, dio un puñetazo al teclado y se levantó con tal brusquedad que la silla cayó al suelo. Salió corriendo por la puerta y sin hacer caso de la lluvia que caía a mares, cogió la calle en dirección a la ciudad.

Even no sabía cuánto tiempo estuvo andando, ni por dónde. Todavía era de noche cuando finalmente volvió a casa, empapado, cansado y con la cabeza a punto de estallarle. Se echó en la cama dispuesto a dormir un par de horas antes de volver a sentarse delante del escritorio.

Capítulo 45

La lluvia cedió después de dos días de devastación incesante. Las presiones bajas avanzaron en dirección a Suecia dejando atrás un cielo alto y azul y un aire como de pan recién hecho, fragante y fresco. Las partículas de goma de los neumáticos gastados, los gases de los tubos de escape de miles de coches y el polvo de sal con el que el ayuntamiento trataba de quebrar la capa de hielo invernaclass="underline" todo lo que, junto con la emisión de humos de las chimeneas de la ciudad, solía pender sobre la olla de Oslo como una niebla marrón, se lo había llevado el agua a través de las cloacas, filtrándolo hasta las aguas subterráneas para uso y disfrute, más adelante, de los órganos internos de animales y, ¿quién sabe?, tal vez también de seres humanos. El aroma a mantillo y a vegetación que germina se deslizaba sobre el asfalto, por el pavimento y a través de los barrios de la ciudad retrasando por unos instantes el momento en que la gente ponía sus coches en marcha. ¿Deberían ir a la tienda a pie, o tal vez en bicicleta? Sin embargo, aquella idea no duraba más que un instante, era estúpida, naturalmente, porque ¿quién dispone de tiempo para dedicarse esta clase de lujos?

Una burbuja roja se movía zumbando entre los coches y la gente; limpia y recién encerada brillaba entre los altos edificios del centro de la ciudad parpadeando a derecha e izquierda en dirección a Ullevál, hasta que las casas se tornaron más bajas y al rato encontró una pequeña calle lateral con casas de una sola planta, donde finalmente se detuvo delante de la casa adosada 13 E.

Una mujer pelirroja que se confundía con la pintura brillante del escarabajo Volkswagen salió del coche, inspiró el aire delicioso y miró a su alrededor antes de cerrar la puerta de golpe. Cuando ya subía por el sendero enlosado, se detuvo y escudriñó el buzón, leyó el nombre que buscaba, se dirigió a la puerta principal y pulsó el timbre. El sonido del timbre se pudo oír claramente a través de la puerta y la mujer no pudo evitar pensar en una serpiente sibilante. «Necesita una pila nueva», pensó. Nadie acudió a abrir la puerta, ni ningún sonido proveniente del interior de la casa le dio a entender que alguien hubiera oído a la serpiente. La mujer se acercó a una ventana, se inclinó hacia delante para hacer sombra con las manos y miró al interior. La cocina estaba vacía, pero había pilas de platos sucios por todos lados. Continuó hasta la ventana siguiente, echó un vistazo al interior de un salón que estaba hasta tal punto a oscuras que resultaba difícil ver otra cosa que no fuera el contorno de unos muebles que estaban colocados sin ton ni son a lo largo de las paredes. Le pareció ver algo que se movía al lado de una mesa y golpeó el cristal. No pasó nada. Volvió a golpear el cristal, esta vez con fuerza. Una cabeza asomó por encima de la mesa y miró a su alrededor, adormecida. La mujer sonrió, volvió a golpear la ventana, agitó la mano y se retiró hacia la puerta, donde esperó a que le abrieran. Luego se acercó al buzón, de donde extrajo un montón de correo comercial.

– Hola -dijo Kitty y se rió cuando Even abrió la puerta-. Soy el cartero. El cartero que siempre llama dos veces.

– Hola -murmuró Even, cogió el correo y empezó a caminar en dirección a la cocina. Kitty cerró la puerta y lo siguió.

– Sólo quería saber cómo estabas. He intentado llamar un par de veces, pero no cogías el teléfono. Y el móvil también lo tienes desconectado.

– Lo he apagado.

Even dejó el correo sobre la mesa de la cocina, agarró una taza de café y tomó un sorbo.

– ¡Ajjj! -Hizo una mueca y escupió el líquido-. Odio el café frío.

– ¿Por qué has desconectado el teléfono?

Even no contestó; llenó la cafetera de agua y sacó la bolsa con el café del armario.

– ¿Querrás tomar café? -preguntó por encima del hombro.

Kitty se quedó sentada un rato, luego se puso en pie y se fue hacia la puerta.

– No. Creo que me iré ya. Me parece que ha sido una mala idea venir aquí.

Even la agarró del brazo.

– Perdona, Kitty. Todavía no estoy completamente despierto, apenas he dormido los últimos días… y cuando me pasa eso, me vuelvo un poco idiota. -Se rascó el cuello y miró hacia la ventana-. Ehhh, ¿qué hora es?

– ¿Qué hora es? -Kitty giró la muñeca y miró su reloj-. Son las dos y media pasadas. Del mediodía, claro -añadió mirándole de reojo con cierta ironía.

– Sí, ya, creo que… -Even miró tímidamente hacia el reloj de la cocina-. Me refiero a… ¿qué día es?

– ¿Que qué día…? -Kitty lo miró sorprendida-. No me dirás que…-se calló y contempló el montón de cajas de pizza vacías que había sobre la mesa-. Es sábado.

– ¡¿Sábado?! Jesús! -Even se rascó la barbilla un buen rato y sonrió ladinamente-. Una vez un colega nos comparó, me refiero a los matemáticos, con los poetas y los artistas. En su opinión, todos estamos obsesionados con crear belleza, con buscar una especie de perfección y armonía, con encontrar las respuestas a los enigmas de la vida. No sabría decirte hasta qué punto estoy de acuerdo con él, sus palabras tal vez sean un poco demasiado solemnes, pero sí creo que al menos en un punto la comparación es correcta. Todos somos gente que se deja atrapar por lo que tenemos entre manos, permitimos que, por un tiempo, se apodere de nuestras vidas por completo, asumimos su propio ritmo y nos olvidamos del mundo que nos rodea.

– ¿Has estado trabajando? Creía que estabas de excedencia.

– Y así es. Sólo que… hace unos días tuve una idea y entonces… Bueno, pues eso, que el tiempo ha pasado sin que me haya dado cuenta.

– Y has estado viviendo de café y pizzas. No me extraña que parezcas un cadáver andante.

– Gracias, gracias -murmuró Even y se fue al salón. Apartó un par de montones de papeles y se sentó en el sofá-. Ven, siéntate aquí conmigo -dijo y dejó un par de libros en el suelo.

Kitty se dejó caer a su lado, levantó el trasero y sacó una revista.

– Monatshefte für Mathematik una Physik -leyó con acento alemán-. Qué interesante, resulta irresistible. -Lanzó la revista al suelo y se volvió hacia Even-. He venido para invitarte al cine. Bueno, primero para cenar en algún sitio y luego para ir al cine. ¿Qué me dices?

– Digo… -Even se quedó sentado mirando al vacío, se rascó la pierna y finalmente volvió la mirada hacia Kitty-. Te agradezco la oferta, pero estaba pensando si podríamos dejarlo para otro día. Tengo algo que… -Movió la mano hacia la mesa.

– ¿Algo que querrías acabar?

– Sí.

Kitty lo miró y pasó un par de dedos por sus mejillas sin afeitar.

– No eres bueno contigo mismo, Even. Estás empezando a preocuparme. -Alzó una mano para que Even no dijera nada-. No estoy diciendo que a mí me incumba, ni tampoco soy quién para decidir lo que debes o no hacer.